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El comerciante que dejó una vida llena de tristezas luego de sentir el llamado de Dios

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Gabriel Soto, de 85 años, nació en la localidad de Cunaco, en la provincia de Colchagua, Sexta Región. Cuando apenas tenía siete años, sus padres vendieron todas sus cosas y de un día para otro desaparecieron de la faz de la tierra.

Han pasado muchos años desde que ocurrió este lamentable episodio en la vida de este comerciante y, aunque asegura no entender qué llevó a sus padres a abandonarlo a él y a sus dos hermanas, reconoce que ya los perdonó.

"No teníamos mala situación, pero no sé qué pasó con ellos. De un día para otro vendieron sus cosas y nos dejaron abandonados a mí y a mis dos hermanas. Una de ellas tenía pocos meses de vida cuando ellos se fueron y al final terminó muerta porque nadie se hizo cargo de ella. A mi otra hermana no la recuerdo mucho. Sólo me acuerdo que la vi cuando ya era más grande. Nos abrazamos, pero desde ese día nunca más supe de ella", recuerda con algo de nostalgia.

Desde el momento en que desaparecieron sus progenitores, la vida de Gabriel Soto estuvo marcada por la pena y los constantes maltratos de los cuales fue víctima. "Como estábamos solos cualquier persona se hacía cargo de nosotros. Éramos muy chicos y nos mandaban a la calle a trabajar. Vivimos una infancia bien triste con mi hermana, llena de malos tratos y humillaciones".

Cuando tenía once años, vivió una experiencia que marcó su vida para siempre. "Un día estaba en la calle cuando bajó una neblina muy profunda. De repente sentí la voz de Dios que me decía que todo lo que pidiera, él me lo daría. Desde ese momento el Señor nunca más me dejó solo y hasta el día de hoy siento que está junto a mí".

nueva vida

Desde esa aparición, confiesa que su vida cambió radicalmente. Asimismo asegura que, a pesar de vivir en la calle, jamás se vio envuelto en algún problema con la justicia ni tampoco consumió algún tipo de droga o alcohol.

"Después que Dios me habló, nunca más me sentí solo y, gracias a esa protección, me salvé de varias", reconoce, y luego agrega "para el 73, cuando Pinochet tomó el mando, estuve a punto de irme preso. Me acuerdo que los militares llevaban a una fila de personas caminando con las manos puestas en sus cabezas por calle Pedro Montt. Cuando pasé por ahí un militar me quedó mirando y me dijo ', , de lo contrario, hoy no estaría contando esta historia".

PREDIJO TERREMOTO

Y como ese, hubo otros episodios en donde Gabriel asegura que Dios estuvo presente, siempre a su lado.

"Días antes de que ocurriera el terremoto del 85, yo estaba en el puerto vendiendo pasteles, cuando sentí esa voz que me decía que debajo de mí habría un terremoto. A muchas personas les dije que esto pasaría y que se fueran de San Antonio", cuenta.

"Incluso había un señor que era gerente de la Esso y que tenía una farmacia en el centro de San Antonio. Yo le estaba contando lo que me había dicho Dios, cuando vino el primer temblor. Él y su mujer alcanzaron a salir antes de que el local se derrumbara por completo. Si ellos no hubieran reaccionado, la mujer de este señor habría muerto aplastada por una pared", agrega.

Desde ese primer llamado divino, Gabriel se convirtió en un hombre extremadamente creyente. "Cuando sentí su voz por primera vez, todos mis pesares se terminaron. Por eso yo puedo decir que él siempre ha estado junto a mí protegiéndome", afirma.

comercio

Para ganarse la vida, Gabriel comenzó a vender chilenitos, merengues y todo tipo de pasteles. Fue así como llegó al puerto de San Antonio hace unos 50 años. Fue un amor a primera vista. "Pasa algo bien raro porque yo que no soy sanantonino, quiero mucho a este puerto y por eso encuentro que es el más lindo de todos; pero en cambio los sanantoninos viven reclamando por lo que tienen y hasta lo encuentran feo".

Hace unos quince años se instaló en un puesto en el sector de la caleta Pacheco Altamirano, en San Antonio. La artrosis severa que lo aqueja le impide moverse con normalidad, por eso prefirió dejar el comercio ambulante, a pesar de lo mucho que le gustaba vender sus productos en la calle.

-Claro, porque yo caminaba todo el día con dos canastos repletos de pasteles. Piense que cada canasto pesaba unos quince kilos y eso sin contar las horas que pasaba caminando.

Gracias a su trabajo como comerciante, puede decir con orgullo que conoce prácticamente todos los rincones de este puerto que lo acogió como un sanantonino más. "He trabajado en las playas durante el verano y en invierno siempre andaba por el puerto, por el centro y por donde pudiera vender mis pasteles".

-Sí. Uno podía apreciar la belleza de este puerto, porque, desde donde se le mire, es bonito.

dios

Durante toda la entrevista, Gabriel agradece a Dios por cada cosa que le ha dado y por la existencia que le tocó vivir.

"Yo creo en Dios y en su hijo Jesús y en el Espíritu Santo porque desde que oí su voz por primera vez, mi vida que era tan dura, cambió para siempre", recalca.

"Todos los días le agradezco lo que ha hecho por mí, a pesar de que este mundo está siendo gobernado por Satanás. Todo lo que estamos viviendo es obra del demonio que está metiendo su cola. Es cosa de leer la Biblia para darse cuenta que todo lo que está pasando está descrito en el libro sagrado", reflexiona en su puesto de la caleta.

Gabriel explica que la cercanía que tiene con Dios también lo ha llevado a perdonar a sus padres por abandonarlo cuando tenía siete años.

"Si usted me hubiera preguntado años atrás, yo le habría dicho que me hubiera gustado arrojarles un jarro de agua en la cara a cada uno, pero a estas alturas, ya los perdoné. Nunca los vi ni supe nada de ellos. Dios me ayudó a perdonarlos", afirma. J

"De repente sentí

la voz de Dios

que me decía que

todo lo que le

pidiera, él me lo

daría"

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