No apto para claustrofóbicos: el recorrido por túneles subterráneos de San Antonio
Cuando me invitaron a participar de un recorrido por los túneles subterráneos que atraviesan la ciudad de San Antonio, me gustó la idea. -Es algo que no quiero que me cuenten, porque yo tengo que vivirlo- me dije.
Lo que nunca pensé es en las sensaciones que podría experimentar y aunque tomé la decisión como un desafío personal, traté de ir con una colega del diario que a última hora no pudo llegar.
La invitación de parte del Museo de Historia Natural e Histórico de San Antonio (Musa), indicaba que se trataba de una expedición solicitada por un grupo de trabajadores del BancoEstado, que la salida era a las 18.30 horas en el estero Arévalo de San Antonio y que había que ir equipado con botas de agua y casco. Nada más.
El equipo de funcionarios del Musa estaba esperando a un costado de la estación de servicio Copec de Lauro Barros.
Hasta allí llegué después de mi trabajo en el diario. Guardé mis tacos en una bolsa y me puse las botas de goma y el casco, que no lucían muy adecuadas con mi carterita de "mina", pero era tarde para ir por una mochila. Eso obviamente a nadie le importaba.
Cuando llegó el grupo de trabajadores del banco (eran seis personas) me pasó lo que nos pasa a muchos en esta ciudad pequeña. Conocía a un par de ellos y era gente de toda mi confianza, además de mis amigos del Musa. Este es un punto muy importante cuando estás a punto de vivir una experiencia absolutamente desconocida.
Una vez reunidos, José Luis Brito, conservador del Musa nos presentó y nos hizo una didáctica introducción acerca de la excursión que haríamos y las indicaciones de seguridad que teníamos que seguir.
Nada era de temer, aunque al ver que algunos se aplicaban repelente de mosquitos y se ponían mascarillas, comencé a dudar.
Luego de las fotos de rigor, abrieron un portón lateral que permite ingresar a la quebrada y entrar al acceso oriente del túnel.
Tomados de una cuerda de seguridad, cada uno bajó la quebrada que no tenía más de 10 metros de altura.
Hasta ahí todo marchaba bien, ya que no había malos olores y aparentemente se veía limpio.
Cuando comenzamos a adentrarnos en el túnel algunos preguntaron si es que había ratones y nos respondieron que estaba todo limpio y no había roedores.
Caminamos cerca de 10 minutos oyendo las referencias históricas que José Luis Brito hacía del lugar, pero mis miedos y mi preocupación por hacer un video de la experiencia no me dejó retener dato alguno.
claustrofobia
Caminábamos sobre una cantidad de agua que permitía moverse sin dificultad. Sin embargo, más adelante nos alertaron que había una acumulación de basura que estaba formando una especie de represa y había que escalarla.
En ese momento la fila de excursionistas se detuvo y yo, que iba en el medio, comencé a inquietarme, así es que me adelanté y escalé rápidamente.
Una sensación de claustrofobia me invadió, tenía terror a estar ahí encerrada, aplastada por la ciudad. Quería que todo terminara luego y sudé. Sin embargo, la atención de los funcionarios del museo me tranquilizó.
"Karem ¿estás bien? ¿vas bien?"-me preguntaron-, así es que reaccioné y me acordé que estaba trabajando y que tenía que continuar.
Sólo fue un par de segundos en que casi "tiro la esponja". Estaba bien, así es que seguí caminando.
Ya estábamos abajo de Pedro Montt, y nos pidieron apagar todas las linternas y guardar silencio para escuchar el movimiento de la ciudad.
La oscuridad era absoluta, -casi sofocante para mí-, la urbe nos decía con golpes que sobre nosotros había mucha gente en movimiento. Y mis ganas de salir de ahí no cesaban, pero seguía sacando fotos y rescatando el valor de la experiencia.
agua cristalina
Aunque muchos no lo crean, el túnel en el que estábamos no era una cloaca maloliente. Ni siquiera había mucho olor a humedad y el agua que corría por nuestros pies era cristalina, porque sólo llegaban vertientes y aguas lluvia.
Según el relato de Brito, las aguas servidas que alguna vez se dirigieron a este sector terminaron cuando taponearon las tuberías que se habían hecho en forma clandestina.
Insectos y mosquitos tampoco percibimos. Sí había muchas telas de araña, pero al parecer, la mayoría eran antiguas, aunque encontramos un par de dormilonas arañas de túnel, todos pudimos verla de cerca y nadie gritó de espanto.
Tras cerca de una hora de caminar en un ambiente muy coloquial (para casi todos era una experiencia de entretención), mi sedentarismo y falta de actividad física comenzó a manifestarse. Estaba cansada.
Fue ahí cuando nos mostraron la luz al final de túnel. ¡Qué sensación más maravillosa! Faltaba muy poco para llegar a la Caleta Pacheco Altamirano.
Estábamos a la altura de la plaza de San Antonio y había una especie de cruce, donde uno de los caminos hacía devolverse hasta Gregorio Mira, a la altura del Colegio Sara Cruchaga o seguir hasta la caleta pasando por debajo del mall.
Pero la expedición no había terminado, teníamos que ir a Gregorio Mira primero.
Quería descansar, pero no podía parar. Después de haber ido al principio del grupo me fui quedando atrás, pero escoltada por uno de los amables funcionarios del museo que iba pendiente de mis pasos.
Habían restos de adoquines en el camino. Esos adoquines antiquísimos que hasta hace algunos años todavía estaban en algunas calles de San Antonio.
Mis pies ya no daban más, tropezaba y en una oportunidad casi caí, pero un brazo amable me contuvo. No estaba sola. Eso fue fundamental para seguir adelante. Ya faltaba poco para terminar con la travesía y poder decir: yo lo hice. Estuve ahí, lo logré. Nadie me lo contó.
Hasta que terminó esa ruta alternativa y llegamos al estero o túnel de Huallipén. Así se llama el túnel que llega a Gregorio Mira. Al arribar ahí pudimos descansar unos minutos.
La aventura había durado cerca de una hora y media y lo gratificante era que sabíamos cuanto faltaba para salir, ya que habíamos estado muy cerca del final del túnel.
Regresamos hasta el cruce. Mi respiración volvía a la normalidad. Salimos por la caleta, pasamos cerca de los lobos marinos y disfrutamos la belleza de ver el mundo exterior.
¿Repetiría la experiencia? No. Ya lo hice y es suficiente. Ya tengo una historia para contarle algún día a mis nietos. J


