De guardaespaldas de Manuel Contreras en Tejas Verdes a un exitoso verdulero del mercado
El placillano Raúl Medina Araya aún recuerda con frescura cuando en 1973, a la edad de 18 años, debió cumplir con su deber de ciudadano chileno. Como conscripto de la Escuela de Ingenieros de Tejas Verdes tuvo que cuadrarse ante el coronel Manuel Contreras, quien liderada el regimiento, para convertirse en su guardaespaldas por un tiempo indefinido.
"De partida yo no quería hacer el Servicio Militar. Tenía otros planes y para mí fue un verdadero sacrificio hacerlo. Y si hay algo que nunca volvería hacer en mi vida, sería el Servicio".
Medina fundamenta su respuesta de inmediato en "La Ruca", uno de los puestos de verdura y frutas del Mercado de San Antonio.
"Cuando volvimos a la democracia vino la parte bonita del servicio".
Antes de responder, una clienta interrumpe la conversación. La mujer de unos 45 años, con dos bolsas de duraznos colgando de sus manos y varias verduras más, pagaba casi 4 mil pesos por esos productos.
-Porque cuando volvimos a la democracia las cosas cambiaron en el Ejército. Se comenzaron a tratar mejor a los pelaos. Ahora hay comida fresca. Yo comí pan de unos 10 días. Porotos por casi dos semanas. Hoy tienen pollito y carnecita. En las noches, para los guardias, hay comidas y cigarros. Yo viví la parte fea del Servicio.
-Cuando llegamos nos tiraban todo al suelo, la ropa, los zapatos. La comida era mala. Pero igual era responsable y hacía todo lo que ellos pedían, porque o si no, nos castigaban.
Segunda interrupción. Su hijo homónimo, le grita: "¡Papá págate de 4.700!" Raúl hijo es profesor, pero dejó la docencia por los bajos ingresos económicos que recibía cada 30 días. Hace ochos meses y un poco más, se hizo cargo de la verdulería de su padre, quien hace 38 años ha trabajado en el Mercado de San Antonio.
-Claro. Contreras era tal cual uno lo ve en la tele -responde Medina- Imponente. Uno no se podía equivocar. Con él además me tocó ir a varios allanamientos.
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-No mucho. Una sola vez me tocó abrir una casa a la fuerza. Pero nada. Todo fue tranquilo. No sé por qué pasaba esto. Pero yo creo que sabía, porque siempre que íbamos a las casas, nunca estaba el hombre buscado. Siempre estaba la mujer con los hijos. Pero uno buscaba cosas como panfletos, como para inculpar esa familia. Eso no más te puedo contar. Pero no volvería ni por todo el oro del mundo a hacer el Servicio.
Raúl Medina hoy tiene 61 años y termina esta última frase sentado en un piso del concurrido mercado. Al lado de él una decena de frutas lo rodea y cuenta esta historia de su vida con la mirada en cada uno de los clientes que llegan a su local. Si hay que pesar la fruta. Lo hace. Si hay que recibir el dinero de los clientes, se levanta del asiento. Si un cliente le pregunta el precio de uno de sus productos, le responde.
Raúl Medina partió de abajo, como él cuenta. Comenzó desde el fracaso mismo. Desde el llanto en los bares cuando no tenía ni siquiera plata para el pan, hasta la alegría eterna de ver a sus cinco hijos como profesionales.
"Por casi 10 años trabajé como barman en el club de Golf de Santo Domingo. Iba todo bien hasta que con un cabro que llegó decidimos poner una sociedad en esto: en el tema de la fruta y la verdura. Yo puse la plata, o sea, el capital, y él, el conocimiento, porque me contaba que se manejaba en el asunto. Pero no sabía nada poh", responde meneando la cabeza.
Su amigo no tenía la menor idea del negocio y a los meses perdieron todo. Raúl no tenía nada.
"Yo no tenía idea del negocio: no conocía a nadie, no conocía el rubro, ni a las personas. Tuve que aprender a los errores y me costó mucho, pero mucho tiempo dar vuelta la historia. Cada vez que me juntaba con mis amigos a tomarnos algo, me decían que les contara la historia y yo quedaba llorando. No tenía nada y no sabía nada", enfatiza.
En su primer mes en el local número 12 del mercado de San Antonio, Raúl ni siquiera tenía para el arriendo. Habló con el dueño del recinto y luego de algunas súplicas le permitieron postergar el pago de la renta.
Cuenta que en reiteras ocasiones, su ex jefe, del Club de Golf de Santo Domingo, le pidió que volviera a trabajar en el recinto de la comuna parque, sin embargo él no quiso.
"Yo era muy orgullo. No iba a volver, porque sería un fracaso para mí. Yo no me quería ir porque tenía que aprender esto… Hasta que aprendí", manifiesta. Y el paso del tiempo le daría la razón a este joven verdulero.
"Luché. Luché. De a poco comencé a aprender. Siempre me acuerdo de un caballero que se llamaba Florindo Bustos que me tiró para arriba", cuenta con un dejo de cariño.
"Yo tenía unos tomates horribles. Feos. Él me preguntó en dónde los compraba. Yo le dije el lugar. Él me respondió que vendía tomates y que lo fuera a ver. Fui y yo le dije: 'deme dos cajitas no más. No tengo más plata'. Florindo me dijo que mejor me llevara 10 y que después se las pagara. Yo acepté. Y así fui aprendiendo a encontrar buenas verduras y frutas", describe para agregar que "de repente el local se empezó a llenar, aparecieron repartos y no daba abasto. Y tuve que empezar a contratar gente".
Raúl poco a poco fue bajando los dígitos de los números rojos que lo apremiaban. Aprendió que la vida del verdulero comienza a la una de la mañana para elegir los productos más frescos de la feria, en donde compran sus productos. Que a las ocho A.M. hay que estar en San Antonio, cuando se viaja a Santiago, Valparaíso o Quillota, para estar atendiendo el público.
"Me costó, pero me empezó a ir bien. Me compré una camionetita, porque antes ni siquiera tenía para los fletes. Me compré un local también y salí para adelante, pero con mucho sacrificio. Hoy a mí no me vienen con cuentos de qué es salir de abajo. Empezar de la nada, porque yo me inicié así, pero me aburrí y ahora mi hijo se hará cargo del local. En marzo me voy", confiesa inesperadamente y con soltura.
"Ya me cansé. Ahora mi hijo se está haciendo cargo. Yo ya cumplí un ciclo en esto. Uno ya no tiene el mismo genio para atender a las personas. A veces viene gente pesada, que paga con un billete de 20 lucas y uno no tiene vuelto. Que a veces se arrepienten de comprar. Y uno ya quiere explotar. Mi hijo tiene buen carácter y lo está haciendo bien. Yo hasta marzo sigo. Me voy a dedicar a otros negocios que estoy haciendo. Estoy construyendo un condominio, pero tranquilito. Sin apuro", cuenta.
Por estos días, y desde mediados de año, Raúl solo trabaja media jornada. Su hijo vela por el negocio de su padre, ese que le costó sudor y lágrimas.
"Yo igual lo ayudo para que él sepa cómo funciona esto. Pero lo hace muy bien. Sobre todo, porque es ordenado. Yo igual me levanto para ir dos veces a la semana a la feria. Vamos a las 2 y media de la madrugada, pero en este tiempo se pone bueno así que hay que ir casi todos los días", puntualiza.
Cuando el local empezó a ir viento en popa, Medina se casó y a medida que pasaba el tiempo los hijos comenzaron a llegar. Ana es la mayor y hoy se desempeña contadora auditor. Raúl, es profesor de Educación Física y hoy se prepara para heredar la administración del local de su padre. Lili, su tercera hija, es abogada. Pablo es periodista de Canal 2 y el quinto miembro es Milton, profesor de Educación Física.
"No creo que lo haya hecho tan mal como verdulero y papá. Eso es lo que me llena de orgullo: ver a mis hijos profesionales. Eso es lo que me hace más feliz, más que cualquier otra cosa, porque los veo contentos a todos y siendo felices en lo que hacen", declara.
Raúl Medina ha estado en cinco periodos dentro de la directiva del sindicato del mercado de San Antonio. Coordinó importantes eventos como dirigente. Como las presentaciones de Pachuco, la Sonora de Tommy Rey para juntar dineros y pavimentar el lugar.
"Se hicieron varias cosas: las barreras de los locales, la sede", cuenta.
En marzo, finalmente, Raúl Medina dejará el rubro luego de 39 años de estar viviendo entre las frutas y las verduras. Su hijo tomará las riendas de los tres locales en los cuales trabaja actualmente, además de otros dos que arrienda en el mismo lugar.
"Ya cumplí mi ciclo ahora me voy a trabajar en otras cosas pero más tranquilo", culmina Raúl. J




