María Guzmán, la suplementera que lleva 60 años al pie del cañón en Cartagena
Por las manos de María Guzmán han pasado las grandes noticias de las últimas seis décadas. Tiene 77 años y desde pequeña acompañaba a su padre en el oficio de suplementera en la Playa Chica de Cartagena.
Cuando cumplió los 18 comenzó a trabajar oficialmente para su progenitor, sin embargo, ella creció entre diarios y revistas. Si hay alguien que ha dedicado su vida al negocio de los medios impresos, esa es María.
A mediados de la década de los cincuenta, cuando comenzó a vender periódicos, el balneario más popular de Chile era muy distinto a lo que es ahora. Por aquel entonces no había diarios locales y los que llegaban de Santiago se leían como pan caliente. "Ahora la gente lee por internet", dice la mujer.
"Antes era mucho más tranquilo. Daba gusto trabajar para la gente que venía en esos años. No andaba con el miedo de ahora, que te pueden cogotear", cuenta la abuelita, quien en abril pasado fue víctima de un robo por primera vez en más de medio siglo.
"Se me han entrado dos veces en el último tiempo. Nunca me había pasado", se lamenta.
negocio familiar
La vecina de la población Carlos Condell de Cartagena agradece todos los días a su padre, fallecido hace más de una década, por haberle heredado el negocio, que ahora ella espera dejar en manos de su hija Cecilia Cartes, quien al igual que su madre se crió al interior del quiosco.
"Yo espero algún día seguir como suplementera. Hay mucha gente que vende el diario acá en Cartagena, pero no son suplementeros de verdad. Nosotros y mi mamá, sí somos", asegura Cecilia.
las desgracias
Ambas son testigos de la tranquilidad del mar y también de su furia. En más de sesenta años han visto decenas de ahogados en la bahía.
María confiesa que no olvidará nunca a Alberto, un hombre que llegó de Valparaíso al Litoral de los Poetas y que se dedicó a cuidar autos y garzonear en el sector.
Lamentablemente, el sujeto "era bueno para tomar y un día que el mar creció fue alcanzado por las olas mientras dormía" al borde de la terraza.
"Le prendo velitas siempre. Él llegaba siempre a pedirme cigarros", cuenta.
A ratos se pierde la noción del tiempo, pero recuerda claramente el cuerpo de otro muchacho que falleció en las aguas y que cuando lo rescataron de entre los roqueríos estaba repleto de jaibas.
"A mí me gustaba mucho comer de esas cosas, pero cuando vi que salían de adentro del cuerpo dejé de comerlas", rememora con espanto.
Cecilia también mantiene fresco en su memoria un episodio vivido hace más de treinta años. Ella era una jovencita y estaba con María trabajando cuando un grupo de lolos fue arrastrado por las olas. "Eran como seis y súper niños. No tenían más de dieciséis años", calcula.
"La gente les tiró sogas. Les ayudaron como pudieron, pero no se pudo. Un niño se tiró a ayudarlos y también murió. Fue una gran tragedia", agrega Cecilia.
Su mamá asiente con la cabeza recordando. "Es una pena cuando pasan esas cosas. Nos ha tocado ver a tantos muertitos", asegura.
no se va
-No, estoy bien acá. Siempre al pie del cañón. Me conocen todos por acá y cuando hay gente que no me ha visto en mucho tiempo después vuelven y se sorprenden de que sigo. Yo les digo a ellos que estoy vivita y coleando.
-Claro, antes eran distintos. Llegaban en tren y venían a quedarse quince días, un mes completo. Ahora vienen por tres días o el fin de semana. Y ahora llega mucho curado y después no se van.
-No, yo me quedo acá. Paso más acá que en la casa. Y el doctor me dijo que tengo que quedarme afuera mirando, adentro, encerrada en el quiosco, me da depresión.
-Cuando me muera, antes no. J