Orlando Álvarez, el "Gorrión de Placilla" que lleva más de setenta años cantando rancheras
Cuando Orlando Álvarez toma el micrófono y sube al escenario se transforma en otra persona. Se convierte en el "Gorrión de Placilla", el dueño de una voz inigualable que se mantiene casi intacta después de 77 años de vida.
El hombre recuerda que canta desde los once años, cuando a mediados de la década de los cincuenta representaba a su colegio, la Escuela Uno del cerro Alegre, en campeonatos artísticos.
Siempre fue aplaudido y reconocido por tener un timbre que lo diferenciaba de los demás intérpretes.
Un profesor del mismo recinto, Rafael Godoy, lo bautizó como el "Gorrión de Placilla", por su talento vocal y también por el sector en que vive, el mismo de toda la vida.
A diferencia de su voz, los estudios duraron poco. Eran tiempos difíciles y era necesario trabajar para llevar dinero al hogar.
Hacía el aseo en la farmacia Principal, una que se emplazaba en pleno centro de San Antonio. Partió con una escoba y terminó atendiendo el mostrador. Siempre quiso mejorar.
"Era una pega buena. Empecé de abajo y cuando salí de ahí estaba leyendo las recetas de los doctores y atendiendo a la gente", recuerda.
Y de su labor en la botica pasó al lugar en que descansan aquellos que ya no tienen remedio: el cementerio.
"No fallé nunca. Estuve veinte años y al final me tuve que ir porque estaba mal de los nervios".
El sanantonino confiesa que se apartó del camposanto porque después del terremoto de 1985 quedó muy afectado por todo lo que debió ver.
"La devastación fue muy grande. Se cayeron muchos nichos y quedó la escoba. No fue grato eso", rememora aún con espanto.
Asegura que estar tan cerca de la muerte le empezó a pasar la cuenta y que "algo me entró a los nervios -repite mientras se pasa la mano derecha por el brazo izquierdo- como que me entraba algo al cuerpo. Ya no podía estar y empecé a hablar para irme".
"No podía estar tranquilo. Me tomaba como diez diazepam al día para poder trabajar ahí", agrega.
rebuenos
feliz cantando
Reconoce que cuando está frente a una orquesta le pican las manos para tomar el micrófono. Cuenta que hace unas semanas estuvo en un matrimonio y que le comenzaron a pedir que cantara.
Se hizo el difícil, pero se moría de ganas.
Cuando entonó el primer verso ya era "El Gorrión". Interpretó seis temas de una pasadita.
"...Pero la puerta no es la culpable, que tú por dentro estés llorando tú a mí me quieres y yo te quiero la puerta negra sale sobrando...".
Las canciones
No tiene canciones favoritas, pero sabe cientos, tal vez miles. En más de seis décadas ha recorrido todos los escenarios, teatros y sedes sociales de la zona.
En los sesenta y principios de los setenta, periodo de esplendor de la música en vivo, cantó en todos los anfiteatros acompañados de grupos como Los Llaneros de la Frontera (dúo ranchero de las cercanías de Buin conocidos en todo el país) y Eliseo Guevara, otro charro igual de reconocido entre los seguidores de este estilo.
"Siempre me aprendí todas las letras de memoria. Las escuchaba una vez en la radio o donde fuera y de a poco se me iban quedando. Antes no existían los adelantos que hay ahora. Había cancioneros, pero nunca los ocupé", relata.
"Anduve por todas partes con mucha gente. En San Antonio había varios teatros. Fui a la radio Sargento Aldea y a Melipilla también".
con orquesta
-No, no me gusta, porque si uno se turba, cosa que nunca, pero nunca, me ha pasado se notaría. En cambio, con la orquesta no, porque me esperarían.
-Bien. Siempre he estado dentro de los mejores.
-No, nunca. Yo siempre dije que si tenía una pifia no cantaba nunca más, pero en todos los años no ha pasado.
-La mayoría del tiempo, es como a lo que me he dedicado más con el traje y todo, pero también canto tangos, boleros, vals peruanos, paso doble español. Incluso hasta me vestí de huaso. Una vez fui a Cartagena y quedé tercero en una competencia donde había gente de todo el país. No lo pensé nunca. Me bastaba con estar dentro de los diez mejores.
-Sí, es que uno tiene que hacerlo bien. Hace unos tres o cuatro años. Estuve en el Montemar y gané. También iba por lo mismo. Mientras no quedara en el último lugar me daba por ganado, pero quedé entre los seis mejores, luego entre los tres y luego quedé solo en el escenario. No me había dado cuenta que había ganado hasta que un chiquillo me dijo.
-Ni se imagina. Había 1.700 personas ese día. Yo soy feliz haciendo estoy y seguiré hasta que me vaya a la tumba. J