Olores
La brisa del sur viene nauseabunda, pero no es su culpa, porque en su afán de mantener limpia la fuente de salud llolleína, barre cualquier fetidez lejos de su punto de origen impregnándolo todo con un olor a chiquerillo viejo, como ese de las porquerizas de antaño con chanchos revolcándose en el barro a su regalado gusto. Sobre chanchos hay abundante material en la literatura y en la fantasía universal. Los tahúres criollos tenían como pretexto para jugar "al monte" la rifa de una apetitosa cabeza de chancho, en madrugadas de ases, reyes, sotas, espadas y bastos. Al "Cuco", chancho "curao" y bolsero, que conocí, se le "calentaba el hocico" con las fuentes de chicha que le daban los rayueleros de San Javier de Loncomilla quienes gozaban al verlo irse tambaleante a "dormir la mona" al fondo del patio y volver cada vez con más sed y más odioso.
Chanchos aparte, simpáticos y de costillares generosos, el tema tiene una contraparte sucia como ocurre en Freirina o en El Convento, y necesario es decir que esta hediondez no emana de porquerizas viejas sino de un edificio anónimo ubicado en la recién pavimentada calle Portales donde opera una estación de paso de aguas servidas, sin seña alguna de operarios, teléfonos ni identidades responsables de su manejo. Este mal olor, persistente y pegajoso, especialmente en días de calor, no es como el del ácido sulfúrico de todos conocido, ni el de los silos de Angamos, ni el de la cabecera sur del Bellamar; este olor es un olor propio del pozo negro, anónimo e irrespirable que echó raíces en el sector habitacional de la calle Portales, la vía alternativa que accede al Puente Llollito en construcción.
Un foco de contaminación de esta envergadura inserto en el radio urbano, donde no debiera estar, es una agresión flagrante contra el medio ambiente y un perjuicio directo para el aire puro de Llolleo, la "ciudad de castigo" ubicada en las inmediaciones de un progreso que no es tal.
Una pestilencia anti-personal.
Digo yo.
RAMÓN ACUÑA