Carlos y Jaqueline, los maestros del pollo asado en Cartagena
Eran de Santiago, pero se establecieron en el balneario, lugar en que se conocieron y enamoraron. Con su experiencia, aseguran que los turistas gastan cada vez menos y que para los comerciantes establecidos la situación es complicada.
Carlos Castro llegó jovencito a Cartagena pensando en tener unas lindas vacaciones. Al poco tiempo se encontró con Jaqueline, una lolita que vendía churros en la Terraza junto a su madre, y comenzaron una relación amorosa.
Por entonces, hace más de treinta años, ambos residían en Santiago y decidieron continuar el pololeo en la capital.
"Esto partió como un amor de verano, pero seguimos juntos hasta el día de hoy. Pololeamos y después nos casamos", cuenta Carlos.
Entre bromas dice que fue "una desgracia" y que eso lo ató para siempre al balneario.
Hace quince años fundó el Papi Pollo, un local que, como su nombre lo indica, ofrece deliciosos pollos asados.
Carlos conversa con diario El Líder sentado en la caja registradora. Su señora, Jaqueline Valenzuela, no se detiene ni por un segundo. Está ocupada preparando empanadas o atendiendo a sus fieles clientes. Él está bien informado, a su lado tiene varios ejemplares del diario El Líder y también varios de circulación nacional.
Los años de esplendor
Carlos aclara que en esta entrevista quiere "decir la verdad, porque la tele solo muestra tonteras de Cartagena".
"La cosa está muy mala", sentencia con seguridad. Y agrega: "cuando yo empecé hace unos catorce o quince años atrás, la gente hacía colas para comprar un pollo asado. Tenía que darles un número y antes de abrir ya tenía unos sesenta vendidos".
En una temporada podía vender hasta siete mil pollos. Ahora con suerte llega a mil quinientos. "Y en lo que queda de este verano no creo que lleguemos a eso", estima.
Carlos está molesto. Asegura que la gente viene menos y que ha aumentado la inseguridad en el balneario.
"La tele viene todos los años y solo se quedan en la anécdota, en la señora gordita, en los que están tomando en la playa, pero nadie ha dicho lo mal que lo estamos pasando nosotros, los vendedores establecidos", se queja.
"Los inspectores son puros palos blancos y no hacen nada en contra de los ambulantes que están sin permiso perjudicando a los que estamos establecidos".
Los tiempos no son nada buenos para el "Papi Pollo". "Ahora solo vienen las municipalidades de Santiago con todo pagado. La cantidad de gente que viene a la playa no quiere decir que a nosotros nos esté yendo bien", comenta.
"Me da dos helados", interrumpe un hombre moreno.
Carlos lo atiende. El cliente le entrega un billete y de vuelta recibe unas monedas y los helados.
"Hemos tenido que buscar la forma de mantener el negocio. Tenemos una variedad de empanadas que hacemos nosotros mismos", detalla.
Con nostalgia y melancolía se lamenta de lo mucho que ha cambiado la playa más popular de Chile.
"Hay mucho copete y drogas. Hasta gente para trabajar falta. Este año traje gente de Santiago. Antes había una fila pidiéndome pega, pero ahora ni eso. Una vez les pagué y al otro día no llegó nadie. Por eso ahora prefiero hacer las cosas así".
Seguir adelante
A pesar del negro panorama, Carlos está dispuesto a dar la batalla para mantener su negocio a flote.
"Voy a seguir nomás. Ya no da como antes, pero al Papi Pollo le queda cuerda para rato", dice con ímpetu justo cuando una clienta lo interrumpe.
"Me da una empanada de pollo con queso", pide la mujer. Estira la mano con un billete de diez mil pesos y empieza a preguntar a los dos niños que iban con ella si acaso también querían algo. Nos alejamos para dejar al hombre trabajar. A la vuelta está más relajado.
"Con mi señora nos hemos sacado la cresta para esto y estamos orgullosos. Yo, por ejemplo, no me dedico todo el año a esto. Tengo una empresa de camiones acá en el puerto. Empecé como chofer y ahora soy dueño".
Emprendedores
Lo que resalta con más alegría es su fonda en el parque O'Higgins, "La Rinconada".
"La gente no nos cree, pero fuimos los primeros en llevar los terremotos y las parrilladas a las fondas", asegura con orgullo.
"Los terremotos se vendían solo en el restaurant El Hoyo, en Santiago, y con mi señora íbamos mucho, entonces se nos ocurrió que podíamos llevar eso a la fonda. Justo teníamos pipeño, nos faltaba el helado de piña nomás", cuenta.
"La gente compraba de monos nomás, porque veían pasar un jarro con heladito y decían déme lo mismo que llevan ahí. Se empezaron a ir por lo dulce y terminaron todos cocidos de curados. Al otro año todos los locales empezaron con la misma".
"Con las parrilladas pasó lo mismo. También eran de locales establecidos y a nosotros se nos ocurrió llevarlas a las fondas. Después nos copiaron todos".
La tentación
Es pasado el mediodía y los clientes comienzan a interrumpir con mayor frecuencia, pero ninguno de ellos compra pollo asado. La conversación se pone más entretenida, pero el olor es tentador.
Si para nosotros, este periodista y un reportero gráfico, es difícil calmar las tripas, no quiero ni imaginar lo difícil que debe ser para Carlos.
Estuvo cinco días internado en el hospital de San Antonio aquejado de una arritmia. ¿La culpa? El estrés.
"Un día estaba acá y como que exploté. No es que me haya desmayado, pero me empecé a sentir mal. Me llevaron a la posta y de ahí urgente al hospital", recuerda.
-Pucha, tiene que cuidarse nomás…
-Así es.
-Oiga, no me diga que come puro pollo asado con papas fritas.
-Imagínese. ¿Cuándo el curado deja de tomar, si es que deja de tomar? Cuando ya lo están obligando y no le queda de otra. Igual mi señora me reta porque el olor al pollo asado, el churrasco y las pizzas es irresistible. Es difícil no comer.
Veo pasar una empanada calentita y le creo de inmediato. Era una hecha para los amigos de la prensa. Ojalá que al hombre le guste esta nota, porque si de la empanada se trata… estaba buena, buena, buena. (pollo con queso, por si acaso).