Secciones

La argolla de matrimonio se volvió una pesadilla para sanantonina

Bernardita Lagos cuenta cómo su anillo de bodas terminó arrancándole el dedo anular. La joya se le enredó en una reja mientras trabajaba limpiando un jardín. Ahora ella y su familia viven un profundo drama.
E-mail Compartir

Karem Pizarro Chacón

Bernardita Lagos Alvarez (43) llevaba más de 20 años viviendo con su pareja y ya habían formado una gran familia con cuatro hijos y cinco nietos. Sin embargo, su sueño de casarse y lucir un hermoso anillo de matrimonio en su mano no lo había podido cumplir.

El 16 de enero del año pasado su anhelo se hizo realidad. Se casó con el padre de sus hijos y amor de su vida, Roberto Soto Campos (53), un esforzado sanantonino que se las rebusca en uno y otro trabajo para llevar el sustento a su familia.

La ceremonia fue sencilla, pero contaba con todo lo que la pareja había soñado: el vestido blanco y radiante, las argollas y todos sus invitados.

Trabajadores

Ambos se conocieron trabajando y ella nunca dejó de contribuir al hogar.

Fue así como, buscando nuevas oportunidades, Bernardita y Roberto partieron con toda su familia a Puangue, en la comuna de Melipilla, donde comenzaron a trabajar como cuidadores de una parcela.

Ella fue contratada como la encargada de mantener la propiedad y podía vivir junto a los suyos en una pequeña propiedad ubicada al interior del predio.

Dentro de sus tareas habituales estaba cuidar y limpiar el jardín de la casa patronal, un trabajo que demandaba mucha constancia, pero además una fuerza con la que nunca flaqueó.

En esos menesteres se encontraba en septiembre pasado. La orden de su patrona le indicaba que debía poner todas las ramas y hojas del jardín al otro lado de una reja. El portón de este cerco permanecía cerrado con una llave que ella no manejaba y, considerando su baja estatura, Bernardita se encaramó en un muro y comenzó a lanzar las ramas hacia el otro lado, sin adoptar ninguna medida de seguridad.

Una vez que terminó de lanzar las ramas, pegó un salto para volver al piso, sin percatarse que su argolla de matrimonio se había enredado en una punta de la parte alta de la reja.

Al caer, con espanto se dio cuenta que no tenía su dedo anular. Quedó en shock.

"Mi dedo había quedado pegado arriba, en la reja, y mi hija lo tuvo que sacar para llevarlo con hielo hasta el hospital, pero ya no había nada que hacer. Cuando llegamos al hospital Traumatológico de Santiago me dijeron que era imposible salvar el dedo y la enfermera lo tomó delante mío y lo tiró a la basura", comenta Bernardita, recordando al borde del llanto el cruel episodio que le tenía preparado el destino.

Siete meses

"Ese dedo y esa argolla eran súper importantes para mí, porque demostraban que yo estoy casada con el hombre que amo y ahora no me sirve de nada", añade calculando que el anillo estuvo en su mano sólo siete meses.

Antes de este trágico hecho que marcó la vida de esta sanantonina, ella nunca había conocido algún caso de personas que perdieran un dedo por el corte ocasionado por un anillo. "Después de lo que viví, he sabido de muchos casos muy similares. Incluso la segunda vez que me operaron, yo estaba llorando desconsolada en el pabellón y una enfermera se me acercó, me consoló y me mostró su mano. También le faltaba el mismo dedo. Ella lo había perdido cuando estaba en el liceo. Se había tratado de arrancar por una reja para hacer la cimarra y se le enganchó el anillo cuando saltó. Es terrible, pero es mucho más común de lo que uno cree", resume.

Trabajo

Pero la tragedia de Bernardita no terminó ahí. Roberto, su marido, dejó su trabajo en una avícola de Melipilla para acompañarla a todas las citas médicas y las curaciones en Santiago. "Él habló con mi patrona y se hizo cargo de mi trabajo como reemplazo, pero para mantenernos y costear todos los gastos de viajes a Santiago y los medicamentos comenzamos a endeudarnos tanto, que ahora ya no tenemos cómo pagar", agrega.

Mientras, ella sigue con licencia médica, pero dentro de las próximas semanas deberá reintegrarse a su trabajo, aunque señala que no se siente preparada sicológicamente para volver a hacer lo mismo que antes.

"El trauma fue tan grande que no quiero enfrentarme de nuevo a lo mismo, por eso estoy buscando trabajo en cualquier parte, haciendo aseo, cuidando niños, pero no puedo ver ese jardín. Es un miedo terrible el que siento", revela.

Sin embargo, ese trabajo es el que le permite tener un techo donde cobijar a los ocho integrantes de su familia (tres hijos y tres nietos) y por el momento no cuenta con otro lugar para vivir.

"Lo ideal para nosotros sería volver a San Antonio, pero no tenemos cómo arrendar una casa, ni un trabajo para Roberto y para mí que nos permita pagar todos esos gastos", añade.

La pesadilla por el anillo de bodas ha involucrado a toda su familia. "Al principio no podía ver a nadie con anillo. Mis hermanas o mis hijas se tenían que sacar sus joyas para ir a verme y el tema era recurrente, porque a todas les pedía que no lo usaran porque era demasiado peligroso. Pero ahora, después de varios meses, ya lo he superado un poco y puedo ver a otras personas con argollas. Incluso, yo estoy usando un reloj, con una correa blanda, lo que al menos es un progreso para mí", dice mirando la hora.

Por el momento, Bernardita y Roberto están tratando de agotar todos los recursos para sacar adelante a su familia. Y, aparte de buscar trabajo en distintos lugares, también piensan acudir a la junta de vecinos o a un club deportivo para poder gestionar unas rifas o lotas para juntar dinero y pagar sus deudas.

"Hubo dos meses en que no me pagaron las licencias y el panorama se vio muy complicado, porque teníamos que tener plata para viajar a las terapias y también para sostener la casa. Nos conseguimos plata, pero hoy son deudas que tenemos que pagar", insiste.

Bernardita cuenta que ella y su familia creen que la solución a todos sus problemas estaría volviendo a San Antonio, ya que sienten que esa parcela en Puangue marcó sus vidas con malos momentos.

año malo

"Meses antes de mi accidente habíamos sufrido un asalto muy terrible en esa parcela. Siete hombres encapuchados con armas de todo tipo se metieron por nuestra casa y nos mantuvieron de rehenes mientras robaban en la casa de los patrones. Eso ya había sido terrible para todos nosotros", cuenta con la voz entrecortada por la angustia al recordar el violento episodio.

Y en la desesperación por querer olvidar toda esta tragedia, Bernardita no pierde las esperanzas de retornar a San Antonio.

"Mi único sueño ahora es poder salir de allá (Puangue) y tener donde llegar acá, porque no quiero seguir allá. No puedo. Mi vida la hice en San Antonio y acá está toda mi familia. Allá estamos muy desprotegidos y me deprimo cada día más en ese lugar", comenta.

Para cualquier tipo de ayuda, el teléfono de Bernardita es el 950252322.

Registra visita