La milagrosa historia de don Luciano, el maestro del pool
Luciano Jara León aprendió el arte de la mueblería cincuenta años atrás en su natal San Bernardo. Hace tres décadas se instaló en Llolleo huyendo del calor de la capital. En la actualidad es el único que hace mesas de pool en la zona.
A pesar de sus 76 años y de una compleja operación al corazón, Luciano Jara se mueve como un muchacho a la hora de hacer mesas de pool.
Sabe a la perfección como encajar cada pieza para que quede una obra maestra. Y no es para menos. "Don Luciano", como es conocido en el mundo de los pool, lleva 50 años dedicado a fabricar estos artículos y es en la actualidad, el único mueblista de San Antonio que se dedica a hacerlos.
Sus orígenes en el rubro de la madera se remontan a la década los sesenta, cuando siendo un veinteañero se aventuró con un taller de muebles. Aprendió el oficio prácticamente solo siguiendo los pasos de su hermano y de su cuñado, también mueblistas.
"Iba los días sábado al taller en que trabajaban ellos a hacer patas y cosas pequeñas. Un día, el dueño me dijo que hiciera veladores y bueno, me puse a hacer veladores", cuenta.
Ya instalado con su propio negocio, el que llegó a tener hasta 18 maestros, fue invitado a un salón de pool por sus amigos. En ese momento cambió todo.
"En la esquina de donde estaba mi fábrica había un salón y yo no había entrado nunca. Me llevaron a jugar y me quedó gustando. Le dije al dueño que iría después para que me enseñara y en eso me empecé a fijar en las mesas para hacer una yo", dice.
"Don Luciano" confiesa que al principio se envició un poco con el juego. Sin embargo, eso no nubló su buen ojo para los negocios. Se instaló con cuatro mesas en su casa de San Bernardo, en Santiago. Siempre quiso trabajar por sí mismo.
A san antonio
Por entonces, hace unos treinta años, era asiduo visitante de San Antonio. Unos de sus hermanos se desempeñaba como carabinero en Llolleo.
"Venía a verlo y un día se me ocurrió quedarme", agrega.
"Me vine arrancando de los patos malos y del calor, porque cuando en Santiago hace calor, hace calor".
Se instaló con camas y petacas junto a su esposa, María Vargas y continuó en el oficio. Abrió un salón de pool con su nombre en un subterráneo, en la intersección de José Miguel Carrera, con Divina Providencia, a pasos de la plaza de Llolleo. Mantuvo el boliche por 25 años.
Con nostalgia hoy recuerda que tuvo que cerras las puertas del local por razones de salud. El trasnoche, el alcohol y el cigarrillo le pasaron la cuenta.
Jara estuvo al borde la muerte, pero no nos adelantemos…vamos por parte.
Sentado en su nuevo emprendimiento, el local de alimento para mascotas "Don Luciano", ubicado a un costado de su antiguo salón, cuenta con orgullo que su establecimiento era de "buen ambiente" y que nunca permitió "viciosos".
"Habían algunos que llegaban preguntando si acaso vendía pitos y yo les decía que no. Que acá era solo juego. Yo al principio, antes de entrar a un lugar como ese, pensaba que estaba lleno de malacatosos, de gallos tajeados, pero no es así. El dueño hace su lugar, es él quien limpia a la gente", relata.
"En mi negocio hacía campeonatos. Ordenaba a los jugadores por estrellas, del uno al cuatro y los hacía competir. Era bien organizado", detalla.
La salud
Hace cinco años se cambió de recinto a unos pocos pasos y cambió radicalmente de rubro. Ahora vende alimentos para mascotas y también tiene máquinas de juegos. Mantiene el nombre y la pega de hacer mesas en su taller ubicado en la localidad de San Juan. ¿El motivo? Como ya lo decíamos, su corazón no resistía más el ritmo de la vida nocturna.
Fue sometido a una compleja operación cardíaca. Él la describe en palabras sencillas. "Me abrieron, me sacaron el corazón, lo arreglaron, lo metieron otra vez y me cerraron", indica mostrando la cicatriz en su pecho.
En honor a la verdad, fue un procedimiento mucho más difícil que eso. Le extrajeron venas desde una de las piernas para reemplazar las que se habían dañado en su corazón. Aunque la intervención era muy riesgosa y las posibilidades de sobrevivir eran bajas. Se entregó al destino y entró sin miedo al pabellón.
"Un nieta, que ahora estudia Sicología en la universidad, me dijo: 'Tata, si no va a sentir nada' y me envalentoné", revela.
-¿Cómo eso de que le sacaron el corazón?
-Me hicieron tres bypass. Tenía unas arterias y el tronco del corazón mal.
-¿Y sentía algún dolor?
-En la operación nada, después un poco, pero eso no fue nada.
-¿Se acuerda algo de la operación?
-Sí, estaba conectado, lleno de mangueras. Estuve en Terapia Intensiva y a los dos días de la operación me dio un ataque coronario.
-¡Miércale!
-Vi que entraron los doctores a la sala, eran unos doce, y escuché que decían pónganle un milígramo de no se qué cosa y luego empecé a escuchar cada vez más lejos, pero no perdí los sentidos, por algo estoy acá. No sentía dolor, pero temblaba. Era como si me hubiera estado dando la corriente, temblando. Eso fue porque me faltaba oxígeno en el corazón.
-Estuvo a punto…
-Claro, si yo veía que cuando a alguien de las demás personas que estaban conmigo en la sala les pasaba lo mismo, salían con ellos en las camillas y después las devolvían vacías.
-Igual es súper riesgoso someterse a una intervención de esas características a su edad.
-Yo le pregunté a la anestesista cuássntas posibilidades tenía y me dijo que como el uno o el dos por ciento. Porque además tengo diabetes, tabaquismo y no sé cuántas cosas más.
Milagro
Cuando despertó de la intervención, su médico le dijo que tenía que cambiarse el nombre, que de ahora en adelante era "Don Milagros" y no "Don Luciano.
Tristemente, el peor de los daños a su corazón no fue algo físico, sino que vino después cuando enviudó luego de 52 años de matrimonio. Dice que extraña mucho a su señora, que no es capaz de entrar a la casa que compartieron por años en Llolleo, pero trata de mantenerse ocupado y las mesas de pool son una de esas distracciones.
Si quiere cotizar por uno de estos exclusivos productos, puede hacerlo llamando al 994640026 o en su local ubicado en José Miguel Carrera 312.