Las mil y una historias de los abuelitos del hogar de ancianos
El Hogar Las Tres Marías tiene a su cuidado a 23 abuelitos y 23 historias que están dispuestas a ser narradas con lujo de detalles por sus personajes principales.
En el Hogar de Ancianos Las Tres Marías, ubicado en la calle Santa Lucía 81, Llolleo, viven 23 abuelitos que esperan con ansias recibir la visita de sus familiares o de alguien que simplemente quiera escuchar sus historias y acompañarlos durante la tarde.
En el pasillo del recinto, sentado en una mesa que sirve como un pequeño taller de artesanía, está Jorge Abarca (74) tomando una agüita de yerbas, luego de almorzar.
Hace ocho años Jorge vivía en San Juan y tenía una vida completamente normal. Trabajaba todos los días como maestro constructor, hasta que de un momento a otro todo cambió. "Estaba trabajando y de repente noté que no estaba viendo. Me senté, prendí la luz y me di cuenta que estaba ciego. Pero a los 20 minutos volví a ver", relata Abarca.
Pero este hecho fue sólo un aviso de lo que pasaría después. Luego de unos meses, Juan nunca más volvió a ver la luz del sol. "Me da pena recordar porque ahora estoy ciego y no puedo trabajar", comenta mientras se seca las lágrimas.
Pero convertirse en no vidente no le quitó las ganas de seguir adelante. "No me gusta hacer nada. Tengo tanto deseo de que alguien me dé trabajo", confiesa Jorge.
Él estaba acostumbrado a ser un hombre activo. A los once años trabajó en una residencial para repartir viandas. Después lo ascendieron a ayudante de cocina y finalmente fue garzón.
Luego del Mundial de 62 se fue a Valparaíso a seguir laburando, pero le estaba yendo mal. "Había un garzón antiguo, y a él le daban las mesas con más gente", recuerda.
Pero como no hay mal que por bien no venga, en ese mismo local conoció a sus futuros compañeros de trabajo. "Un día había una mesa con obreros de la construcción. Ellos se dieron cuenta que no me estaba yendo bien y me dijeron que a fin de mes me llevarían a trabajar a la construcción".
Por ese entonces Don Jorge no sabía ni golpear un clavo. Pero las ganas de aprender no le faltaban. Primero fue jornalero y con el tiempo llegó a ser maestro. "Yo soy ciego, pero estoy activo para trabajar", recalca.
Ahora se dedica a fabricar cucharones y tenedores de madera con las tablas que encuentra. "Las hago con mucho cuidado, me guío con mis manos y las lijo para que queden suaves", aclara.
Casi 100 años
Andrés Herrera tuvo que dejar a su padre de 98 años, Roberto Herrera, en el hogar luego de que se enfermara y no pudiera cuidarlo.
En una de las habitaciones del hogar está descansando don Roberto, que se alegra con la visita de Diario El Líder.
Por su avanzada edad no escuchaba muy bien, pero se da el tiempo de compartir algo de su vida. "Acá me tratan bien y por ahí tengo una polola", dice tirando la talla.
En el hogar lleva tres meses y su hijo Andrés aclara que "está bien atendido. Es el lugar que más le gusta a él".
Don Roberto revela que "estoy bien, pero me quiero ir para la casa".
Su hijo lo visita muy seguido, y mientras lo besa en la frente cuenta a carcajadas que "yo le digo que es mi guagua, porque tiene dos años. Dos años para llegar a cien".
LA deportista
En la mesa del comedor María Teresa Wallis (76) almuerza una rica y sabrosa cazuela de ave.
Ella llegó hace un año al recinto y narra orgullosa que en su juventud le encantaba jugar básquetbol. "Participé en la selección de San Antonio".
María Teresa nunca se casó ni tuvo hijos. Por eso ingresó al hogar por decisión propia. "Acá son muy buenas personas", confidencia.
A ella le gusta pasar sus días descansando al interior de la residencia. "No me gusta salir a la calle. Me da flojera, eso es lo más grande que uno tiene", finaliza riendo.
El futbolero
Isaías Gutiérrez (76) nació en Rancagua pero desde muy niño se lo trajeron a vivir a San Antonio.
En su familia había cuatro hombre y cuatro mujeres. "Miti mota. Éramos ocho en total", explica sonriente.
Sus primeros años de estudios los realizó en la Escuela Uno. "Era bueno para machucar membrillo", cuenta como chiste.
No le gustaba estudiar y prefería jugar a la pelota. "Mis hermanos jugaban en el SAU. Yo fui seleccionado de fútbol de San Antonio".
Isaías es un tipo humilde. Se crió con la pelota en sus pies, pero parece que eso no fue suficiente. "No era muy bueno. Cuando tenía 18 jugaba de defensa y hacía puro autogoles", confiesa riéndose de sí mismo.
Pero no todo fue entretención en su vida. Gutiérrez tenía que ayudar a su padre en la zapatería, pegando y arreglando zapatos. "Me sobraba neoprén", indica con humor.
A los 22 años se casó. "Me casaron para que no me arrancara", lanza sin dejar de tirar la talla.
Los hijos no demoraron en llegar. Tuvo cinco niños. "Antes se cortaba mucho la luz jajaja".
Él llegó hace 4 años al hogar, luego de que recibiera un golpe en su cabeza mientras su casa se incendiaba. "Perdí hasta la noción del tiempo", recuerda.
Durante estos años ha disfrutado de la compañía de los otros residentes de Las Tres Marías. "Acá la pasamos bien, aunque algunos se ponen porfiados".
la historia
Este hogar de ancianos nació en 2010, cuando un grupo de mujeres quedó desempleado, pero con la vocación de ayudar a los adultos mayores a flor de piel.
"Nosotras trabajábamos en el Hogar de Cristo. Después de un tiempo cerraron y nos quedamos sin trabajo. Los abuelitos se los llevaron a otras partes de la Quinta Región", cuenta María del Canto, una de las propietarias del recinto.
Cuando estas mujeres iniciaron su proyecto para ayudar a la tercera edad, debieron arreglar, limpiar y pintar la propiedad para que quedara apta para los adultos mayores.
La administración hace hincapié en que "los abuelitos necesitan compañía, alguien que escuche sus historias, porque ellos tienen mucha sabiduría". Por eso el hogar quiere integrar a las familias de los moradores a participar del Taller de Cuentacuentos realizado por el Centro Cultural de San Antonio y así pasar un buen rato con los ancianos.
"No es necesario que la gente que venga sea familiar. Todas las personas pueden venir a escucharlos hablar de sus vidas, ojalá una vez por semana porque los abuelitos necesitan mucho afecto", finaliza María del Canto.