Zapatero lleva más de 50 años de trabajo manteniendo la tradición
Jorge González aprendió a remendar zapatos cuando sólo tenía 17 años. Y aunque esta labor cada día es menos demandada, no deja de hacer lo que realmente le gusta.
Jorge González González (67) trabaja arduamente en su taller de zapatería mientras en la radio escucha la canción "Amor de Pobre" de Lucho Barrios, cantante que lo llena de recuerdos y lo hace revivir grandes momentos de su vida.
Cuando él era un niño vivía en el sector de Juan Aspeé. Se vestía con camisas, pantalones anchos y todo lo que pudiera parecerse a la cultura gitana. "Me gustan las canciones de Laslo Nicolich y la de Sandro", confiesa entre risas.
En el sector todos lo conocían por su simpatía y sus vecinos más ingeniosos le pusieron un apodo.
"Desde cabro me dicen Cuffi. Eso lo inventaron para no decirme negro, porque soy moreno. Entonces me decían café pero en inglés (sic). Cuando pidas un café tienes que decir 'me da un cuffi'", cuenta tirando la talla.
Él es uno de los pocos zapateros que van quedando en San Antonio. Trabajo de esfuerzo y mucha dedicación que está al borde de la extinción.
Su familia
Jorge proviene de una numerosa familia. En total eran doce hermanos. "Mi mamá en su primer matrimonio tuvo seis hijos y cuando conoció a mi papá tuvo seis más".
Estudió hasta tercero básico, después de aprender a leer y a escribir. Su padre falleció cuando sólo tenía nueve años y desde ese momento se apegó mucho a su madre.
"Me puse a trabajar a penas me di cuenta que era capaz. De a poco me fui ganando la vida".
Trabajos
A los 16 años trabajó en las pesqueras, pero el empleo era bastante inestable, así que decidió cambiar las redes por un par de tijeras y una peineta. Sin saber nada comenzó a trabajar en una peluquería.
-¿Cómo empezó a trabajar?
-Me tiré a cortar el pelo sin tener las herramientas. Así que tuve que conseguirme una tijera con una vecina. La tijera que me prestó era de costura, pesaba mucho y era muy grande. Después junté platita y me compré una que era especial para el cabello.
Los primeros clientes que se atrevieron a cortarse el pelo fueron unos escolares. "Corto bien el pelo, porque hasta ahora viene gente a mi casa. En diez minutos están listos", agrega con orgullo.
Último zapatero
A los 17 años comenzó a buscar un nuevo oficio para ganar un poco más de dinero.
"Llegué como mirón a una zapatería. Empecé a mirar cómo trabajaban, hasta que le pregunté al jefe si me daba pega, y de a poco me fui metiendo en el trabajo".
El local era un pequeño recinto de zapatería, que en los años sesenta era bastante concurrido. Los zapatos eran demasiado caros durante esa época, así que cuando a las personas se les rompía la suela o se les descosían, no quedaba más que ir al zapatero.
Dependiendo de la cantidad de pedidos, Jorge avisaba el tiempo que demoraría en arreglar el calzado, que generalmente no pasaban de los tres días.
-¿Cómo le fue en su nuevo trabajo?
-Me fue súper bien. Tuve buena memoria para aprender altiro. Era más rápido que el dueño, porque era más joven. Yo ganaba el 30% de los trabajo. Entonces de mil pesos ganaba 300.
Luego de cinco años lo despidieron. Agarró las herramientas que se había comprado durante su estadía en el local y se marchó, pero no antes de hablar con su jefe.
"Me llevé mis cosas, aunque el jefe me tenía que pagar una plata. Yo quería seguir trabajando de zapatero desde mi casa, pero me faltaba un motor (máquina para pulir). Al final cambiamos una cocina a gas por el motor con todo lo necesario para instalarme y trabajar altiro".
Nunca ha colgado un cartel avisando que es zapatero, pero la clientela nunca le ha faltado en el taller que mantiene en su casa en la Viuda. "Seguí trabajando en mi casa y la misma gente me empezó a ubicar para darme trabajo. Hasta ahora me ha ido bien", admite con humildad.
Hace cincuenta años se dedica a remendar zapatos, pero claramente el oficio ha sufrido una baja en la demanda lo que amenaza con acabar con este bello oficio.
-¿Cómo era esta pega hace 20 años ?
-En ese tiempo venían todos los días 10 personas, pero ahora vienen dos o tres personas y se pierden por semanas o meses. Cuando empezaron a traer zapatos importados, comenzó a disminuir mi trabajo. La gente prefiere comprarlos.
Su martillo de remendón y el yunque (artículo pasa sostener el calzado), hasta hoy lo acompañan en su casa, en donde desempeña su profesión con la alegría que lo caracteriza. "Me encanta ser zapatero".
50 años de amor
Entre los múltiples trabajos que desempeñó Jorge, estaba el de peoneta.
Un día, hace 50 años, iba con una carga al sur. Se detuvieron almorzar en un restaurante y la vio.
"La quedé mirando como cabro lacho. Tenía el pelo hasta la cintura. Era muy linda".
Jorge no tenía ni un sólo pelo de leso, así que devoró su plato para salir a la búsqueda de la hermosa dama que le había llamado la atención. Ella era María Ana Cecilia Núñez.
"Ella andaba viendo si alguien podía traerla a San Antonio, porque no había alcanzado la micro. Le pedí al chofer que la lleváramos, pero me dijo que cuando regresáramos de trabajar la ayudaríamos a volver a la ciudad", recuerda alegre.
El trabajo lo terminaron entrada la noche, era muy tarde. El pobre Jorge ya se había resignado a perderla, sin siquiera conocerla.
"Cuando llegamos al restaurante a comer algo todavía estaba. En el camión me fui sentado al lado de ella, llegamos a una bencinera y nos quedamos conversando. Ahí tuvimos el primer atraque ja,ja,ja. Me lancé altiro para no perder tiempo", cuenta mientras ríe.
Llegaron a la una de la mañana a San Antonio y como buen caballero la acompañó a su casa para que no le pasara nada. "Ese fue nuestro inicio. Estamos juntos hasta el día de hoy", agrega enamorado.
Alma dolida
Al inicio no tenían ni cama para dormir, pero Jorge se las ingenió para sacar adelante a su mujer y a su hijo que venía en camino.
El primero de sus tres hijos llevó su nombre. Con él iniciaron su familia, pero lamentablemente una mañana golpearon su puerta para informarle que su hijo había fallecido.
"Hace seis años me mataron a mi hijo. Fue a cazar conejos con unos amigos. Ahí se pusieron a tomar y se pelearon con las escopetas en las manos".
Según uno de los testigo, la pelea había acabado, incluso el hijo de Jorge había botado la escopeta al suelo. Pero en ese momento le dispararon.
El culpable sólo estuvo seis meses en la cárcel, y Jorge nunca más lo volvió a ver. "Nunca pidió disculpas", cuenta apenado.
Tras el fallecimiento de su hijos debió hacerse cargo de su nieto. "Es como si la vida me devolviera al hijo que perdimos".