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El lustrabotas que se convirtió en padre y madre para sus hijos

Ernesto Carrillo Sarmiento es un ejemplo. Su esposa lo abandonó y tuvo que hacerse cargo de sus hijos de tan sólo 13 y 4 años. Conozca acá su historia.
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En la calle Inmaculada Concepción con avenida Los Aromos son las diez de la mañana y Ernesto Carrillo Sarmiento (61) se sienta en su banquito para esperar que algún transeúnte se detenga a lustrarse los zapatos. Pueden pasar minutos, incluso horas para que alguien solicite sus servicios, pero él no pierde su optimismo y permanece ahí.

Pero detrás de esa sonrisa se esconde una historia de desamor, tristeza y llanto, pero que lo ha llevado a luchar con mucha fuerza por sus tesoros más preciados: sus dos hijos.

Ernesto, más conocido como "Chamaco", se casó en 1983 y como en todo matrimonio, la relación pasó por altos y bajos. Sin embargo el 2001 su esposa lo abandonó a él y a sus dos hijos.

Desde ese momento debió hacerse cargo de sus retoños de 13 y cuatro años.

"Se enamoró de otro y nos dejó botados. Yo doy gracias a Dios que he podido tirar a mis hijos para arriba", dice orgulloso.

Este sanantonino juntó peso a peso hasta que logró comprarse una casa en el sector de El Carmen para vivir con sus pequeños. La vivienda no tenía grandes lujos, sin embargo, fue el lugar preciso para criarlos y darles educación.

Ernesto ya sabía cocinar, planchar, barrer y hacer todo los quehaceres del hogar. "Yo toda mi vida he cocinado. Aprendí cuando me metía a la cocina de mi mamá".

Ahora, su hijo menor tiene 18 años y estudia mecánica automotriz. Por otro lado, su hija se casó y se fue a vivir a San Fernando. "Ambos han estudiado. Yo le dije a mis hijos que lo único que les podía dejar son los estudios".

Chamaco

Ernesto cuando pequeño vivió en Santo Domingo, luego se mudó con su familia a la población Juan Aspeé, hasta que finalmente se radicaron en el sector 30 de Marzo. "Llegamos allá cuando había apenas 16 casas, ahora está todo poblado".

Desde muy niño tuvo que abandonar los estudios para dedicarse a trabajar. "Con sólo ocho años tomé una pasta de zapatos y una escobilla y comencé a ganarme la vida", recuerda con nostalgia.

Con el dinero que ganaba lustrando zapatos en la calle ayudó a mantener a su familia, ya que su padre se encontraba sin trabajo.

"Yo casi ni fui al colegio, porque me puse a trabajar. Todo lo que sé lo aprendí en la calle", confiesa.

Ernesto aprendió a leer mirando los carteles de diversos negocios. "Por ejemplo, yo veía la 'R' de restauran y así fui leyendo. Uno aprende mucho en la calle", indica.

Pero ojo, estar casi toda su vida en la calle le ha pasado la cuenta, como explica. Se ha enfermado de los riñones, cadera, pies, manos, pero aún así sigue adelante con las mismas energías con las que sacó a sus hijos adelante.

-¿Cómo le iba en su trabajo al principio?

-Los primeros años ganaba harta plata. La gente de las pesqueras y las fábricas venían a lustrarse los zapatos casi todos los días. Uno ganaba hartas chauchas, se podía ir con los bolsillos llenos para la casa.

¿Cuánto sale la lustrada?

-Ahora la lustrada vale $600, pero la gente siempre me deja más porque me tiene cariño.

¿Cuánto dinero gana al día?

-Uno se lleva normalmente como 3 ó 4 lucas. Si está buena la cosa, me puedo llevar hasta cinco mil. Lo que pasa ahora es que la gente usa más zapatillas y chalas. Yo le lustro los zapatos a la clientela que me va quedando, porque sólo la gente mayor y los jubilados vienen para acá.

El "Chamaco" es conocido en San Antonio, así que algunos clientes se ponen la mano en el corazón y también en el bolsillo y le dan una que otra vez algún regalito.

"Me han dado 5 mil o 10 mil por una sola lustrada. Como la gente me conoce me ayuda. En la mañana un caballero me dio 3 mil, pero hace rato que no atiendo a nadie", describe.

Desde hace tres horas el pobre "Chamaco" no tiene ni un solo cliente. "Así es la pega , yo cacho todo el mote", dice resignado.

Lo bueno de su trabajo, como él mismo relata, es que se relaciona con muchas personas, conoce a medio San Antonio como queda demostrado al saludar a uno, a otro y a otro transeúnte que circula por Llolleo.

"No ve. Yo soy muy conocido aquí. Es que llevo toda una vida trabajando en la calle", aclara con esa sonrisa que ni siquiera una pena de amor pudo borrar.

-¿Le gusta ser lustrabotas?

-Igual me gusta trabajar en esto. Acá yo converso con la gente y hago de sicólogo. La otra vez vino una señora que había perdido un hijo. Yo también he perdido a gente que quiero, así que le dije que uno tiene que resignarse, porque estamos de paso en la vida.

Ernesto hablaba tranquilamente de su vida, cuando de repente un hombre se detiene para que el le lustre sus zapatos, y de paso escuchar lo que relata.

Primero saca el polvo del calzado, esparce el betún con el cepillo, pone la pasta de zapatos y con un pañito saca brillo. En menos de cinco minutos los mocasines quedaron relucientes. Hasta parecen nuevos.

A la 13.30 horas en punto, Ernesto deja de lustrar, se va a almorzar a su casa para luego salir a vender parche curita. "A veces vendo un paquete o a veces no vendo ni uno", cuenta con humor.

Ernesto vive principalmente con la plata de su jubilación por discapacidad, vendiendo los parches y lustrando zapatos. Sin embargo, igual debe pedir fiado en locales, para que no le falte el pan en la mesa. "Apenas tengo plata, pago", asegura.

Su familia

Después que su mujer lo abandonó nunca más volvió a tener pareja, pues se dedicó por completo a sus hijos.

-¿Por qué no quiso rehacer su vida amorosa?

-No quise buscar una pareja porque cualquiera no va a querer a mis hijos como yo. Uno sale a trabajar y no sabe lo que pasa en la casa, quizás los hubiera tratado mal o dicho guachos y para que no pasaran penas decidí no tener pareja.

Su hija le dice que se busque una polola, pero él insiste en que ya pasó el momento. "Tengo 61 años, estoy viejo para eso", dice riendo.

Es muy cercano con sus hijos, pero le cuesta demostrar el cariño que siente por ellos. "No me gusta que mis hijos me quieran tanto porque cuando yo muera van a sufrir mucho", agrega.

Está orgulloso de sus hijos y admite que no habría sido posible criarlos sin la ayuda de mucha gente.

Su hija mayor reconoce el esfuerzo que ha hecho su padre para sacarlos adelante, es por eso que ya le ha dicho que le gustaría llevárselo a vivir con ella, para cuidarlo y dedicarle el tiempo que merece.

-¿Se iría a vivir a San Fernando?

-Fui a conocer la ciudad y no me gustó, no me quiero ir para allá. En mi casita yo cocino, ordeno, hago de todo para que a mi hijo no le falte la comida de cada día. No quiero irme de mi puerto querido. Acá nací y aquí quiero dejar mis huesos.

Ernesto se coloca en la avenida los aromos con Inmaculada Concepción, en Llolleo, a lustrar zapatos.
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