Dueña de sex shop: "Los sanantoninos cada día tienen menos tabúes, se atreven"
María Elena Soto (62) vende productos eróticos hace 10 años en galería del centro.
Desde muy joven el sueño de María Elena Soto fue tener su propio negocio de ropa interior. Lo que nunca pensó es que a sus 62 años sería dueña de un sex shop
Estas "tiendas de sexo" son locales comerciales que se dedican a vender lencería erótica, juguetes sexuales y artículos de despedida de soltera, aunque en su negocio, "Lencería la Paz", ubicado en el local 11 de la galería Opazo -a media cuadra de la plaza de Armas de San Antonio-, también puede encontrar calcetines, chalas y faldas entre medio de las vestimentas sexy.
la voz del pueblo
María Elena -quien solicitó expresamente no ser fotografiada para esta nota- cuenta que "hace diez años vendía colaless eróticos con diseño de cebra, burro, chanchito y las tan cotizadas tangas 'siempre lista'. La gente los compraba y me decía que trajera otras cosas para entretenerse en pareja".
Anotó las preferencias de su clientes y se fue derechito a Santiago a buscar otros artículos íntimos. "Traje disfraces de diablita, enfermera y colegiala. Después me empezaron a pedir juguetes".
Recorrió cielo, mar y tierra hasta dar con los dichosos utensilios. "Me costó mucho encontrarlos. Primero traía unos muy caros, pero después pillé unos más económicos".
Al comienzo el pudor de esta vendedora era inmenso, pero con el tiempo los tabúes se fueron alejando. "Antes me daba vergüenza, pero ahora no. Tengo que vender mi mercancía".
-¿Antes de ser comerciante conocía algo de este mundo?
-No conocía nada de esto. Tuve que ir aprendiendo en el camino, menos mal que los distribuidores explican para qué sirven las cosas y cómo se deben usar.
-¿Los sanantoninos son muy vergonzosos?
-Los sanantoninos cada día tienen menos tabúes, pero depende de la persona. Algunos miran que nadie esté para entrar y a otros les da lo mismo, incluso algunos clientes antiguos explican a los nuevos cómo se usan las cosas y me ayudan a vender. La gente ha cambiado, se atreve a pedir cosas y a entrar sin culpa.
-¿Entre qué edades fluctúan sus clientes?
-Son de todas las edades. Vienen jóvenes y adultos que quieren realizar algún juego erótico con su pareja. Eso sí, yo no atiendo a jóvenes con uniforme escolar.
-¿El hombre o la mujer es más abierto de mente?
-La mujer por lejos. Ellas son más decididas. Aunque si son muy vergonzosas, la pareja viene a comprar las cosas por ellas.
En la vitrina de su local destacan los artículos de despedida de soltera y adentro los juguetes eróticos. "Cuando empecé los tenía escondidos en la vitrina más pequeña, pero ahora los dejo visibles en el estante para que se vendan. Aunque no me gusta poner los juguetes en la vitrina exterior porque pasan los niños", dijo la comerciante.
Los productos más apetecidos por la concurrencia son los juegos para las despedidas de solteras. "Se venden mucho los pegajosos, que es un tipo de pegaloco con la forma del sexo masculino, las antenitas y bombillas".
-¿Y ha probado la mercadería?
- No (ríe), le preguntó a mis clientes cómo son y ellos me cuentan.
A esta altura de su vida, María Elena no se hace problemas ni se sonroja por los temas relacionados con la sexualidad, pues lo considera algo completamente "normal".
"Hay parejas que vienen porque quieren comprar algo que vieron por internet. Me dan el nombre y se los traigo desde Santiago. Se van felices de aquí".
-¿La transacción es confidencial?
-Sí, yo no ando ventilando quién viene o no, es algo personal. Así que mi boca está completamente sellada.
-¿Alguna vez la han tratado mal por vender ropa hot?
- No, pero a veces pasa gente y dicen despectivamente que 'aquí venden puras cochinadas'. Lo dicen afuera del local, pero yo igual escucho.
Los clientes entran y salen del negocio completamente satisfechos, ya sea porque han comprado algún objeto personal o un juego para bromear entre amigos, pues lo más importante siempre es pasarlo bien.
"La gente ha cambiado, se atreve a pedir cosas y a entrar sin culpa",
María Elena Soto,, dueña de sex shop.


