El señor que era don Pepe
Por Rodrigo Ogalde, periodista
Ayer, a la luz de una mañana fría, San Antonio y su gente cayeron ensombrecidos por el rigor de la muerte. Partió desde esta tierra el comerciante José Bórquez Alvarado, "Don Pepe", hombre de hablar sabio, de pensamientos positivos; hombre hecho a la antigua, quizás más sensible que todos los que hoy representamos a las nuevas generaciones de esta comuna, de este Chile que a veces es tan de baquelita.
Recuerdo una conversación con él, el año pasado, en una de las mesas de las Parrilladas Don Pepe, donde tantas veces recibió a los periodistas para conversar sobre la realidad local. Aquella vez estaban los colegas Juan Olivares, Raúl Abarca y Luis Valderas, con quienes compartimos un diálogo enriquecido por el espíritu moderado que él siempre tuvo. Él se esmeró en atendernos de la mejor de la manera; era el dueño de casa y quiso que nos sintiéramos como en nuestros hogares. Esas costumbres se han ido perdiendo pero aún estamos a tiempo de reponerlas.
Su paso por la vida deja un legado como pocos lo pueden hacer. Don Pepe se repuso siempre a las inclemencias de lo que implica vivir, resistió a la pérdida de dos de sus hijos, enfrentó los vaivenes de la actividad comercial. No recuerdo haberlo visto alguna vez enojado o malhumorado. ¡Cuánto sabía él de buenas relaciones humanas, y qué pobres somos algunos a la hora de reconocer eso en el prójimo!
Admito que en don Pepe yo veía la imagen de un anciano bonachón, pero él era más que eso; aquella palabra le quedaba chica. Él era un señor, un caballero, un ciudadano inteligente, un humanista. En una ocasión, lo vi en su automóvil, que era de un modelo antiguo y que para él representaba la durabilidad y simplemente lo justo. "Para qué quiero otro", dijo y con ello evidenció que no estaba para lujosos bólidos ni para presumir con un auto. Para él las cosas no eran desechables, como casi todo lo que hoy vemos.
Aquella vez tuve la sensación de que yo hablaba con mi propio abuelo Victoriano Cofré, un viejo huaso de Quillota que luchó por lo que creía, incluso escabulléndose entre los guardias de un ex Presidente chileno y entregarle una carta en sus propias manos a Eduardo Frei Ruiz Tagle. No me queda ni una duda de que Pepe Bórquez fue un combatiente, de los que no dan nunca las batallas por pérdidas, de los que siempre hacen falta, de los que se están acabando, de los que algo debiéramos aprender, de los imprescidibles. Hasta siempre Pepe Bórquez. San Antonio hoy llora aferrado a tu imagen siempre viva.