La matriarca de la 30 de Marzo que hizo la mansa gracia: superó los 100 años
Juana Silva, quien cumplió un siglo de vida en octubre pasado, tiene 12 hijos, 30 nietos y 12 tataranietos que la consienten y la regalonean. Esta es parte de su larga historia.
Todos los días Juana Josefa Silva Briceño, más conocida como "Chepita" o la señora "Juanita", camina a paso lento y sin apuro por su casa ubicada en la calle Brisas del Mar, en la población 30 de Marzo, para buscar una figura de la Virgen María.
Cuando la encuentra, la sostiene en su regazo con mucho afecto, y se persigna para comenzar a orar.
"Ella reza por todos sus hijos y para que Dios le dé otro día de vida porque no nos quiere dejar solos", relata su hija Juana Montes (70), con emoción.
Al parecer, Dios ha escuchado las súplicas de "Chepita", ya que el 18 de octubre pasado cumplió cien hermosas primaveras. Un siglo de historias.
"Cuando cumplió los 100 estaba muy alegre. Toda la familia la vino a ver y lo pasamos muy bien", dice su hija.
Sus diez décadas de vida se ven reflejadas en su pelo cano, las arrugas en su piel, la falta de audición y una ceguera parcial, pero a pesar de todo, aún sigue lúcida y recordando su propia historia con la ayuda de sus hijos.
"Yo siempre le hablo del tiempo que vivía en el campo, de mi papá y mis hermanos para que se acuerde. Incluso, le pregunto si quiere volver a El Maitén y me dice que no, porque acá está su casa", cuenta Juana.
Su avanzada edad hace complicado mantener una conversación fluida y rápida con "Chepita", ya que hay que alzar mucho la voz para que escuche.
"No entiendo", responde a la primera pregunta de Diario El Líder. Su hija Juana interviene para explicar la historia de su madre, que como dijo una vecina del sector "es la matriarca de la 30 de Marzo".
"Chepita" nació en el sector de El Maitén, en la comuna de Navidad. Su familia estaba compuesta por ocho hermanos: cuatro mujeres y cuatro hombres.
"Mi mamá me contaba que comían muchos frutos secos y carne, porque su papá era bueno para cazar", recuerda Juana.
En aquellos años de niñez se dedicaba a recoger la leña del estero y a sembrar y cosechar con sus hermanos. Muchas veces cortaba el trigo mientras su hermanos dormían para que no tuvieran que trabajar tanto. "Fue súper sacrificada su vida, muy activa, y quizás por eso aún sigue con nosotros".
Su familia
En el campo conoció a Manuel Montes, un hombre diez años mayor que ella.
"Se enamoraron y se casaron cuando mi mamá tenía 19 años. Tuvieron a mi hermano al año del matrimonio, y la última la tuvo a los 46 años. Somos 12 hermanos y uno falleció hace mucho tiempo. Esa es la pena que mi mamá tiene en su corazón", indica con melancolía.
En 1971 se vino a vivir a San Antonio acompañando a su esposo. Ella tenía 56 años. "Mis hermanos estaban todos grandes y allá no había donde trabajar".
De a poco fueron formando su hogar, hasta que en un momento todo cambió. "Mi papá venía enfermito, así que el mismo año en que nos vinimos a San Antonio falleció. Quedó viuda hace 54 años".
Tras quedar solita, dos de sus hijos decidieron dedicarle sus vidas por completo: Reinaldo y Romualdo.
"Ellos viven con ella, pero todos estamos pendientes. Yo vivo a unas pocas cuadras de acá, entonces, vengo todos los días a verla", señala Juana.
Sus hijos le dedican mucho tiempo y la regalonean lo más que pueden, ya que tener a su madre a estas alturas es todo un privilegio que no pueden desperdiciar.
Cuando dan las 9.30 de la mañana sus hijos le llevan el desayuno a la cama para que no se levante. "Hay que tenerla a la fuerza acostada", bromea Romualdo.
Pero luego de terminar de desayunar se levanta y se dirige a la cocina para ver cómo sus hijos preparan el almuerzo.
"Mi mamá estaba súper bien, pero como hace cinco años empezó a apagarse. Comenzó a echarle mucha sal a la comida, había que estar encima de ella para que no le pasara nada mientras cocinaba", cuenta Romualdo.
De vez en cuando, "Chepita" sale a recorrer el vecindario del brazo de su hijo. Se da una vuelta y todos sus vecinos la saludan cordialmente. "Ella fue una de las primeras personas que llegó a vivir acá. Todos la conocen y la quieren", agrega su hijo.
Tener una larga vida tiene un lado positivo y otro negativo. Por un lado, su siglo de vida le ha permitido conocer a sus nietos, bisnietos y tataranietos. Pero por el otro, ha tenido que enterrar a todos sus hermanos.
"El mes pasado falleció el último hermano que le quedaba. Mi tío Ricardo, "Caito", que tenía alzheimer. La llevamos al funeral, pero a veces se le olvida que él ya partió de este mundo", afirma Romualdo.
-¿La última vez que se vieron se reconocieron?
-Sí, se conocieron. Se abrazaron y se dijeron que se querían. Eran muy hermanables. Nunca los vi pelear.
LA reliquia de la familia
La familia Montes- Silva es bastante numerosa. Son doce hijos y aproximadamente 30 nietos. Además, Juana agrega que su madre "tiene como 12 tataranietos".
El 18 de octubre pasado, los familiares empezaron a llegar de a poco. "Todos sabían que estaba de cumpleaños, así que estábamos preparados para que llegara toda la familia", aclara.
Tenían dos tortas inmensas para todo el familión. En ellas colocaron el número cien. "Otros años le poníamos hasta piñata, pero ahora no, porque no se mueve mucho. Es bien regalona y una excelente madre, siempre nos cuidó y hasta ahora lo hace", valora Juana.
Pese a sus largos años "Chepita" aún se preocupa cada vez que sus hijos se van a oscuras de su casa. "Cuando ve que es de noche le dice a mi hermano que me vaya a encaminar para que no me pase nada", admite la mujer con cariño.
Cuando llega la noche "Chepita" se dirige a su habitación, se coloca su pijama y se duerme con la Virgencita entre sus manos. "Dice que ella la hace dormir", señala Romualdo. Mientras Juana agrega que "ella es la reliquia de la familia".
Los días pasan y "Chepita" está aferrada a la vida y, principalmente, al amor que le entregan sus hijos. "Mis hijos se preocupan de mí, se portan bien y me cuidan mucho", declara ella, la matriarca.