La vida tras las rejas: las historias de dos reclusos que buscan la libertad
Eduardo Arias (27) y Alejandro Araya (21) se conocieron al interior del centro penitenciario de San Antonio. Ambos asistieron a un taller de teatro para sumar puntos a su favor y recuperar su ansiada libertad.
Alejandro Araya (21) y Eduardo Arias (27) optaron por el camino delictual para tener dinero en los bolsillos y llevar el pan a sus casas. Fue una decisión que les costó caro. Ahora tienen que pasar los días tras las rejas y muy lejos de sus seres queridos.
Ambos saben que tienen toda una vida por delante y a los dos les gustaría recorrer libremente las calles, tal como lo hacían antes de caer a la prisión. Pero no pueden. Por eso ahora, a través de un buen comportamiento, buscan acceder a algún tipo de beneficio que les permita salir nuevamente a la calle.
Eduardo y Alejandro participan activamente dentro de la cárcel de San Antonio. El primero recoge la basura del penal, mientras su compañero de encierro corta el cabello a los internos. "Hago lo que es más fácil para mí, como el desflecado y el corte de puntas a las mujeres", admite el más joven.
Alejandro es de San Antonio y Eduardo de Santiago, y el destino los unió en el centro penitenciario donde realizaron un entretenido taller de teatro.
El curso que impartió Isabel Margarita Cornejo se inició con doce alumnos, seis de los cuales fueron beneficiados con la libertad condicional con el correr de los meses.
Difícil niñez
Alejandro o "Ale", como le gusta que lo llamen, aprendió a robar desde muy niño. Según su propia confesión, a los 9 años se vio en la obligación de salir a delinquir para que sus hermanas menores no pasaran las mismas penurias que él. "Yo no quería que ellas vivieran lo que yo viví porque pasé mucha hambre cuando chico", asegura.
El "Ale" se paseó por casi todos los colegios de la zona. Fue expulsado por su mal comportamiento de los colegio Cristo del Maipo, Francisco Bilbao, María König, Grupo Escolar, San Rafael e incluso llegó a asistir a una escuela ubicada en la vecina comunidad de Navidad.
"Al final dejé de estudiar. Llegué hasta sexto básico en libertad, pero aquí en la cárcel saqué el octavo", cuenta con evidente orgullo.
Mientras conversa, no demora en revelar cómo dio los primeros pasos por el camino que lo llevó derechito a la prisión.
"Como todo los niños hacía maldades y cuando fui creciendo comencé a delinquir", confidencia.
Con sólo nueve años y sin que nadie le pusiera una pistola en la cabeza, decidió entrar a robar a las parcelas de la localidad de San Juan. "Decidí robar porque necesitaba. Mi mamá no tenía para darle de comer ni vestir a mi hermana chica".
Acompañado de un amigo de su misma edad iba a sustraer especies. Después de cuatro años, recién lo pillaron.
-¿Cómo te descubrieron?
-Un día fui a robar con el buzo del colegio (ríe). Los carabineros me fueron a buscar al colegio y me echaron. Era muy chico.
En ese mismo momento su madre se enteró que su pequeño hijo no solo se portaba mal en clases, sino que además le gustaba robar. "Se enteró de todo: que robaba y que fumaba cigarro y marihuana".
Para evitar un castigo de sus padres, el "Ale" prefirió tomar sus pocas cosas y arrancar de su casa. "Mis papás me iban a buscar a la comisaría y en el camino me iban retando. Al llegar a la casa me escapaba para que no me pegaran".
Dejaba una nota y emprendía rumbo a la casa de alguno de sus amigos para pasar las penas.
-¿Cómo era tu vida en ese tiempo?
-Me compraba todo lo que quería. Le daba plata a mi mamá, a mi hermana y a mi mujer. No les faltaba nada.
A los catorce
A sólo un día de cumplir 14 años lo tomaron detenido nuevamente.
Sus padres, para darle un escarmiento, decidieron hacerlo esperar un día más, sin saber que al cumplir los 14 sería derivado a un centro de menores.
El "Ale" entraba y salía de los hogares del Sename como Pedro por su casa y, en resumen, cuando cumplió la mayoría de edad logró salir definitivamente del lugar. Sin embargo pasaron tres días y su vida cambió por completo.
A los 18 años fue sentenciado a cumplir cinco años de cárcel por robo en lugar habitado.
Lo que más le duele es que al estar encerrado, no ha podido criar a su pequeña hija.
Por un lado, la cárcel le quitó su libertad, pero tan bien le ha entregado herramientas para desenvolverse en el exterior.
"Yo no tenía la personalidad para actuar delante de tanta gente y ahora sí puedo", dice confiado en optar a un futuro mejor una vez que regrese a la calle.
Oportunidad
Eduardo Arias participó el año pasado en un taller de yoga y ahora muestra todo su desplante en el escenario montado en la cárcel.
"Creo que el taller me dio una oportunidad para sacar a flote mi verdadera personalidad. Todo lo que sirva para demostrar la persona que uno es, hay que hacerlo", indica con alegría.
Este interno toma cada taller que imparten para demostrar que no es una mala persona y quizás aminorar su pena judicial.
No quiere hablar de cómo llegó a la cárcel, pero asegura que "cometí errores como toda persona, pero lo bueno es que escarmenté y eso me ayuda para no caer nuevamente en lo mismo".
Eduardo recibe la visita de su familia y de su hijo de 10 años todos las semanas. Mirar sus rostros lo motivan a seguir adelante.
"Esto es una experiencia que uno no quiere volver a repetir. Nosotros necesitamos reinsertarnos en la sociedad y quizás hacer estas actividades en otro lado. Uno nunca sabe", señala optimista.
Lleva 22 meses preso, pero aún le quedan otros 14 para poder cruzar la puerta que lo separa de la ansiada libertad.
-¿En qué te gustaría trabajar?
-En lo que se presente, porque yo creo que la oportunidad que uno tenga la va a aprovechar. Yo por lo menos, a mi edad quiero disfrutar a mi hijo, a mi familia y a mi pareja. Así que siendo un trabajo digno, uno lo va a hacer.
Eduardo aprovecha de agradecer la presencia de la profesora del taller de teatro diciendo que "son pocos los lugares en donde llega gente así, que te dan la oportunidad y por eso hay que aprovecharla".
Terminó el cuarto medio el año pasado en la cárcel y actualmente ayuda a recolectar la basura del penal. "Son puntos a favor", agrega.
La pregunta del millón
Luego de todas las experiencias que han vivido solo queda una pregunta por hacer.
-Alejandro, ¿después de todo esto, vas a seguir robando?
-Acá uno puede decir muchas cosas pero mi intención es no seguir delinquiendo, pero de repente se te presentan oportunidades que no puedes dejar pasar. Por ejemplo, si ves una bolsa con billetes en el suelo como que las manos te pican y la ansiedad de tener plata y ayudar a tu familia es más grande.
Sin embargo, agrega que "quiero salir en libertad porque tengo una hija y me gustaría educarla. No quiero lo mismo que yo he pasado para ella".
-Eduardo, ¿qué piensas hacer a futuro?
-No voy a delinquir nunca más. Lo que más me duele es no poder ver a mi hijo. Estoy muy lejos de él y ya aprendí la lección.