"Calcetín", el sanantonino que armó un gran negocio sin saber leer ni escribir
El hombre nacido y criado en el sector de Placilla lleva 23 años vendiendo ropa de puerta a puerta. Gracias al negocio pudo aprender a leer y escribir. Hace un año sobrevivió a un agresivo cáncer al esófago y estómago.
Manuel Carreño conoce las calles de la provincia de San Antonio como si fuera un mapa o un moderno GPS. Hace 23 años decidió tomar un bolso, llenarlo de calcetines y salir venderlos puerta a puerta.
Nunca imaginó que sobrepasaría las dos décadas dedicado al oficio de comerciante. Tampoco pasó por su mente la idea de que se haría conocido por todo el Litoral como "Manuel Calcetín", pues por entonces solo buscaba una forma de ganarse la vida honradamente.
Ha vendido de todo. Poleras, corbatas, pañuelos, pero las prendas para abrigarse los pies son su fuerte. De distintos materiales y -según el- de buena calidad. Ambos atributos de sus productos que le han permitido tener una vida tranquila, sin grandes lujos, pero lo suficientemente buena como para criar tres hijos.
Cuando empezó a trabajar como comerciante, cerca de los 40 años, aún tenía la energía para cargar un pesado bolso con mercadería, y subir a pie cada cerro de la comuna de San Antonio. En la actualidad, y con dos operaciones por cáncer en el cuerpo, es todo más complicado. Se ayuda con un carro metálico lo suficientemente liviano como para poder empujarlo sin problemas, pero resistente como para transportar cientos de calcetines diariamente.
Fue así como lo encontramos en calle Providencia, en Llolleo, estaba a punto de cruzar El Canelo cuando una mujer se detuvo a saludarlo y lo obligó parar por unos segundos. Tiempo suficiente como para acercarse, presentarse y convencerlo de contar su historia.
Manuel se quitó el sombrero gris y lo abanicó para darse algo de viento en la cabeza. Tal vez fue por calor o una forma de apurar la neurona y tomar una decisión. No sé, pero cuanto se puso se ajustó el sombrero nuevamente dijo "bueno, ya".
"El Calcetín" saca la cuenta rápidamente y cifra en 23 el número de años que lleva como comerciante. "Ya no puedo hacer nada más. El doctor me prohibió hacer fuerzas y me jubilé por invalidez", dice de partida.
-¿Por eso el carro?
-Sí. Me han operado dos veces por cáncer. Estuve casi siete meses internado en Santiago, en el hospital Sótero del Río.
-¡Dos veces!
-Se dieron cuenta al mismo tiempo y me abrieron y los sacaron (dice mostrando la cicatriz que tiene en el cuello. En su piel arrugada por los años se notan las suturas de la intervención). Ahora tengo que cuidarme nomás.
-¡Eso!
-Si tengo que cuidarme, pero es complicado. Por ejemplo, si tomo agua tengo que esperar unos quince minutos después para no agitarme, tengo que hacerlo lento. Para comer es lo mismo, hasta dos horas me demoro, por el daño que quedó en el esófago y el estómago.
Inteligente
Manuel confiesa que por la gravedad de la dolencia tendrá que estar cinco años con contantes chequeos médicos para cerciorarse que no se origine un nuevo cáncer, sin embargo, eso no le quita la alegría de vivir. Se calcula a lo menos 30 años más existencia. "Como no voy a llegar a los noventa", estima el hombre, hoy de 63 años.
Sus buenas expectativas probablemente se deben a su filosofía de vida, esa que resume en una breve frase: "El hombre pobre tiene que ser inteligente, si es pobre y tonto está viviendo de más, gastando oxígeno que le sirve a los demás".
El placillano se considera un hombre inteligente y lo más seguro es que esté en lo cierto. A los 63 años aprendió a leer y escribir de manera autodidacta.
"Nadie me ayudó, lo hice solo", expresa con orgullo.
-¿Cómo pudo estar todo este tiempo manejando su negocito y sin poder leer ni escribir?
-Siendo vivo nomás, que no se notara, pero después me hizo falta y empecé de a poco.
-¿Y sumar y restar?
-Lo mismo. Cuando empecé no tenía idea de nada de eso, no sabía ni sumar, restar, multiplicar, dividir. Nada.
-¿Qué pasó con el colegio?
-Me mandaban de la casa, pero a no me gustaba. Prefería ir a "conejear" o andar a caballo.
-Espere, ¿lo mandaban en la mañana a la escuela y se arrancaba al campo?
Así mismo. No me gustaba ir, no podría decir que me costaba aprender, porque ni hice el intento. Yo era de Placilla y todo lo demás era campo, así que me iba a pillar conejos. Eso sí que me gustaba hacer.
-¿Qué le decían en la casa?
-Me sacaban la mugre a palos hasta que ya no fui nomás.
-¿Y con el tiempo aprendió algo de matemáticas?
-Sí, aprendí de viejo, pero aprendí solo también. Al principio me hacía leso como querían, pero uno puede ser pobre, pero no tonto así que rapidito me empecé a manejar.
-Nunca es tarde...
-Nunca mijito, nunca es tarde para nada.
Conocido
"Manuel Calcetín" se fue hace cuatro años de San Antonio, pero nunca lo olvida. Viene periódicamente a visitar a sus clientes y también a captar unos nuevos. "La gente me espera", asegura.
Se radicó en Viña del Mar junto a su señora, "la viejita", como él dice. Desde esa comuna se desplaza casi todos los días con su negocio andante.
"Ando por todas partes. Voy siempre para Algarrobo, San Antonio, Llolleo, Melipilla, Santo Domingo, acá en la zona, pero también voy a Melipilla, Curacaví, Santa Cruz, San Fernando y todos los pueblos que se imagine. En todos ellos me conocen como "El Calcetín", relata con risas.
-No está cansado de caminar tanto?
-No, y aunque lo estuviera. Para mí lo importante es ganarse la vida honradamente y me moriré en eso.