Quisqueña peregrinó 1.700 kms hacia Santiago de Compostela
Elizabeth Cerda (51) demoró dos meses en llegar de Le Puy-en-Velay, Francia, a la catedral de Santiago de Compostela en España.
Elizabeth Cerda (51) llevaba caminando un mes desde Le Puy-en-Velay (Francia) junto a su cuñada Ana González (69) en la peregrinación que las llevaría hasta la catedral de Santiago de Compostela en España.
Su corazón tenía muchos sentimientos encontrados, pues las conversaciones y los largos momentos de silencio, le ayudaron a encontrarse consigo misma.
Sus piernas sentían el cansancio de más de 800 kilómetros. Las ampollas de sus pies y el peso de su mochila, la hacía replantearse si debía seguir su travesía. Su cuñada estaba algo mal de salud y los ojos cristalinos de Elizabeth derramaron más de una lágrima cuando de pronto, algo increíble paso.
"Estábamos muy mal. Yo estaba angustiada y se me estaban acabando las fuerzas. Empecé a pensar en mi hermana que falleció para que me ayudara y de repente, apareció una mariposa blanca al lado mío y estuvo conmigo en el camino. Yo sé que ella y mi marido me estaban acompañando", cuenta mientras que con su mano seca sus lágrimas.
El hermoso insecto que revoloteaba por su alrededor la llenó de ánimo y fuerza, pero el inicio de esta historia se remonta un tiempo atrás.
Se hace camino al andar
A Elizabeth, más conocida como Eli, desde muy pequeña le gustaba hacer deporte. Jugaba básquetbol, corría y tenía una vida muy activa.
"Acá en El Quisco teníamos un grupo, pero cuando me casé dejé de hacerlo", indica.
Con la llegada de los hijos, esa parte de su vida quedó en segundo plano, pero hace unos años, luego del fallecimiento de su marido, decidió volver a realizar actividad física para tener la cabeza ocupada en otras cosas.
"Empecé a hacer básquetbol y natación junto a un grupo de amigas".
Su cuñada, Ana González hace una año le decía que tenían que realizar la peregrinación a Santiago de Compostela juntas; sin embargo, Eli no tenía los recursos económicos suficientes para tomar un avión a Francia y quedarse un par de meses.
"En Europa mucha gente realiza el camino. El fin de la peregrinación es llegar a Finisterra que está a unos kilómetros de Santiago de Compostela", señala.
Decisión
Juntó el dinero suficiente y se compró los pasajes que la llevarían a recorrer 1.700 kilómetros en dos meses.
"Yo hice esta caminata para reencontrarme con mi esposo y para reencontrarme conmigo misma. Ya cumplí los 50 años y una etapa de mi vida".
Elizabeth siempre ha destacado por ser una persona muy luchadora y trabajadora. "Una guerrera", como ella misma menciona.
Es por eso que decidió realizar esta proeza que definitivamente marcó un antes y un después en su vida.
"Nadie creía que lo iba a lograr. Me fui el 28 de abril y lo logré", agrega sonriente.
-¿Qué pensaban tus familiares?
-Pensaban que nos íbamos a devolver al tercer día (ríe).
Santiago de Compostela
El cuatro de mayo pasado, se puso sus mejores zapatillas, ropa cómoda, la mochila en sus hombros, la bandera de Chile y empezó la travesía.
"El proyecto era de dos meses. Caminábamos todos los días sin parar", aclara.
El primer día recorrieron 17 kilómetros y con el paso de las semanas, empezaron a aumentar los tramos.
"Teníamos que caminar hasta encontrar el albergue para dormir y descansar. Hubo veces que nos costó llegar, pero cuando estábamos con el ánimo bajo nos poníamos a cantar canciones de nuestra infancia", confiesa.
El día que más complicaciones tuvo, sin duda fue el día que se topó con la mariposa blanca, pero después de aquel acontecimiento algo cambió en su interior.
"Siempre que veíamos una mariposa blanca mi cuñada decía que era mi hermana que me acompañaba", cuenta con emoción.
Durante el trayecto recordaba su pasado y trataba de capturar en su memoria todo lo que vivía para luego contárselo a su familia.
-¿Cuándo habló con sus hijos?
-Al mes pude conversar con ellos a través de WhatsApp. Les hablé, me emocioné y me puse a llorar porque había pasado mucho tiempo.
Elizabeth extrañaba estar en Chile y con sus seres queridos. Por otro lado, el idioma era el problema que más le afectaba, ya que no podía comunicarse sin que su cuñada la ayudara. "Era la única chilena aparte de mi cuñada. Ella me traducía lo que me decían, pero con el tiempo me pude comunicar con todos con señas y algunas palabras".
Experiencia inolvidable
El hecho que más impresionó a las chilenas fue el que les ocurrió al llegar a una hostal del peregrino.
"Mi cuñada tenía fiebre y teníamos que subir un cerro. Cuando llegamos estábamos muy mal y la persona que nos recibió nos acogió, nos quitó los bolsos, nos sirvió té de tisana y se arrodilló para sacarnos los zapatos y meterlos al agua".
Tras el acto amable de la francesa se conmovieron hasta las lágrimas.
"La gente nos atendía como si fuéramos de la familia. Toda la gente era caritativa. Quedé muy sorprendida", admite.
Caminó entre el barro y por trayectos completamente áridos en donde no había ni una sola flor. Cuando cruzó la frontera con España se sintió en casa.
"Me desahogué un poco, porque podía decir lo que sentía y mi cuñada descansó de traducir".
Su familia miraba desde lejos lo que había logrado y le deseaban suerte para la próxima parte del viaje. "Estábamos tan cansadas porque la mochila pesaba mucho, pero cuando nos bañábamos quedábamos como nuevas", indica con una dulce sonrisa.
Faltaban los últimos kilómetros, los últimos pasos para llegar a la Catedral de Santiago de Compostela.
El cuatro de julio Eli y Ana pasaron por el umbral de la catedral para escuchar la misa que se realizaba para los peregrinos. "Entramos muy emocionadas y nos pusimos a llorar porque nos encontramos con un matrimonio que habíamos visto durante esos dos meses".
Las lágrimas de alegría y la paz al concretar el recorrido llenaron su corazón de dicha. En el lugar, Elizabeth se persignó, junto sus manos y conversó con su marido.
La quisqueña volvió hace pocos días a Chile. Cuando se subió al avión reflexionó sobre todo lo que había vivido. "Lo que hice fue una proeza".