La nueva vida de la sanantonina que se radicó en el ombligo del mundo
Ángela Pinto dice que su estadía en Isla de Pascua no ha sido fácil, pero valora estar con su familia y la tranquilidad de ver crecer a su hijo en un lugar sano y libre de delincuencia.
Angela Pinto Einfalt tenía 18 años cuando dejó su natal puerto de San Antonio. Tras egresar del colegio People Help People de Santo Domingo, se fue a estudiar a Santiago, pero nunca imaginó que podía terminar viviendo en una paradisiaca isla.
Sus estudios de secretariado bilingüe y su gran dedicación al trabajo le abrieron las puertas en destacadas empresas multinacionales donde laboró largos años.
Posteriormente conoció a su marido, Rodrigo Labra, quien durante unas vacaciones junto a ella en Isla de Pascua, descubrió una necesidad que se presentó como una gran oportunidad de negocio: el abastecimiento de alimentos, principalmente de carne.
"Cuando vinimos de vacaciones nos enamoramos del lugar y mi marido se dio cuenta que el abastecimiento de comida era una gran necesidad en el mercado local. Era una muy buena alternativa de negocio", comenta Ángela, quien ya lleva seis años viviendo en el ombligo del mundo. Su hijo tenía pocos meses de vida y ella buscaba un lugar ideal para educarlo y hacer vida de familia.
"Tuve que renunciar a mi último trabajo para poder venirnos a la isla", comenta.
Ángela siempre fue trabajólica, por ello, al llegar a la isla buscó inmediatamente un empleo. Comenzó con un reemplazo en una unidad del Poder Judicial.
Hoy lleva cinco años trabajando como actuaria en el área de la familia.
"Nunca pensé que me podía venir a vivir acá, pero creo que fue una muy buena decisión, porque la vida que tengo acá no la cambio por una en el continente", afirma con satisfacción.
Dice que a pesar de que trabaja mucho, la vida tranquila que se respira allá es impagable.
"Como yo trabajo en el área de la familia, el trabajo con los niños me llega mucho. Si yo tenía que estar en un lugar, era acá, porque siento que aporto, y que es importante lo que hago porque se trata de niños. Aunque además veo divorcios y muchas otras cosas, pero el trabajo con niños especialmente es muy delicado y me gusta hacerlo", agrega con orgullo.
Pero el paradisiaco paisaje también tiene sus contrastes. Ángela cuenta que siempre van a depender de un arriendo para vivir allá, ya que los chilenos del continente no pueden comprar terrenos para vivir en la isla. Los precios de los alimentos, sobre todo de las frutas, son un gran costo que deben pagar, sin dejar de mencionar las cuentas de los servicios como la luz y el gua, que también son muy elevados.
"La gente continental no puede comprar casa acá. Es una política de etnia. Las tierras se heredan y así ellos hacen sus casas en los terrenos que les heredan sus padres o abuelos", señala Ángela, pero dice ser afortunada, porque consiguió un buen trato de arriendo por una casa muy cómoda en la que está hace varios años.
"Los primeros años yo me abastecía mucho con la mercadería no perecible que me traían del continente. Pero después ya me fui acostumbrando a los precios de acá y a racionar más la comida, tratando de no perderla", declara. Y es que sabe que tirar una manzana a la basura significa botar inmediatamente $700 pesos.
"Sigo teniendo la misma dieta, pero en vez de comprar 10 manzanas, sólo compro 4, y cuando necesito más voy a comprar más. Prefiero comprar poco, pero ir consumiéndolo, sin botarlo".
Su día a día es envidiable, ya que las distancias que recorre en Rapa Nui son muy cortas y no se desgasta en los traslados.
En las mañanas sale a las 7.45 horas a dejar a su hijo al colegio y antes de las ocho ella ya está en su trabajo.
"Los días lunes tenemos audiencias y ahí no se sabe a qué hora podemos salir, pero generalmente la salida es a las cuatro, o me llevo trabajo para la casa".
Tiene la dicha de poder hacer las tareas con su hijo todos los días y, cuando terminan y el tiempo los acompaña, se van a clases de piano o a pasear por la playa.
"(La playa) Anakena está a 16 kilómetros del pueblo, así que es rápido y se puede aprovechar la tarde: ir a unas pocitas que hay allá y bañarse cuando está rico el tiempo", expone.
-Eso ni lo podías pensar cuando vivías en Santiago.
-No, jamás. La tranquilidad y la seguridad que tenemos acá es impagable.
-¿Es lo que más rescatas de vivir acá?
-¡Uf! La seguridad de bajarme del auto con las llaves puestas y las ventanas abiertas, o de andar con una cartera de fibra sin cierre. O de que lo último que tenga que preocuparme sea la cartera. Llegar al aeropuerto a las 10 de la noche y venirme caminando a oscuras como boca de lobo, realmente no tiene precio.
-¿Hay algo que no te guste de la isla?
-El tema de la salud es horrible. La gente tiene que sacar un número a las 8 de la mañana, con la posibilidad de que al llegar a la ventanilla ya no queden horas de atención.
Este punto para Ángela y su familia ha sido lo más complicado, puesto que en el 2008 debió enfrentar un cáncer a la tiroides que afortunadamente pudo tratar a tiempo y erradicarlo de su cuerpo.
Sin embargo, ha preferido tratarse siempre con médicos del continente y viajar a Santiago a sus controles dos veces al año.
En este sentido dice contar con muy buenos contactos médicos y que suele acudir a ellos telefónicamente ante cualquier emergencia.
Difícil
Ángela nunca olvidará el día en que llegó a vivir a Isla de Pascua, ya que por una parte comenzaba una nueva vida en ese hermoso lugar, pero al día siguiente de su llegada debió volver al continente, ya que su padre murió repentinamente.
"Yo me vine un domingo y mi papá falleció el lunes, así que hice todo lo posible y pude llegar ese lunes en la noche a San Antonio al velorio", recuerda con mucha tristeza.
Luego de ese episodio, muchas situaciones se le hicieron más difíciles. Después de seis años todavía hay costumbres de los isleños que le cuesta entender, pero que logra convivir con ellas, a pesar de sentirse distinta.
Además reconoce estar muy agradecida de la oportunidad que le han dado los isleños de trabajar y convivir en esta paradisiaca isla.
"Tengo grandes amigos como Zoilo Hucki y Keno Huki. Con Keno incluso tenemos algo en común, porque él vivió en San Antonio y su papá, Raimundo Huki, fue empleado portuario y compañero de mi papá (Jorge Pinto Díaz)", detalla Ángela.
Pero el valor fundamental de su vida en el ombligo del mundo, está en la educación y los valores que está recibiendo su hijo en este rincón de Chile.
"Lo que más me gusta de la vida que le estamos brindando a nuestro hijo es que la niñez es mucho más pura, libre de la influencia de la tecnología, y acá los niños se conforman con muy poco. Él disfruta de las cosas simples de la vida y no está contaminado por el consumismo", resume.