Las anécdotas de la primera enfermera de San Antonio
Juanita Maulén (83), quien fue la encargada de combatir grandes epidemias en 1954, cuenta cómo llegó a aquel edificio de madera donde trabajó junto a los destacados doctores Olegario Henríquez y Thomas Flanagan.
Juanita Maulén Piña vivió en San Antonio gran parte de su vida, ya que su madre era sanantonina y su apego a estas tierras siempre fue muy profundo.
Sin embargo, cuando Juanita ingresó a estudiar Enfermería a la Universidad de Chile, nunca pensó que su primer lugar de trabajo sería el pequeño hospital de San Antonio.
"Tuve un nombramiento en Chillán, pero no lo asumí, porque en San Antonio no había enfermera y nunca había habido. Y como en mis antecedentes aparece que soy de esta ciudad, me hicieron el traslado", comenta explicando cómo llegó a ser la primera profesional de su área en el antiguo hospital sanantonino en 1953.
De acuerdo a lo que señala Juanita, en ese entonces se hablaba del Distrito Sanitario de San Antonio, ya que en 1952 se había dictado la Ley del Servicio Nacional de Salud y tras dos años no se había materializado la nueva organización en esta zona.
"Los pilares de esta nueva organización eran la ex beneficencia pública con el hospital de San Antonio, el Distrito Sanitario que era parte del Ministerio de Salud, el Seguro Social que tenía un consultorio para los trabajadores imponentes del seguro obrero y la Municipalidad de Cartagena, que tenía un servicio médico con un policlínico. Nos correspondió incluir e integrar todo eso", detalla Juanita, recordando el escenario en el que llegó a trabajar por primera vez a esta zona.
Al momento de su arribo, en el pequeño hospital de madera de dos pisos, ubicado en el mismo sector donde se ubica hoy, trabajaban sólo matronas, médicos cirujanos y auxiliares de enfermería.
"Todas eran auxiliares, más las matronas que eran tres en esa época. No había tecnólogos médicos, nutricionistas ni kinesiólogos", agrega.
Los médicos con los que trabajó Juanita, cuando ella tenía apenas 20 años de edad, fueron los tan recordados doctores Olegario Henríquez, Thomas Flanagan, Oscar González y Hernán Astete, quienes marcaron una época en la historia de esta ciudad.
"El doctor Flanagan era un hombre de una generosidad extraordinaria, muy preocupado de la gente", asegura agregando que junto al doctor Olegario Henríquez y el resto de los profesionales, eran muy queridos, porque además se habían hecho muy conocidos por atender a cientos de personas sin cobrarles, ya que trabajaban en el sistema de beneficencia.
En cuanto al edificio, Juanita rememora que en el zócalo se encontraba el servicio de Urgencias, oficinas administrativas, un espacio para la comunidad religiosa con una capilla y un sector de pensionado. En el primer nivel había dos salones grandes donde se dividía por un gran pasillo de cirugía hombres y cirugía mujeres, además de maternidad y un sector de pediatría. En el segundo piso estaba el sector de medicina.
Aunque es casi imposible imaginárselo, en ese tiempo, dice Juanita, ni siquiera había una sala de espera, porque no iba mucha gente al hospital y cuando llegaban pacientes eran atendidos de inmediato.
Además, la presencia y participación de un grupo de monjas que trabajaban allí, fue fundamental para el funcionamiento del establecimiento de salud, ya que se hicieron cargo del servicio de lavandería, cocina y administración de medicamentos.
epidemias
Al hablar y recordar cómo fueron sus primeras gestiones como enfermera en San Antonio, Juanita muestra siempre una sonrisa. Hoy tiene 83 años y cuando comenzó a trabajar en esta zona, sólo tenía 22. Ella recuerda cada detalle, sobre todo la primera emergencia sanitaria que enfrentó durante los primeros días de su llegada al puerto.
"Tuvimos una epidemia de sarampión cerca de Bucalemu, por el sector de Pupuya hacia la costa, y atender eso era responsabilidad de la enfermera sanitaria de la época", afirma Juanita.
De esta forma, ella junto a un equipo de auxiliares recorría distintos sectores, escuelas y poblados en campañas de vacunación.
La epidemia, durante ese año, significó muchas muertes de adultos mayores en el país.
Y para ilustrar que Juanita era una enfermera ciento por ciento profesional y literalmente "todo terreno", menciona uno de los recuerdos más significativos de su trayectoria en la zona.
"En una ocasión me tocó ir a Pupuya con mi maletín cargado de penicilina y aspirinas para ir con el doctor Astete por una quebrada muy pronunciada montada a caballo. Pasamos casa por casa viendo a los enfermos y aplicándoles penicilina, hasta llegar a la costa", cuenta, agregando que los caballos eran prestados y que al ir adentrándose en el sector, los vecinos voluntariamente les iban proporcionando los corceles. En esos tiempos dice que atravesaban el río Rapel en balsas y que tenían que salir de San Antonio a las seis de la madrugada para comenzar su travesía por los apartados sectores.
Para ella son recuerdos muy bellos y al narrarlos, brillan sus ojos como si los reviviera.
Poliomelitis
"Lo otro que me tocó enfrentar cuando recién llegaba a trabajar a San Antonio fue una epidemia de poliomelitis. Fui a visitar la casa de un niño en cerro Arena, a la altura de Blanco Encalada, cuando eso era sólo un cerro", cuenta Juanita.
Según su relato, ese niño de entonces hoy es un maestro zapatero que vive en Cartagena y a quien visita para que arregle su calzado. "Felizmente quedó con una secuela muy discreta", añade, considerando la mortalidad que significó esta agresiva enfermedad.
Como el objetivo era controlar las epidemias, Juanita detalla que recurrían a diversas estrategias para llegar a la gente y poder vacunar.
Por ello no dudaban en aprovechar los uno de noviembre para instalarse en la entrada del cementerio y vacunar a los cientos de deudos que acudían al camposanto en esa festividad.
"Íbamos a vacunar a la gente que asistía al cementerio porque teníamos que optimizar los recursos y aprovechar esas instancias".
Su profesionalismo se hizo notar y las posibilidades de trabajo en distintos puntos del país se abrían con fuerza. Por ello, sólo trabajó durante tres años en San Antonio, para luego irse trasladada a Vallenar, Tercera Región, en 1956.
"Ahí también me tocó ser la única enfermera y la primera que llegaba al pueblo". Trabajó 17 años en Vallenar y aunque no quiso ahondar en detalles, Juanita contó que estuvo casada un par de años, luego se separó y nunca más se volvió a casar. No tuvo hijos y ha dedicado toda su vida al servicio de la comunidad a través de su profesión.
Con un largo currículum de experiencia y estudios, fue enfermera jefe del servicio de Urgencia del Hospital El Salvador, trabajó en la sección de enfermería de la Dirección General de Salud, posteriormente trabajó en el hospital Félix Bulnes, en donde ejerció en distintas áreas, hasta asumir el cargo de enfermera jefe.
Fue relatora en numerosos seminarios de salud en distintas universidades de Chile y en Cuba, además de dirigenta del Colegio de Enfermeras. Y aunque tuvo la oportunidad de dedicarse a la docencia, siempre optó por el servicio público.
Durante sus últimos años formó parte de la unidad de planificación del Servicio de Salud Occidente y desarrolló una serie de estudios y proyectos para mejorar el equipamiento y los niveles de salud en el país.
Ejerció su profesión durante 50 años y después de jubilar se radicó nuevamente en la provincia de San Antonio. Esta vez en una acogedora casa con vista al mar de Cartagena, donde confiesa disfrutar mucho.
Dice que su mejor secreto para la longevidad es mantenerse activa. Sale y viaja mucho, asiste a todos los eventos sociales y culturales que puede. Y a pesar de que no cree que logre hacer un libro, dice que todos los días lee mucho y también escribe.
Neruda
Al mostrar algunas de las decenas de publicaciones de investigaciones que Juanita ha hecho a lo largo de su carrera, se detiene en uno de los ejemplares de su tesis con la que se tituló como enfermera.
Se trata de una de cientos de anécdotas, pero una de las más emblemáticas para ella.
Pablo Neruda autografió su tesis felicitándola por su calificación perfecta (21 puntos de 21).
"En ese tiempo yo pololeaba con un alumno de Francés del Instituto Pedagógico y asistía a las conferencias que daba Neruda y ahí nos conocimos", indica, argumentando que después de dar su examen de título, se encontró con el poeta en una librería. Al contarle la alegría que sentía por el importante momento que vivía, dijo que el vate la felicitó por su perfecta calificación, que sacó su pluma y le escribió la bella dedicatoria en el texto.
"Él era un hombre muy cariñoso y receptivo, así es que tengo muy buenos recuerdos de él".