Raúl Abarca Pailamilla
Llegó de Venezuela a su natal San Antonio hace tres meses, luego de estar 41 años viviendo en Caracas. Confiesa que arrancó casi muriéndose del país que lo acogió por más de cuatro décadas. "No hay en qué gastar la plata. No hay alimentos, ni mucho menos medicamentos. Gracias a mi hijo llegué a Chile, porque por mi enfermedad me debilité mucho y de seguir allá no hubiese sobrevivido".
Orlando Soto se fue en 1975 de su querido Chile debido al ambiente de represión que se vivía por aquella época. "No me gustaba la situación que estaba pasando nuestro país, porque siempre consideré que uno tiene que tener libertad absoluta de expresión y en Venezuela encontré eso por aquel entonces".
Partió cuando tenía 30 años, dejando en San Antonio a su esposa Marilyn Gajardo y a sus dos hijos, y regresó a los 71, con más años y bien complicado de salud. "Llegué a Venezuela sin nada, con lo puesto. No tenía empleo, amigos ni nada: estaba solo. Así estuve un año. Luego se fue mi familia", recuerda hoy en su nuevo hogar, en San Juan. "Pucha que echo de menos el calor. Acá hace mucho frío", se lamenta entre risas.
En sus primeros años de inmigrante se dedicó al comercio. Luego junto a su esposa se hizo cargo de una "cantina" escolar o casino escolar, como se dice en Chile.
Tras algunos años y con una mayor estabilidad económica, Orlando ingresó al rubro del transporte público. Eso sí, sin saber que se convertiría en un importante dirigente que incluso llegaría a firmar un acuerdo con el mismísimo ex presidente Hugo Chávez. "Lo tuve a dos metros de mí cuando firmamos el acuerdo", adelanta.
Soto recuerda que "comencé con dos micros. Así ingresé a este rubro. De a poco, pero siempre con la idea de ser dirigente. Siempre me ha gustado, desde el liceo Fiscal. Pero jamás pensé en llegar tan alto a nivel dirigencial".
Su carrera sindical fue tan fructífera que lideró la Central Única de Asociaciones de Autos Libres y por Puestos de Venezuela, cargo que le valió llevar una larga negociación con el gobierno de Chávez.
"Era uno de los tantos acuerdos en los que uno pide mejoras para los trabajadores. Fue una instancia importante para mí y para todos los demás dirigentes. También tuve la oportunidad de exponer en la Asamblea Nacional frente a todos los parlamentarios. Creo que hice algo importante. ¡Llegué a ser dirigente gremial en Venezuela, en Venezuela!", exclama con emoción y orgullo este sanantonino.
Un regreso obligado
Los años pasaron y la familia Acuña Gajardo creció. A Liliana y Eduardo se sumaron Alejandra y Hernaldo, quienes nacieron en Venezuela, pero mantuvieron la nacionalidad chilena. "Había que trabajar mucho para dar una buena educación a los hijos. Si bien allá es gratis, igual uno debe comprarle los útiles escolares, la ropa y esas cosas", detalla Orlando.
En los últimos años la situación empeoró en Venezuela. Cuenta que "no hay en qué gastarse el dinero: no hay harina, pan, leche, medicamentos. No hay nada".
Por esa razón su esposa lo había estado convenciendo para iniciar el viaje de retorno luego de 41 años en Caracas. La decisión se vio forzada por el delicado estado de salud de Orlando, quien fue diagnosticado con Párkinson. "Hace tres años que tengo esta enfermedad. El problema fue que cuando me entregaban las recetas estaba dos días recorriendo todas las farmacias de Caracas para encontrar los remedios, porque no hay nada de medicamentos. Eso hizo que avanzara más rápido el Párkinson".
Orlando confiesa que "no hubiese llegado a Chile si no es por mi hijo. Yo estaba muy mal. Muy débil, porque además de la falta de medicamentos, no me alimentaba bien. Hoy llegué a Chile y me comencé a atender en el consultorio de Barrancas y luego en el de la 30 de Marzo, y me han atendido espectacular. A veces la gente no sabe lo que tenemos y no lo valoramos".
41 años vivió Orlando Soto en Caracas, Venezuela, junto a su familia.