La abogada colombiana que no le hace asco al trabajo en una bomba de bencina de Llolleo
Lina Montoya llegó a Chile en agosto pasado buscando mejores ingresos para sostener a su familia. Cuatro hijos, dos nietos y su madre con cáncer terminal dependen de ella.
Cuando Lina Montoya se graduó con honores en la Universidad Remington, en Colombia, todos pensaron que tendría un futuro brillante en el mundo de las leyes. La nueva abogada había sido distinguida como una de las mejores de su promoción.
Sus profesores le juraban que tendría una carrera impecable. Nadie imaginó que la mujer terminaría a miles de kilómetros de su natal Medellín, en Chile, atendiendo en una bomba de bencina para sobrevivir y alimentar a sus cuatro hijos y dos nietos.
Lina nunca se convirtió en la jurista que le habían prometido. En su país, según cuenta ella, "los abogados no ganan ni un peso". Son tantos que para construir un nombre respetado, tienen que "pelar el ajo"- como decimos nosotros en Chile- durante años, incluso trabajando gratis.
A mediados de este año, cuando a su madre le diagnosticaron cáncer terminal en los pulmones, decidió seguir el ejemplo de miles de compatriotas y cambiar las tierras del café por las de las empanadas y el vino tinto.
Se tuvo que olvidar del Derecho y conformarse con un empleo de mesera mientras se acomodaba en San Antonio. Convalidar el título en nuestro país es un trámite engorroso, caro y lento. Como las leyes no son idénticas en ambas naciones, tendría que estudiar al menos dos años para volver a los juzgados.
"En muchas partes no he dicho que soy abogada. Da tristeza admitir que estoy haciendo cosas que nunca pensé que habría hecho", reconoce la ciudadana colombiana, quien ingresó a Chile en agosto con la esperanza de encontrarse con un mejor porvenir.
Vida en chile
La pega no le ha sido esquiva, aunque no con el salario que podría tener una persona con su misma profesión.
"He trabajado en algunos restaurantes y ahora estoy en Copec (como bombera, en la estación de servicio de Los Aromos, en Llolleo). Un día pasé por ahí y vi que había una mujer trabajando. En Medellín no se les permite y además es bien pagado porque es muy inseguro", relata.
La "licenciada" pensó que tendría una remuneración más abultada, pero no fue el caso. Sin embargo, reconoce que sus compañeros y sus jefes "han sido unos ángeles".
"Me ayudaron con todos los papeles para tener el permiso de trabajo. Está todo en regla", confidencia.
Aunque la tratan con cariño, reconoce que sus ingresos allí no son suficientes. Busca un segundo empleo que le permita enviar más plata a Colombia. No le hace asco al trabajo por ningún motivo. Su madre, moribunda de cáncer, sus cuatro hijos y dos nietos dependen de ella.
"Mi país está atravesando un momento muy malo política y económicamente. No tenía empleo, mis hijos tampoco tienen", agrega.
-¿Un mal momento? Acá uno prende la tele y todo parece un caos. Usted que viene de afuera, ¿cómo ve las cosas acá en Chile?
-Los chilenos no saben lo que tienen. No tienen idea.
Sobrevivientes
Lina es enfática y segura con sus palabras. Demuestra en un par de frases su costumbre de argumentar y probar sus afirmaciones.
"He salido de la pega -ya domina algunos chilenismos- a las dos o tres de la mañana hablando por celular y fumando y no me ha pasado nada. Eso en Medellín tú no lo puedes hacer. Si lo haces apareces muerto", explica con energía.
"Me gustó Chile. La tranquilidad es una de las principales razones. Hay paz", añade.
Pero la tranquilidad de la que habla Lina no es para poder pasearse en medio de la noche sin temor a ser asesinado. Es, según sus palabras, para no terminar siendo víctima de la violencia política que domina muchas ciudades colombianas.
La mujer se emociona y recuerda uno de los momentos más trágicos de su vida. "En 2002 dejé Medellín y me fui un año a vivir con mi madre, que era jueza en un pueblo del Departamento (equivalente a una provincia en Chile) del Choco. Estando ahí fui testigo y víctima de las atrocidades de la guerrilla", revela.
El 2 de mayo del 2002, después de varios días de enfrentamientos, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) lanzaron una bomba fabricada con un balón de gas a la iglesia principal del pueblo de Bojayá pensando que allí se refugiaban las fuerzas paramilitares de ultra derecha que se oponen a la guerrilla.
Tristemente, en el templo no había ningún combatiente. El lugar estaba repleto de civiles refugiándose de las balas. La hija menor de Lina estaba entre ellos.
"Yo estaba en otro pueblo, al otro lado de un río que separa dos municipios y mi niña en la iglesia de la catástrofe. Yo pensé que la había perdido cuando la encontramos entremedio de los escombros", recuerda.
La pequeña, de entonces solo nueve meses de vida, había sobrevivido de milagro entre decenas de fallecidos y cuerpos cercenados.
"La dejaron salir en un helicóptero de la Cruz Roja Internacional que las Farc dejaron entrar a Bojayá. No supe para dónde la llevaban, me costó un buen tiempo encontrarla nuevamente", agrega.
De acuerdo al relato de su madre, por ser nieta de una juez y ser visitante en el sitio del suceso, el gobierno le negó las compensaciones económicas que recibieron las decenas de heridos y familiares de los muertos.
"La Masacre de Bojayá" es considerado como uno de los peores atentados de la guerrilla. 119 personas perdieron la vida con el bombazo.
En la actualidad, María Isabel Montoya tiene 13 años. "Le quedaron muchas cicatrices de las esquirlas y vive con mucho miedo. No puede ver a los policías o a los militares porque le provocan temor. Cuando hay fuegos artificiales o petardos casi se muere llorando, no puede dormir", dice su madre.
"Los chilenos no saben lo que tienen", reitera una vez más.
La "doctora", como también llaman a los abogados en su país, cuenta que ciudades completas han sido tomadas por las fuerzas guerrilleras, que controlan el territorio fundamentalmente para mover cocaína.
"Mi madre era jueza y no podía ejercer. Tenía que pedir permiso a los líderes de la guerrilla parar hacer algo. La única ley que vale es la de ellos", asegura.
Triste futuro
El dramático pasado ya es parte de la historia. Aunque dejó sus marcas, ahora Lina se apronta para enfrentar una nueva tragedia: la inminente muerte de su progenitora.
"Quiero volver antes que le pase algo", confiesa evitando hacer referencias a la muerte. "Los doctores le dijeron que no tendría más de un año de vida, que tal vez podrían ser seis u ocho meses más", se lamenta.
Mientras su madre se debilita y sus hijos crecen sin ella, Lina sigue confiando en las oportunidades que le podría entregar Chile. Ojalá sean muchas.