La emprendedora de El Tabo que encontró el amor a miles de kilómetros de Chile
Belén Púrpura, de 33 años, conoció a su esposo en Nueva Zelanda, a pesar de que él siempre veraneó en Isla Negra, muy cerca de su casa. Ahora ambos administran el Puerto Castilla, un exitoso restaurant con vista al mar.
"Siempre tuve la noción de lo que es trabajar y tener negocios", afirma de entradita Belén Púrpura, comerciante tabina que a sus 33 años ya administra su propio restaurant en el sector de La Castilla, ubicado entre los balnearios de El Tabo e Isla Negra.
La joven, hija de una enfermera y de un popular personaje de la farándula -al cual no se refiere en ningún momento de esta entrevista- es una entusiasta de las ventas y asegura que su vida ha estado siempre en torno al comercio.
"Cuando era chica vendía ropa en la calle, afuera del supermercado de mi mamá. Cuando estaba en la universidad, con un pololo que tuve, vendía quesos, maní, joyas y me iba bien. Siempre me las rebuscaba por aquí y por allá porque me gusta vender", recuerda con alegría.
Cuando egresó de la enseñanza media, la ex alumna del colegio Gabriela Mistral de Llolleo se fue a estudiar a Viña del Mar y después a Santiago.
Al terminar Turismo, su primera carrera, hizo la práctica en una agencia de viajes. "Resultó que salí tan buena para vender, que me gané un premio y me mandaron a Cuba por 10 días con todo pagado y en hotel cinco estrellas. Ni yo me la creía, mi mamá tampoco lo podía creer", recuerda orgullosa de sus dotes comerciales.
Más tarde se trasladó a la capital, donde terminó su segunda carrera, Ingeniería Comercial. Ejerció en un banco y estaba alejada del mundo empresarial. "Ahí yo estaba en otra etapa. Mi hermano tenía restaurantes, pero yo solo iba a comer".
Hoy Belén está dedicada de lleno a atender y administrar el proyecto familiar que emprendió en sociedad con su madre y hermano, pero que trabaja en conjunto únicamente con su marido.
"El Puerto Castilla nació de la idea de hacer algo en esta casa donde vivíamos con mi mamá y mi hermano, pero que con el tiempo se empezó a quedar sola. Mi mamá se fue a vivir con mi abuelo, yo me fui de viaje fuera del país y mi hermano se fue porque era mucho espacio para él con su pequeña familia", cuenta Púrpura.
A su restaurant, montado en una antigua casona de los años 30, la mayoría de los clientes llega por recomendación. La publicidad del boca a boca ha sido un gran punto a favor para el negocio, que en su quinto verano ya se consolida como una de las mejores alternativas para disfrutar de platos marinos, con una imponente vista al mar.
Para conseguir el éxito, como todo emprendedor, Belén ha dejado atrás algunos aspectos importantes de su juventud. Uno de ellos es la vida social activa que solía tener antes de comenzar la aventura del Puerto Castilla.
"Los fines de semana el común de la gente los tiene libre y yo los tengo que trabajar. Como mamá, afortunadamente, no he perdido nada porque estoy ciento por ciento con mi hija mayor. Ella está siempre aquí en el restaurante conmigo y también vende. De hecho al Viejo Pascuero le pidió una caja registradora y juega a vender", agrega esta madre de dos niñas.
Identidad local
Una de las apuestas más interesantes que tiene su local es que algunos de los platos que ofrece cuentan con la certificación 100K. Esto significa que el setenta por ciento de cada plato certificado es elaborado con productos de no más de cien kilómetros a la redonda. De esta manera, se potencia a los productores locales y al mismo tiempo se fomenta la identidad local.
"Las lechugas, los berros y las rúculas que yo compro son de Lo Abarca. Los tomates cherry y el ciboulette son del huerto de mi mamá, regados con agua de pozo y absolutamente orgánicos. El congrio que ofrecemos es de la caleta de El Quisco, y los locos y las jaibas en su mayoría también son de allá. El aceite de oliva lo compro a un productor de Algarrobo y para complementar el 100K, uso productos que no tenemos acá, pero que nos permiten elevar la calidad", explica Belén.
Y no solo algunos de los ingredientes que agrega a sus platos son de la zona. También promueve vinos y cerveza artesanal. "El vino lo traemos de Casa Marín de Lo Abarca. También tenemos vinos de Casablanca y de Leyda. La cerveza artesanal se llama La Castilla y la produce mi vecino que vive a una cuadra de mi casa", agrega la comerciante.
"Siempre compro a los mismos productores locales. Ellos me dan confianza con sus productos y yo también creo más nexos con ellos. No dejo mis 'lucas' en otro lado, las dejo aquí en la zona", cuenta la tabina.
Historia de amor
Pero no solo el negocio de Belén tiene una fuerte cercanía con el mar, sino también su familia. Francisco, su esposo y comerciante al igual que ella, es un empedernido surfista. "Nos conocimos en Nueva Zelanda, cuando yo andaba de viaje con una amiga. Él había veraneado toda su vida en Isla Negra, pero nunca habíamos hablado. Cuando volvimos a Chile los dos nos hicimos cargo del Puerto Castilla porque estaba la estructura hecha, pero no tenía papeles, patente ni carta. Había que hacer toda la puesta en marcha".
En su aventura por el extranjero, la inquieta Belén desarrolló cuanto trabajo le ofrecieron para mantenerse económicamente. "En Australia trabajé en un bar casino gigantesco, ahí estuve de barwoman y conocí más sobre lo que es manejar un restaurant. También trabajé de niñera y de promotora, vendiendo membresías para una ONG".
-¿Qué fue lo que más aprendiste de esa experiencia fuera del país?
-Lo que más aprendí estando sola fue desprenderme de lo material y salir de la comodidad en la que estaba. No me podía comunicar con todos en un principio, no tenía trabajo, la plata me duró hasta cierto momento y tomarme una Coca Cola era un lujo para mí. Compraba comida que estuviera a punto de vencer porque era más barata. Esa experiencia me sirvió para valorar más la honestidad en las personas y el tiempo que te brindan.
Belén, junto a su familia, también apoya a los jóvenes que practican bodyboard en las playas tabinas. "Este fin de semana hay un campeonato de body y ya me pidieron que me pusiera con algo. Siempre los apoyamos. Estuvimos auspiciando también a los chiquillos en sus viajes. El año pasado ayudamos con los wokie tokies para los salvavidas y ahora me pidieron dos más. Les sirven mucho para los niños perdidos. Me gusta apoyarlos, toda mi vida vi a mi familia apoyando al resto y uno nunca sabe cuando necesite una mano de vuelta", afirma con humildad.
Además de ser comerciante local, Belén está comprometida con su comunidad a través del proyecto "Raíces Tabinas", agrupación conformada por siete mujeres que buscan rescatar la historia del pueblo.
"Partimos con la idea de recuperar nuestras raíces. Hicimos un trabajo periodístico y entrevistamos a los pocos antiguos tabinos que quedan -estamos hablando de personas que vivían acá en el año '30 o '40- para que la juventud supiera cuáles son nuestras raíces", comenta la joven.
"Hicimos una recopilación de muchas fotos antiguas e invitamos a las familias principales de la comuna. Mostramos las entrevistas que hicimos a puros abuelitos, algunos vieron cuando encalló el barco Castilla y otros conocían a Pablo Neruda. Resultó súper bueno, estaba lleno y se encontraron personas que no se veían hace mucho tiempo. Vieron fotos en que reconocían a sus familiares y fue súper lindo", asevera.
"Ahora que ya tenemos personalidad jurídica vamos a empezar a postular a proyectos que sean importantes para la comuna. Estoy feliz con mis amigas de las 'Raíces Tabinas' porque son muy motivadas y quieren hacer cosas productivas", sentencia la emprendedora que busca proyectarse con un nuevo negocio en las playas de El Tabo.
"Soy inquieta y muy soñadora también. Me acuesto pensando dónde voy a estar en cinco años más y lo que quiero hacer con mi vida. En un tiempo más me veo con un centro de eventos haciendo muchos matrimonios en la playa. Aquí viene mucha gente de Santiago a casarse a la playa", comenta Belén, buscando una nueva oportunidad de negocio en el mismo pueblo que la vio nacer.