Los recuerdos imborrables de Gilberto "Gilo" Rojas, el fundador del mítico Café Paulina
Mucho antes de levantar las cortinas del conocido negocio, fue conductor de las micros que recorrían entre Santiago y Algarrobo. En ese servicio se dedicó a transportar a personajes como Pablo Neruda, por nombrar solo una de sus anécdotas.
Gilberto Rojas, el fundador del conocido Café Paulina de San Antonio, almacena tantas historias en su cabeza como una enciclopedia. Recuerda a la perfección las fechas, los nombres y cómo se desencadenaron los hechos más relevantes de los últimos ochenta años en la provincia.
Antes de emprender con el negocio por el que es conocido hasta hoy, "Don Gilo" como le llaman en buena parte de San Antonio, trabajó en la locomoción colectiva manejando las micros que recorrían entre Santiago y Algarrobo.
Todos los viernes traía a la costa nada más y nada menos que a Pablo Neruda, quien según su relato, siempre tomaba el mismo asiento.
Mucho antes de eso, cuando era solo un muchacho se mudó a una casa ubicada en el pasaje Ruiz Tagle, en el centro de San Antonio, donde cuenta que estuvo el primer hospital de la zona.
FUENTE DE SODA
Conversamos con él la tarde del martes recién pasado cerca de las cinco de la tarde, hora en que religiosamente toma tecito en el local que levantó a principios de los setenta. Ese día se saltó la tradición y tomó once en su casa, donde tuvimos el gusto de compartir un delicioso Barros Jarpa.
Mientras empina una taza describe claramente la mañana del 9 de febrero de 1972, cuando el Café Paulina abrió sus puertas por primera vez.
"Las cocinas aún no estaban funcionando, teníamos solo bebidas, pero el local estaba lleno. La gente no paraba de entrar", recuerda alegremente.
Desde entonces el público nunca falló. "En abril de ese mismo año me fui con una bolsa de plata para Santiago y le compré un auto mini de regalo a mi señora", revela el empresario.
Violeta Musri, su mujer, quedó feliz. Se casó con ella en 1953 y tuvieron cuatro hijos: Marcela, Ricardo, Luis y Paulina.
"Empezamos después del terremoto de 1971, porque se habían caído otros locales, otros restaurantes. Mi idea era tener un local familiar, para la gente del puerto, para los pescadores, que no tenían donde ir con los hijos y con las señoras", agrega Gilberto.
La fuente de soda fue grito y plata. "Tuve la suerte de trabajar con gente que sabía del negocio, que tenía la experiencia", admite.
Desde ese primer día en que levantó las cortinas con el suelo aún cubierto de aserrín, se quedó en la caja. Llegaba cerca de las ocho de la mañana y se retiraba después de las diez. Así estuvo por más de cuatro décadas.
Lotería
La rutina se vio interrumpida más de alguna vez, pero por suerte por buenos momentos, como en 1987, cuando se ganó un auto en un sorteo de Lotería.
"Como no tenía la necesidad vendí el número por el valor del auto y nos fuimos de paseo a Alemania, Suecia y España", rememora mientras muestra una colección de platos comprados en Europa y que cuelgan en una pared del comedor de su residencia. Son recuerdos imborrables, así como aquellos que mantiene frescos en su memoria. Acá van solo algunos
"Me acuerdo de muchas cosas buenas, pero también de cosas malas. Cuando se estaba haciendo el camino a Santiago (lo que desde los años noventa es la Autopista del Sol), en la década del treinta, eso era un camino de tierra no más y se amplió a pura pala. El trabajo era demoledor y hubo gente que murió y que quedó tapada con la tierra. Me acuerdo claro de una vez en que se pusieron a pelear por Centenario. Ahí había un grupo de trabajadores y se enojó, no sé por qué, pero terminaron matándose con cuchillos. Me dio miedo, era un niño y salí corriendo a la casa", relata.
"Esta casa (en el pasaje Ruiz Tagle, en las cercanías del Colegio Sara Cruchaga) fue el lugar donde estuvo el primer hospital de San Antonio. En aquel entonces yo vivía con mis papás en esta misma calle y este lugar era distinto, no es la misma estructura, pero donde está mi patio estaba la morgue", revela "don Gilo".
Grandes eventos
Por esos mismos años, el hombre, entonces un pequeño de once años, fue testigo de una de las peores tragedias de la historia de Chile. A las 23.32 horas de la noche del 23 de enero de 1939 sintió con fuerza el terremoto que golpeó la zona centro sur del país y que tuvo su epicentro en la ciudad de Chillán.
"Se movía todo más que la miéchica, pero por suerte acá no quedó la escoba y fue el puro susto", detalla. Los sanantoninos la sacaron barata. En el sur se registraron más de 5.600 muertes.
Más de una década después presenció la enorme crecida del Río Maipo que se llevó parte del puente Lo Gallardo. "Fue muy grande. (El río) iba de lado a lado. En aquel tiempo estábamos viviendo en Llolleo y al lado de mi casa estaba el director de Obras de la Municipalidad. Salió con cuadrillas para tratar de limpiar un poco cerca del puente, pero no sirvió mucho, al final cayó", describe.
En 1971, en tanto, pasó algo parecido, pero esta vez fue otro terremoto. "El puente de Llolleo quedó hundido más de medio metro, no se podía cruzar", agrega tratando de explicar con sus manos de qué tamaño era la diferencia de nivel con la calle.
Por su puesto no todo son malos momentos. Mucho antes de que se instalara con el famoso local, también acumuló una larga lista de anécdotas como transportista.
"Estoy trabajando desde muy niño. A los 17 años empecé a manejar las micros que iban entre Santiago y Algarrobo. El director de Tránsito de la Municipalidad de Santiago me dio un permiso para callado, porque yo traía a su familia a veranear a la costa", revela recién ahora.
Pero eso no es todo. Cada viernes por la tarde un pasajero muy especial esperaba el transporte. Era el poeta Pablo Neruda. "Era muy re pesado, se creía pavo real esperando el bus y no miraba a nadie. Siempre pedía los asientos uno y dos y se venía con una señora. No sé si era siempre la misma".
Ese no fue su único contacto con la gente del mundo de las artes. Un cliente frecuente del Café Paulina, según su relato, era el antipoeta Nicanor Para, actual residente del balneario de Las Cruces. "Venía en las mañanas a tomar desayuno con las niñas".
Otro integrante de la misma familia, Roberto Parra, quien se hizo conocido por su relación con La Negra Ester, también degustó los sándwiches de la fuente de soda.
Los recuerdos
Vivir en la década los cuarenta y cincuenta en San Antonio, era sinónimo de que se estaba siendo parte de grandes hitos. Tal vez en la época no se daban cuenta, pero con el paso del tiempo se puede apreciar así.
Gilberto Rojas, fue uno de los primeros cinco egresados del Liceo Fiscal. El actual Juan Dante Parraguez aún no recibía ese nombre, es más, el docente aún ni llegaba a la comuna.
"Fui alumno fundador del liceo en el tiempo en que se instaló al lado del Instituto del Puerto, en 21 de Mayo, en 1942", dice mientras enumera con los dedos de una mano el grupo de compañeros que tuvo entre cuarto y sexto de humanidades.
A diferencia de muchos niños de su tiempo, el joven Gilberto recibió una buena educación. Su padre, Jorge Rojas, fue en la década de los cincuenta un destacado regidor de la Municipalidad de San Antonio. "Fue el delegado del municipio para traer a la Escuela de Ingenieros Militares. Junto al coronel Benjamín Videla, que fue comisionado por el Ministerio de Defensa, se reunían periódicamente. Antes de llegar a la zona, esta unidad estaba en Recoleta, en Santiago".
El abuelo de seis nietos y bisabuelo de otro pequeño no para. A pesar de que pasa gran parte de sus días en su residencia. No deja de soñar. "Antes de morirme me gustaría tener un local más grande, pero no sé si lo haga. Ahora son las nuevas generaciones quienes están al mando, pero no porque vaya a cumplir noventa años voy a dejar de tener proyectos", dijo con convicción.