En el Día de la Madre: tres mujeres recuerdan a sus hijos que fallecieron
Carmen Menares, María Lizana y Carmen Toro confiesan cómo ha sido el dolor más grande que han experimentado en sus vidas. "El Día de la Madre nunca más vuelve a ser el mismo cuando entierras a tu hijo", afirma la segunda mujer.
Carmen Menares (61) despertó y lo primero que hizo, como lo ha hecho durante 43 años, fue acordarse de su hijo mayor, Jorge Danilo Martínez Menares.
"Me hubiese gustado saber cómo habría sido él. Uno como madre o padre tiene muchos planes para sus hijos: que sean buenas personas, que terminen el colegio y que sean profesionales. En fin, que sean felices. Todos los días me acuerdo de él y pienso en cómo lo hubiésemos pasado todos en familia si Jorge todavía estuviera con nosotros", cuenta Carmen resignada en el sofá de su living-comedor. Entre sus manos sostiene la única foto que posee de su primer hijo.
El día más difícil para esta vecina de calle Los Maquis, en el sector de Tejas Verdes, fue el 9 de mayo de 1974 cuando un infarto se llevó la vida de su retoño.
"Es lo más fuerte que una mamá puede sentir. Quedé muda. Como tres semanas estuve sin poder hablar, solo escribiendo me comunicaba con mi esposo y familiares", agrega.
Un mes antes de aquella fatídica jornada, Carmen y su esposo Jorge Martínez (79), con quien ha cultivado un largo matrimonio de 43 años, vivieron el día más feliz de sus vidas.
"Estábamos recién casados y Jorge Danilo era el primer hijo que estábamos esperando. Por ese tiempo yo estaba viviendo con mis papás en el sector de Bucalemu, en el campo -comuna de Santo Domingo-, y mi marido trabajaba acá en San Antonio y viajaba casi todos los días a hacer sus cosas mientras yo estaba con mis papás", recuerda Carmencita, como cariñosamente es conocida esta abuelita.
Al momento de nacer, Jorge no presentó ningún problema, como recuerda su madre, pero todo cambió aquel 9 de mayo de 1974, cuando su corazón dejó de latir para siempre.
"Mi hijo murió en mis brazos y yo sin entender lo que estaba sucediendo. Yo tenía 19 años cuando pasó esto y con mi marido estábamos contentos de tener a nuestro primer hijo. Pero verlo muerto... es lo peor que le puede pasar a una madre. Es un vacío terrible", manifiesta.
La pena, la tristeza y el desconsuelo no solo se apoderaron de Carmen y su marido, sino de toda su familia y en especial del padre de la triste madre.
"Mi papá me acompañaba ese día y estaba demasiado mal, no sabía qué hacer. Fue el momento más duro quizás que le tocó vivir a él también", describe.
Un mes antes que muriera Jorge Danilo de un infarto, una sobrina de la madre de Carmen había dado a luz. Era una tierna niñita la que llegaba a este mundo con la misión de alivianar un poco el dolor de esta hoy asesora del hogar.
"Era una sobrina bien cercana a mí y su hija la estuve alimentando durante casi un año, incluso es mi ahijada. Eso ayudó un poco a no hacer tan pesado el dolor", afirma.
Al año siguiente, Dios la premiaría, como dice ella, con una hermosa hija que hoy le ha entregado dos regalos hermosos: sus nietas.
Carmen confiesa que "muchas veces me quedo viendo a Maritza (su hija) y la veo tan inteligente, simpática y alegre que es imposible no acordarme de mi hijo y preguntarme cómo habría sido él hoy a sus 43 años, si habría estado casado, si me hubiese dado nietos... Lamentablemente eso nunca lo sabré".
"no quiero nada"
Carmen Toro (59) también carga con un dolor incalculable en su corazón. Cada vez que recuerda el macabro asesinato de su hijo Jorge Santis Toro, cuyo cuerpo sin vida fue hallado entre calle Los Aromos y el Fundo de Llolleo, sus ojos se anegan de lágrimas. Tenía 37 años.
"Cuando era el Día de la Madre, él me pasaba a buscar a mi trabajo, como todos los días, y nos veníamos juntos a la casa. Acá él me tenía pan de anís, pastelitos y un cartel grande de Feliz Día Mamá. Hoy sin él la vida es difícil, porque fue mi primer hijo. Nació con dificultades para caminar, pero él siempre le puso empeño", relata.
El triste y fatal episodio ocurrió el 15 de noviembre de 2013. "El Rambito", como era conocido este vecino de la Viuda 9, fue asesinado, pero el victimario nunca fue castigado por la justicia. Su crimen quedó impune.
"Ese es el gran dolor que voy a tener. Había pruebas que inculpaban al autor y la justicia no hizo nada", recalca una y otra vez en el living de su casa en Llolleo.
Desde aquel día todo cambió para esta abnegada madre de tres hijos. "Me llamó mi hija para saludarme en el Día de la Madre y me dijo que iba a venir a tomar once conmigo, que hiciéramos algo para celebrar, pero yo no tengo ánimo de nada. No quiero nada. Solo me gustaría tener a mi hijo conmigo".
Fabián (36) es otro de los retoños de Carmen, al igual que Rosa (33). Su segundo regalón dice que su mamá es un ejemplo para él y toda su familia.
"Ella siempre ha estado con nosotros en los momentos más difíciles. Hay discusiones como en toda familia, pero ella es muy buena con nosotros, atenta y excelente madre", opina Fabián.
El techo de desplomó
Quienes vieron la escena aquel 14 de julio de 2001 rompieron en un espontáneo llanto. Orlando Pino abrazaba, seguramente como nunca lo había hecho, a su hermano que yacía muerto en el suelo del patio de la Escuela Industrial de San Antonio.
Carlos Pino tenía 15 años y cursaba el segundo año medio en la Eisa. Estaba jugando con sus compañeros cuando la pelota cayó en uno de los techos del establecimiento de avenida Centenario.
De repente, el escolar subió a la techumbre en busca del balón. En un abrir y cerrar de ojos, perdió el equilibrio, cayó al vacío y azotó su cuerpo contra el suelo. Nunca más volvió a levantarse.
"Su hermano llegó a verlo porque estudiaban en la Industrial y lo abrazaba, no sabía lo que pasaba. Fue muy terrible. Es una pena que uno siempre lleva en su corazón. Un vacío que jamás se podrá llenar", detalla María Lizana (53), la madre.
Esta vecina del cerro El Carmen recuerda a su hijo como "cariñoso, muy amistoso, siempre con un te quiero en la boca y recalcándole a sus hermanos que él era el regalón de la mamá".
María confiesa que por estos días anda sensible. Distinta. Con las lágrimas a flor de piel. "Para mi cumpleaños o el Día de la Madre él llegaba siempre con una caja de chocolates. Me abrazaba, me daba besos y me entregaba su regalito. Eso sí se quedaba al lado mío para que lo abriera y lo comiéramos juntos. Era tan lindo... pero el Día de la Madre nunca más vuelve a ser el mismo cuando entierras a un hijo".
La tristeza dejó de aumentar luego de cuatro años, cuando el destino quiso que María tuviese un nuevo hijo, Emanuel Antonio. "Él lleno de luz a nuestra familia. Vino a hacer más llevadero este dolor, porque la pena de perder a Carlitos siempre estará, como también los lindos recuerdos que una madre que perdió a su hijo puede tener", confiesa María Lizana.