Ex mirista cuenta cómo se salvó
Jorge Silva Huerta fue detenido varias ocasiones durante el gobierno militar por ser parte del MIR. Aquí nos cuenta su historia.
A pesar de su corta edad, Jorge Silva Huerta (65) no lograba abstraerse de la realidad que vivían los chilenos en los años 70. Para él la desigualdad que se apreciaba en cada rincón del país era muy dolorosa y difícil de digerir, por eso reconoce que el mensaje de Miguel Enríquez lo tocó hondo y es, precisamente por ese motivo, que decidió unirse al Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
"Uno veía mucha injusticia y desigualdad y eso no me gustaba. Había gente que vivía en tremendas casas mientras que otros lo hacían en mediaguas forradas con lampazo y fonola", comenta.
"Imagínense que mi familia recién vino a comer pan fresco cuando yo trabajé en una panadería porque antes sólo era pan duro", agrega.
Cuando se produjo el golpe militar en 1973, Jorge comenzó a ser buscado de inmediato por los agentes de la Dina, quienes lo acusaban de terrorista.
La primera vez que fue detenido sólo alcanzó a estar algunos días recluido antes de ser dejado en libertad.
Este llolleíno sabía que esto no terminaría ahí, por eso decidió no esconderse y tratar de llevar una vida lo más normal posible, a pesar de que sabía que lo seguían buscando.
"Siempre anduve con mi cabeza en alto porque no tenía nada que esconder. Nadie andaba haciendo nada malo, por eso tampoco me quise ocultar ni exiliar. A mí todos me conocían por un apodo pero cuando preguntaban por Jorge nadie sabía nada. Fue por culpa de ese sobrenombre que caí, por eso prefiero no recordarlo ", señala.
Santo domingo
El 1 de agosto de 1975 será un fecha que difícilmente Jorge podrá olvidar. Ese día el llolleíno fue arrestado por agentes de la Dina mientras caminaba hacia un almacén que quedaba a pasos de su antigua casa.
"Cuando iba caminando vi a los agentes de la Dina. Lo primero que pensé fue 'cagué'. Me subieron a una camioneta y después me llevaron a unas cabañas en Santo Domingo junto a otros compañeros", relata el actual trabajador de la pesquera Trimar.
A pesar de los años que han pasado, este llolleíno recuerda cada detalle como si fuera ayer. Para él es importante que esto nunca más pase, por eso decidió contar su historia.
"Nosotros sabíamos que podía venir un golpe, pero no estábamos preparados para eso. Además ninguno de los jóvenes que era mirista hizo nada malo. Sólo nos detuvieron porque éramos del MIR y nos acusaron de terrorismo", afirma.
Según este vecino de calle Las Alpacas, en Llolleo, los 35 días que estuvo recluido en las cabañas lo mantuvieron con las manos amarradas y los ojos vendados.
"Habíamos 30 compañeros detenidos. Éramos más miristas que socialistas y nos tenían a todos en una cabaña. Mientras en el día, los milicos veraneaban con su familia y ejercían su labor de padre, en la noche se convertían en unos verdugos y cuando todos dormían, ellos ponían la música bien fuerte para que no se sintieran los gritos de las torturas" recuerda.
Para Jorge fueron días muy duros, pero sobre todo de mucha incertidumbre, ya que según él mismo explica "jamás pensó que saldría con vida".
-¿Qué pasaba por su cabeza cuando sentía a sus compañeros gritar?
-Era terrible. Escuchábamos los gritos y uno se ponía tiritón, nervioso... Al final queríamos que nos tocara luego. En las Rocas se pasó mal, pero a pesar de eso, igual había compañeros que le daban palabras de aliento a los más jóvenes".
"Había niñas que llegaban con el uniforme escolar. Las sacaban del liceo y las torturaban, las masacraban, las violaban. Yo tengo una tremenda admiración por las mujeres porque sufrieron más que nosotros", añade.
Luego de permanecer 35 días en Santo Domingo sufriendo las más increíbles torturas, Jorge fue trasladado en una camioneta, junto a otros detenidos, a Villa Grimaldi.
"Después nos llevaron al centro de Tres Álamos donde estábamos incomunicados. Estuvimos unos días ahí hasta que nos enviaron a Cuatro Álamos. Fue en este lugar donde recién vi gente. Recuerdo que me encontré con compañeros que estábamos en las Rocas. Ese día nos abrazamos y emocionamos mucho", rememora.
En este lugar, Jorge tuvo la posibilidad de reunirse con su madre, quien tras su detención, lo buscó por cielo, mar y tierra. "Ella sufrió mucho por eso. Cuando me vio en los Cuatro Álamos se quedó más tranquila. Mi mamá fue la única que me buscó durante todo el tiempo, por eso digo que las mujeres sufrieron mucho con todo eso", admite.
Dolor
Jorge confiesa que, a pesar de que han pasado más de cuarenta años desde que estuvo detenido, aún se encuentra bajo tratamiento sicológico ya que los recuerdos, por más que quiera, no salen de su cabeza.
"Yo no sé cómo no quedé cagado de la cabeza, en serio, porque lo que nosotros vivimos fue terrible. Por más que quiera olvidar no puedo, por eso continúo bajo tratamiento sicológico", cuenta.
-¿Se logra superar algo así?
-Uno trata de hacer su vida normal, pero esto nunca se deja en el pasado. Esto no se olvida por eso yo siempre he dicho que los que quedamos vivos estamos acá para contar todo y para que nunca más se repita esa historia en mi país.
Agrega que "cuando me dejaron libre, estuve con siquiatra y sicóloga y de hecho sigo con la sicóloga. Tengo compañeros que quedaron cagados de la cabeza y cómo no. Uno necesitaba contar lo que vivió para desahogarse, pero ni mi señora ni mis hijos saben lo que realmente viví en los centros de detención".
A pesar del dolor que alberga en su corazón, este sanantonino pudo rehacer su vida y formar una maravillosa familia junto a una mujer que lo apoyó en todo momento.
"Ella ha sido el apoyo más grande que he tenido. Lo mejor que me pudo pasar fue haberla conocido en 1978 y de ahí nunca más nos separamos. Yo después seguí en las peñas y en mis cosas, pero ella jamás me preguntó algo o me cuestionó. Ha sido una buena compañera porque cuando yo no estuve ella crió a mis hijos y les dio todo lo que yo no les di porque andaba en otra", reflexiona.
-¿Qué siente por esas personas que tanto daño le hicieron?
-No siento odio, al contrario, siento pena por ellos porque yo camino con la cabeza en alto por la calle, en cambio, ellos, sus hijos y sus nietos, seguirán siendo apuntados con el dedo. Yo sólo espero que estas personas paguen por el daño hecho porque ellos eran nuestros compatriotas, no nuestros enemigos.