El sacrificado profesor que lucha por rescatar la historia secreta de San Antonio
Rubén Santibáñez entró en 1970 a la Escuela de Malvilla, donde estuvo hasta su jubilación en 2004. Es recordado hasta hoy por los cientos de alumnos a quienes enseñó a leer, escribir y, mejor aún, a perseguir sus sueños.
Cuando Rubén Santibáñez camina por la calle no poca gente se acerca a saludarlo y a preguntarle cómo está. Él responde atentamente y asume que se conocieron en una de las tantas vueltas del destino.
Lo más probable, sin embargo, es que se trate de un ex alumno de la desaparecida Escuela de Malvilla, donde ejerció la docencia entre 1970 y 2004.
Hoy Santibáñez es un destacado historiador. Ha escrito una larga lista de libros con anécdotas personales, investigaciones sobre la comuna puerto y los mitos y leyendas de la zona. Prepara unos cuantos textos más en la fría oficina que tiene en el centro cultural Pato Yeco.
En los últimos dos meses su nombre ha estado en boca de muchos vecinos del sector alto de Barrancas, quienes quieren bautizar una plaza ubicada en la esquina de Luis Reuss con Las Palmeras con su nombre.
La decisión, según informó el alcalde Omar Vera a Diario El Líder durante la semana, aún no está tomada. Se espera que salga humo blanco desde el Concejo Municipal dentro de las próximas semanas.
Tal vez parte de esta entrevista les sirva para llegar a una conclusión.
Origen
La historia de Rubén Santibáñez se remonta a los orígenes del puerto de San Antonio. No tiene tantos años como este, pero tal vez sin esta mega obra de la primera mitad del siglo 20 no habría llegado a este mundo.
Su padre, Pedro Santibáñez, participó en la construcción del terminal marítimo hacia 1912. Fue maquinista en la locomotora que transportaba gigantescas rocas entre lo que hoy es el puerto más importante de Chile y el sector de Cantera, desde donde por aquellos años extraían material para dar forma al paseo Bellamar y los muelles.
El 25 de mayo 1939 nació fruto del matrimonio del trabajador y Aurelia Gamboa.
Creció en lo que, según él, fue la primera población fiscal de San Antonio, detrás de la actual Primera Comisaría de Carabineros, en Barrancas.
"Los empleados tenían esta población y más arriba había un campamento para los obreros", recuerda.
Desde pequeño demostró interés por la escritura y la lectura. Pasó por la entonces Escuela Cuatro y luego por el Liceo Fiscal. Siendo un estudiante hizo su primera publicación. Soñaba con ser periodista, pero por aquellos años seguir estudios superiores era una tarea compleja.
Pocas casas de estudios impartían la carrera y muchos de los reporteros que triunfaban en las radios, revistas y diarios -tanto en el país como en San Antonio- se habían formado en la práctica.
Eso, sin embargo, no lo desalentó a escribir sus primeras notas. Colaboró para el diario Orientación de San Antonio, que circuló, según cuenta, desde 1946 hasta mediados de los cincuenta, y luego, con mayor irregularidad, un par de décadas después.
Rubén quería escribir y no deja de hacerlo.
Probablemente no lo ha pensando, pero aunque no se convirtió en el periodista que quería ser, enseñó a cientos de niños a leer y escribir. Les contó cómo era el mundo tal y como lo haría un profesional de las comunicaciones.
En 1963 egresó de la extinta Escuela Normalista y luego comenzó a trabajar para el Ministerio de Educación. Las escuelas y liceos dependían directamente del gobierno y no de las municipalidades como ahora.
Estuvo un tiempo en San Fernando y en 1970 volvió a San Antonio.
"Entré en el mismo tiempo que Salvador Allende -rememora-, de hecho, el golpe me pilló en Malvilla", recuerda.
Docencia
La tensión política en nuestro país se sentía en todo ámbito. La educación no era la excepción.
"Había un ambiente muy enrarecido entre los profesores y los apoderados también. Allende había triunfado y la gente tenía un bando claro a favor o en contra. Por eso, vi varios establecimientos como la Escuela Cinco, la de Tejas Verdes y de Bellavista, pero opté por Malvilla, que estaba un poco más lejos y más tranquila", admite.
La determinación fue acertada. De allí no se movió hasta su jubilación en 2004.
"Antes de entrar eran tres profesores, luego éramos dos y después quedé solo hasta el final", explica.
"Fue una experiencia muy linda. Era un pueblo ferroviario, que me recordaba a mi papá", confiesa.
En el establecimiento tuvo la misión de enseñar a pequeños de entre primero y sexto básico en un mismo salón. Los ubicaba en grupos y los hacía trabajar de acuerdo a su curso.
Días antes del 21 de Mayo salía en una micro hacia Cuncumén para el tradicional desfile rural junto con sus pupilos.
Hacia la década de los noventa, periodo de máximo apogeo de las escuelas rurales y unidocentes (con un solo profesor que también ejercía como director) en San Antonio, hubo nueve establecimientos de este tipo: la Escuela Huinca, que tenía menos de una veintena de chiquillos; la de El Asilo, que tenía un número aún menor de pequeños; la de La Floresta también bordeaba la docena; la Escuela de San Juan El Tranque, que andaba por las mismas. También entraban en la misma categoría los establecimientos con mayor matrícula en el sector del Valle Abajo, en Cuncumén, y del Valle Arriba, en la misma localidad; la Escuela de Leyda, Agua Buena, y por supuesto, Malvilla.
Varios de estos colegios ya no están. Tenían muy pocos escolares y mantenerlos era muy caro. Algunos de ellos tenían una casa separada de las salas para que los profesores vivieran en ella entre lunes y viernes.
Rubén, por estar más cerca de la ciudad, no tuvo esa oportunidad. "Tomaba todas las mañanas el bus que va para Melipilla, me bajaba en la ruta, (actual Autopista del Sol) y caminaba hasta el pueblito", dice.
Con frío o con calor, no importaba. La misión era educar.
El invierno, sin embargo, fue cruel con el profesor, por eso, desde hace muchos años -tantos que no recuerda- comenzó a dejarse crecer una frondosa barba en su rostro.
"La idea era evitar el frío, pero cada 21 de septiembre, cuando cambia la estación de invierno a primavera, la corto. Después ya es molesto por el calor y los niños empiezan a pedirme regalos pensando que soy el Viejo Pascuero", agrega entre risas.
El vello de su rostro lo ha hecho reconocible hasta ahora, más de una década después de acogerse a retiro, cuando empezó a ocupar el tiempo que dedicaba a la docencia totalmente a la investigación de nuestra zona.
"He llegado a la vejez tranquilo, voy para los ochenta años ya", reconoce.
Esa tranquilidad está dada probablemente por la valentía y astucia que tuvo en los años ochenta, en plena dictadura, cuando muchos trabajadores fueron obligados a cambiarse del antiguo sistema de previsión solidario (las cajas) a las entonces nacientes Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) que implantó en Chile José Piñera, el hermano del ex presidente.
"Un día llegó un sujeto a la escuela con una planilla. Dijo 'vengo de parte del alcalde y todos tienen que firmar'", relata.
Entre los documentos estaba su renuncia al empleo, al fondo de pensiones que había acumulado hasta el momento y el cambio a la recién fundada fórmula de capitalización individual.
Rubén se resistió y nunca se cambió.
Plaza
Sobre la plaza que podría llevar su mismo nombre, en tanto, admite que su "idea era que le pusieran Historiadores de San Antonio o algo parecido. Me dicen cosas, pero no me meto. Cuando me muera ahí cambia la cosa, pero por ahora mejor no me meto".
Parte de su bibliografía, con secretos e historias perdidas de la comuna de San Antonio, está disponible en la Biblioteca Municipal y el Centro Cultural de calle Antofagasta… y eso no es todo. A sus 78 años queda Rubén para rato. La lista de títulos en su inventario no hará más que crecer, probablemente hasta el fin de sus días.