El trágico día en que la Estación de Cartagena se repletó de sangre, heridos y muertos
Hace más de sesenta años, en un concurrido sábado de febrero de 1943, una locomotora aplastó un vagón atiborrado de turistas. Ocho personas fallecieron y otra treintena de pasajeros resultó con lesiones graves. El autor del desastre emprendió una cinematográfica e inútil fuga hacia San Antonio.
Las noticias de la guerra en Europa demoran semanas en llegar, pero no dejan de hacerlo. Desde muy lejos, Chile es testigo de cómo los países más poderosos del planeta se enfrascan en una Segunda Guerra Mundial. A pesar de las presiones, el gobierno chileno no se entromete en el conflicto. Solo rompe relaciones diplomáticas con Alemania y Japón. Dispone, además, de una flota de naves para resguardar los puertos nacionales, entre ellos San Antonio, donde también se colocaron varios cañones para prevenir un eventual ataque japonés.
Es febrero de 1943 y en nuestro país lo que se sabe del conflicto bélico llega a través de diarios y revistas que no escasean en el uso de la palabra "horror". El término estaba reservado para grandes tragedias, tal y como sucedió la tarde del sábado 13 de febrero en la Estación de Trenes de Cartagena.
Poco antes de las cuatro de la tarde, en medio de una faena que se había realizado cientos de veces, una locomotora embistió un vagón de pasajeros de tercera clase y acabó con la vida de ocho personas.
Tragedia
Varios quedaron aplastados en medio de la madera que daba forma al carro que se aprestaba a llevarlos de vuelta a Santiago, otros, seriamente heridos, fallecieron sobre el andén.
Lamentablemente no fueron los únicos afectados. Al menos una treintena de pasajeros resultó con lesiones graves producto del impacto. Era un horror.
El conductor, según se estableció más tarde, había "desoído" las instrucciones de los demás funcionarios del ferrocarril y fue responsabilizado del desastre.
Quienes no estaban ayudando a los malheridos quisieron sacarlo del interior de la máquina y entregarlo a la policía. Dicen que hubo disparos, pero este no se entregó.
Según el libro "Los trenes de la nostalgia", el conductor salió huyendo a bordo de la locomotora y no fue capturado hasta que llegó a Barrancas. Iba solo. Echando carbón para que el vehículo funcionara. Desesperado, probablemente.
Han pasado más de sesenta años del hecho. Establecer la identidad del chofer es casi imposible, tan imposible como determinar lo que pasó por su mente en aquellos angustiosos momentos.
En SILENCIO
La historia, que tiene los requisitos para convertirse en una de las peores tragedias de Cartagena y una película al mismo tiempo, había permanecido en silencio por décadas.
Una colección de crónicas locales publicada por Diario El Líder a fines de los noventa reflotó su recuerdo por un instante. Un joven amigo de nuestro periódico -todavía escolar en la época de la edición- mantenía en su memoria los hechos de ese sangriento día.
"En alguna parte deben haber más detalles", nos escribió hace unas jornadas. Tenía razón.
Lo acontecido aquella tarde sabatina está consignado en el libro "Los trenes de la nostalgia", del profesor Rubén Santibáñez, quien guarda en su mente los sucesos más importantes de la zona como si fuera un almanaque.
Los medios de la época también lo hicieron, aunque no hay fotos, solo texto.
"38 heridos y 8 muertos", cifró la revista En Viaje, que poco después de la tragedia publicó dos páginas con imágenes de los bañistas sobre la arena de la Playa Grande, pero ninguna del tren destrozado.
Tal vez la escena había cambiado al momento que llegaron los reporteros. Nada era tan rápido como ahora. Ni los vehículos, ni las comunicaciones, ni la forma de tomar fotografías alcanzaban la velocidad y facilidad de nuestra era. Tal vez se tomaron las instantáneas, pero no quisieron que vieran la luz. La revista, que era propiedad de la Empresa de Ferrocarriles del Estado, la misma había protagonizado la tragedia, servía como medio de propaganda del mismo servicio.
Sus páginas estaban plagadas de consejos para el hogar, cuentos y relatos de cómo avanzaba la guerra en Europa. Para los accidentes que tenía la compañía no había espacio.
"Además de los muertos, quedaron 38 personas gravemente heridas y fueron trasladadas de inmediato a la capital. Un tren sanitario (habilitado como algo parecido a una morgue) transportó los cadáveres a Santiago", reseña el texto de Santibáñez.
"La indignación del público en contra del responsable se manifestó en el mismo momento de la tragedia. Incluso hubo disparos contra el culpable directo, quien aprovechando un descuido echó marcha atrás la locomotora y se fugó", agrega.
Se sabe que fue aprehendido en Barrancas y que una investigación judicial lo terminó por exonerar. Nada más. Otra versión apunta a que fue por su propia voluntad a entregarse a Carabineros, pero no hay claridad al respecto. Tampoco existen más datos de este incidente, que lamentablemente no fue el último.
Ferrocarril
En 1890, más de cincuenta años antes del accidente, durante el gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda (quien nació en la Hacienda Bucalemu, de Santo Domingo), se iniciaron las obras del ferrocarril que unió a Santiago con el puerto de San Antonio.
Aunque de por medio hubo una guerra civil y el mandatario terminó suicidándose en la Embajada de Argentina, el proyecto nunca se detuvo. En mayo de 1912, gracias a importantes inversiones posibilitadas por el auge salitrero, concluyeron los trabajos.
Quienes visitaban el litoral debían llegar hasta San Antonio y, desde allí, trasladarse en coches de posta (servicio de coches públicos) hasta las localidades costeras más cercanas, como Cartagena y Las Cruces.
En 1921 la línea se extendió otros siete kilómetros hacia el norte y cambió para siempre la historia de Cartagena. Fue el primer ferrocarril turístico del país. Es decir, que conectaba a los capitalinos directamente con un balneario. Este quedaba a sólo 118 kilómetros de línea férrea desde la Estación Alameda de Santiago, lo que era mucho menos que los 178 kilómetros que separaban Viña del Mar de la Estación Mapocho.
Un tren expreso se demoraba 2 horas con 10 minutos desde Cartagena hasta Santiago, con detenciones en San Antonio, Barrancas, Llolleo y Melipilla. Sin embargo, uno ordinario lo hacía en 2 horas y 50 minutos, pues paraba en la mayoría de las estaciones. Recién en la década de los 50 se incluyeron máquinas diesel, las que permitieron acortar los tiempos de los viajes.
Las estaciones
Cuando se terminó el ramal hacia Cartagena, las estaciones desde la costa hasta el Terminal Alameda eran las siguientes: Cartagena, San Antonio, Barrancas, Llolleo, Malvilla, Leyda, Puangue, Esmeralda, Melipilla, El Marco, Chiñihue, El Paico, Lo Chacón, El Monte, Arturo Prat, Talagante, Santa Ana, Colonia, Malloco, Marruecos (actual Padre Hurtado), Santa Rosa de Chena, Santa Ana de Chena, Maipú, Cerrillos y Alameda.
La demanda fue tal que se crearon los llamados "trenes excursionistas" o "facultativos", ya que era facultad del jefe de estación disponer de una mayor cantidad de trenes si la demanda lo ameritaba.
Los pasajeros salían desde los andenes 1 y 2 de la Estación Central y, una vez que se repletaban los vagones, recibían la orden de partir. Luego, a la misma vía se traía otro tren que también partía en cuanto completaba su capacidad y así sucesivamente. Sólo el último tren mantenía su horario preestablecido entre diciembre y las primeras semanas de marzo.
El FINAL
En 1987 se acabó el servicio ferroviario hacia el Litoral Central. El bus era más rápido y eficiente, se dijo en aquellos años. El ferrocarril de pasajeros retornó unas cuantas veces más, pero no sin antes volver a teñir de sangre las vías.
El libro "Los trenes de la nostalgia" menciona otra catástrofe.
"El domingo 25 de marzo de 1943, entre las estaciones de Malvilla y Leyda, siendo las 20 horas, volcó un carro de tercera clase del tren que regresaba con más de dos mil personas, familiares pertenecientes al personal de la Empresa de Ferrocarriles del Estado que había participado de un paseo por las playas de Cartagena. Este arrastró al resto de los vagones que solamente desrielaron. A consecuencias del accidente fallecieron seis personas, otras 28 quedaron con heridas graves y once leves", dice la investigación.
Dos años más tarde, en abril del 1945, Chile declaró formalmente la guerra a Japón. No pasó nada. Nunca hubo conflicto armado entre ambas naciones. La Alemania Nazi estaba a punto de rendirse y las bombas nucleares caerían dentro de poco sobre Japón. El conflicto terminó en agosto de ese mismo año y las noticias internacionales dejaron en el olvido los trágicos eventos que sucedieron en Cartagena y sus proximidades.