Cuatro vidas marcadas a fuego por la misión de paz en Haití
Militares sanantoninos fueron parte de la intervención de la ONU para recuperar la tranquilidad en el país más pobre del continente. ¿Cómo les influyó esa experiencia? ¿Qué cambió en ellos luego de enfrentarse al peligro?
Es un caluroso 12 de enero de 2010. Los termómetros se elevan por sobre los 30 grados Celsius, faltan 7 minutos para las 17 horas y de pronto, la tierra comienza a estremecerse en Haití.
Los habitantes de la isla no lo saben, pero comienzan los primeros momentos de uno de los terremotos más devastadores que haya visto en el último tiempo el país caribeño ya azotado por la pobreza, el desorden y la falta de gobierno.
El sismo aumenta en intensidad llegando a un máximo de 7,3 grados en la escala de Richter.
Las construcciones colapsan, la gente se arrodilla pidiendo clemencia... Miran al cielo, imploran... Para muchos de ellos es la primera vez que experimentan un terremoto y las consecuencias impactarán al mundo entero.
Un minuto y 30 segundo después, las construcciones más grandes del país están en el suelo.
Aparecen el desorden, la angustia, el terror.
En medio de todo ese caos estaba el capitán de la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes, Claudio Rosas Arias, quien era parte del batallón Chile en la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustah).
El terremoto no fue lo peor que vio. Lo que vendría después aún le da vueltas en su memoria.
La sargento segundo Valeska Saavedra llevaba 10 años en San Antonio y siempre tuvo el deseo de servir en Haití. "Era un desafío personal y profesional. Ser mujer implica muchos aspectos, uno de ellos es demostrar que eres capaz de hacer las mismas cosas que tus compañeros varones", señala. Ella estuvo 6 meses en Haití... y la experiencia la conmovió.
Cuando al sargento primero Héctor Jorquera le dijeron que debía ser desplegado en Haití como parte del grupo de ingenieros que acompañaría a la infantería de Marina, le dieron solo unas horas para arreglar sus cosas y despedirse de su familia.
Jorquera era integrantes de los primeros grupos de efectivos militares chilenos que llegarían a la isla para restablecer la paz en el país, el que estaba en una incipiente guerra civil tras el derrocamiento del Presidente Jean-Bertrand Aristide.
"Recuerdo que iba con la incertidumbre de no saber con qué me encontraría... Fue un vuelo tenso. Al llegar al aeropuerto el avión estuvo solo unos minutos. Descendimos rápidamente con nuestras armas listas. Establecimos un perímetro de seguridad y estuvimos alerta ante lo que pudiera suceder. Fue todo muy rápido. Aún recuerdo el calor, la humedad agobiantes... fue como entrar en un horno", señala sobre aquellos primeros minutos en el país caribeño.
La experiencia en Haití también marcó al suboficial mayor Luis Santander. Como hombre de experiencia sabía lo que le esperaba, pero esos meses en la isla le hicieron valorar lo que tenía. "Ahí uno se da cuenta de lo que es la pobreza. Fui testigo de eso, olí la pobreza, pero sabe qué... allá había pobres, pero dignos. Las personas podrían tener sus ropas remendadas o quizás rotas, pero siempre limpias", comenta.
Misión en terreno
El 29 de febrero de 2004 el ex sacerdote y Presidente Jean Bertrand-Aristide fue derrocado y reemplazado por Boniface Alexandre, lo que llevó al país a una lucha intestina que lo dejó al borde del colapso.
Esta situación hizo que Alexandre solicitara la intervención de la ONU y una fuerza multinacional para recuperar el orden en el territorio. Así llegaron fuerzas militares de Estados Unidos, Canadá, Francia y Chile.
Un año después se daba inicio a la Minustah y es ahí donde Chile empezó a ejercer un rol preponderante en la colaboración con las instituciones haitianas y, especialmente, con la comunidad.
Primero la delegación nacional intervino para la instauración de la paz y luego en la estabilización de las organizaciones locales para que recuperaran su funcionamiento.
Tras 13 años, en abril pasado las tropas regresaron desde la isla con el convencimiento de que el trabajo de la misión de paz se realizó de acuerdo a lo estipulado.
Atrás quedó un país que lucha por salir adelante, un pueblo orgulloso de sus costumbres, una cultura diferente y personas que no se olvidarán.
Experiencias
En Haití los soldados chilenos se encontraron con una situación totalmente diferente a la que estaban acostumbrados.
La sargento segundo Valeska Saavedra conoció la realidad haitiana de primera mano. "Estuve en Puerto Príncipe como operadora de maquinaria y también en el área de Finanzas; por esta última, tuve mucho contacto con la comunidad, pues periódicamente debía encargarme de renovar los suministros para la base y vehículos. A los haitianos les llamábamos mucho la atención, quizás por nuestra forma de ser, más cercana de lo que estaban acostumbrados".
"La pobreza impacta, aunque las familias a pesar de no tener mucho, se preocupaban de que los más pequeños fueran ordenados al colegio. Una situación diferente se ve en los hogares donde llegan los niños que han perdido a sus familias", añade la sargento Saavedra.
-¿Le afectaron esos casos?
-Conocía la historia de un grupo de cuatro hermanos que habían perdido a sus padres. Me decían: 'llévame a Chile' y una como mujer no puede dejar de emocionarse. Eran muy cariñosos y se apegaban a uno, pero sabíamos que en algún momento nos tendríamos que ir.
Devastación
El terremoto de 2010 fue terrible para el país que ya estaba sumido en la inestabilidad. Fue un golpe de nocaut.
El capitán sanantonino Claudio Rosas estuvo en dos ocasiones (2010 y 2013). "Se estima que el terremoto dejó más de 250 mil muertos. Para mí fue una experiencia extrema, pero a la vez fue la oportunidad de demostrar el férreo compromiso por ayudar. Vi niños con graves heridas que finalmente murieron ante nuestros ojos. Creo que fue una situación adversa tanto física como sicológica, pero la supimos enfrentar de buena forma".
El oficial recordó que hubo muchos chilenos que se salvaron por minutos de ser víctimas del megasismo, ya que solo instantes previos al movimiento telúrico, estuvieron en inmuebles que colapsaron en su totalidad, como el palacio de gobierno y edificios gubernamentales. "Esos edificios quedaron en el suelo", rememora.
Pocos días después Chile también sufrió un terremoto (27-F) y eso sumió en la incertidumbre a muchos de los soldados que estaban en la isla. "Tenían familiares en zonas tremendamente afectadas y no se sabía lo que había pasado. Rescato que en ese momento demostramos una vez más nuestra preparación", comenta.
Las imágenes de esos días regresan como relámpagos a la memoria de Rosas. "Pasaron un par de meses desde terremoto y aún se podían ver los cuerpos de las víctimas en plena calle. Aparecían durante la noche en las afueras de la base. Los familiares los lloraban y los dejaban ahí. Nosotros los sacábamos para llevar los restos a otro lugar y al día siguiente había más. Allá no existía un Servicio Médico Legal como conocemos. Había personas que enterraban a sus muertos y otros no".
Crudeza
"Era como estar dentro de un horno. El calor era tremendo y la humedad agobiante", dice respecto de las primeras horas que vivió en Haití el sargento primero Héctor Jorquera Morales, quien en su primera misión en el año 2006 llegó a la isla en la etapa donde lo primordial era implantar la paz.
Ahí se encontró con la crudeza del descontrol, con baleos, incendios, falta total de servicios e incluso muchos casos donde la gente hacía justicia por sus propias manos.
"Al llegar a Puerto Príncipe había un olor característico, una mezcla extraña entre desperdicios, basura, humo y muerte también. Había una guerra civil. A lo lejos se escuchaban disparos durante todo el día. En ese primer contacto vimos un país sin servicios básicos; en cada patrulla, en cada control, nos encontramos con armas, muertos, etc", señala.
El sargento primero Jorquera se vio en medio de baleos donde tuvo la experiencia más cercana al combate para lo cual se había preparado durante años. "Desde el punto de vista militar y personal esos primeros meses fueron difíciles, pero me dejaron un saldo positivo. Había que hacer el trabajo y lo hicimos bien, tanto que fue reconocido por los estadounidenses, quienes ya tenían experiencia de combate en otros países", asevera.
Ser frío y no confraternizar con la población local fue uno de los aspectos más difíciles que el sargento viviría en el año 2006. Jorquera recuerda que "la orden era no dar comida a la gente pues eso ocasionaría que se correría la voz y al día siguiente habría miles de personas afuera de la base. Me costó hacerlo. Yo tengo hijos, pero ver niños pidiendo comida y no poder hacer nada, es terrible".
Humanos
Las instancias difíciles, lejos de la familia y en un país extraño, dejan ver el lado más humano de los militares. Así lo cree el suboficial mayor Luis Santander. "Uno se prepara para la guerra y en la misión de paz había un concepto distinto: nuestra arma fue el diálogo. Logramos cercanía con la comunidad y vi la pobreza extrema y digna, en sus ropas, en sus niños. Es un pueblo muy religioso, se preocupaban de arreglarse para ir a la iglesia, podían estar toda la semana con sus ropas desgastadas, pero el fin de semana cambiaban", asegura.
Santander volvió a apreciar lo más simple de la vida: "Uno siempre ha tenido luz y agua potable. Allá eso no existe y se valora mucho más".