Somos la cultura de la basura
Por José Ruiz Pacheco
En Italia se llama "operatore ecológico", al personaje que tradicionalmente conocemos como el "basurero". No comprender el verdadero sentido de esta diferencia ha significado, para muchos, que la basura que generamos probablemente sea más un problema de otros que propia. Ello al menos hasta que vertederos, como el de nuestra provincia, colapsen.
Luego de extendidos 50 años en uso, que sobrepasó por mucho el plazo de "vida útil", el vertedero provincial ya dejó de recibir nuestros residuos sólidos domiciliarios, dando inicio a la urgente búsqueda de nuevas soluciones. Una de ellas, es la operación de una nueva planta de trasvase, que sólo realiza el trabajo de compactar las más de 220 toneladas diarias de basura, con destino a otro vertedero. No obstante, esta solución no considera el tratamiento de residuos voluminosos, como un televisor o un colchón, entre otras necesidades sanitarias.
Por ello, cuando soluciones de parche ya no bastan, surge la imperiosa necesidad de un cambio cultural que nos involucre a todos. No puede ser de nuestra cultura tirar un envoltorio en la calle, como si nada. No puede ser que voluntarios que limpian una playa sean una excepción de un acto casi heroico. Resulta incoherente participar en eventos masivos y dejar el entorno hecho un basural. Nos hemos convertido en una cultura de la basura, que por décadas de mala educación ha sido incapaz de cambiar sencillas acciones para ocuparnos de los desechos que generamos. Y ello no ha sido por falta de recursos.
Por ejemplo, una investigación de la UC del año 2011 comparó el reciclaje municipal entre 16 comunas y el resultado fue que La Pintana, que genera un número semejante de toneladas diarias de residuos que nuestra provincia, es la que más reutiliza sus desperdicios. Resulta que una de las comunas más pobres del país es líder en reciclaje de basura, superando por lejos los puntos limpios como el nuestro. Allá, la precariedad lleva al ahorro, produciendo compost, humus, huertos orgánicos, muebles y hasta biodiesel. De eso se dieron cuenta separando plásticos, papel y material orgánico y, a diferencia del estándar en educación medioambiental, creen que los cambios de hábitos pueden ser inmediatos.
La ecuación es simple: De una tonelada de residuos vegetales, en seis meses se tienen 400 kilos de compost y humus de alta calidad que sirven para el vivero municipal, que produce más de 120 mil plantas al año. Es decir, son verdaderos "operadores ecológicos". Estas políticas implican un cambio de hábito en los ciudadanos, lo que conlleva una serie de beneficios para el ecosistema y para los propios involucrados ya que, técnicas como el compostaje, permiten mejorar la calidad de vida de toda la comunidad, la economía en los hogares, mediante el cultivo de sus propias hortalizas y jardines, y la generación de conciencia medioambiental, sobre todo en los más jóvenes.