A 110 años del natalicio de Oreste Plath, el escritor fértil del pueblo
Quien fuera una de las plumas clave en el siglo pasado del Chile profundo, su legado sigue vigente. Así como aquellas creaciones en las cuales puso al papel su vivencial folclor urbano.
Sonriente, se dejaba acompañar solo de "Cecilia Bolocco" y "Paloma San Basilio". Así llamaba a sus dos muletas. Era marzo de 1995. En el otoño de su existencia, con 87 años, ni siquiera aquel imprevisto costalazo que lo dejó a mal traer en Concepción, impidió que este titán criollo de las letras siguiera adelante con lo que más le apasionaba: empaparse de la calle.
Siempre despierto, nunca dejó de mirar y anotar. Jamás callaron sus voces. De esa cabeza, descargaba un mundo fértil ilimitado de historias pintorescas. Curtidas a la tierra. Con la picota y pala al oficio. Y a mano o máquina sobre una tablilla colocada tan en alto como él. "He estado en los hondones y las alturas de esta tierra. Y he tratado de interpretar el alma y paisaje del país", su reflexión atemporal.
Un año después de su santo 'Palomo Boloccazo', "Oreste" se presentaba así en una última entrevista a El Mercurio, antes de su reposo definitivo, un 24 de julio de 1996: "Aquí estoy con una senectud ni lozana ni decrépita. He sido un investigador viajero. Escribo todos los días…".
Oreste Plath, aquel prolífico escritor y poeta del Chile profundo, que impuso seudónimo en memoria de una cuchillería alemana de niñez (en el mango decía Plath) y el mito de la tragedia griega de La Orestíada, tenía un porqué ("¿le suena Pablo Neruda y Gabriela Mistral?", decía): consideraba que su nombre, César Octavio Miller, parecía un regimiento en desfile, como confirmara tarde al diario La Época.
Lo que no supuso es que a su nuevo alter ego lo confundirían al fonema con… Arturo Prat. A paso cansino, por aquel tiempo con la mira -y tinta- puesta en un nuevo milenio que no conocería, se dio maña para lanzar dos de sus últimas obras, a plena lucidez: "Olografías" y "A Giménez se paseaba por el alba".
Este hombre, que aprendió más de la vida en terreno que por los libros y en los cafés que las tapas duras, como reconocería a la modestia, el 13 de agosto, cumplió 110 años de natalicio (1907-1996).
Karen Müller Turina es su hija. Radica en Santiago. Cancerbera de las artes, resguarda ese mágico legado de su progenitor al patrimonio vivísimo como santo grial. Un contacto a la distancia nos permite tocar a una puerta en retrospectiva; una de quien fuera genio y figura autodidacta. De culto.
Así, Karen nos da luces. Hurgar hasta la inocencia. Oreste Plath decía: "Mi niñez fue un continuo vagar por algunos países americanos y un oír hablar permanentemente de un país llamado Chile que se fue compenetrando en lo individual hasta tener un sentimiento de vigencia. Regresé adolescente y nací a las letras en 1929. Me bauticé. Me puse óleo y crisma llamándome Oreste Plath. Y fueron apareciendo mis libros. Interesado por el folclor, me fui por los caminos del pueblo y a paso lento adquirí experiencia". Y compromiso social.
Plath no se consideraba un escritor estilista. Tampoco literato. Más bien era "folclorólogo". De sí mismo, al papel, como epitafio, añadía en seco: "Yo soy una máquina fotográfica. A esta literalidad la llamo 'santidad de texto'. Yo trabajo con lo procaz, con el disparate, cosas que a usted pueden parecerle groseras, pero no lo son".
Intervalo. Volamos al tiempo en que todo se hacía a pulso apasionado. A la vez que paciente. El poeta y miembro de la Academia Chilena de la Lengua, Juan Antonio Massone, evoca sensaciones al natalicio de Plath, de primera mano: "Los destellos de su personalidad acuden como una presencia, que el óxido temporal llamado olvido -tan presto y tan veloz- no consigue rebajar la memoria, de quienes pudimos compartir un tramo de su biografía".
De acuerdo a Paulina Valente, periodista y escritora del libro '¿Hay alguna flor que se come?', cuatro grandes penas invadieron la vida de Oreste Plath: que lo echaran del Club de la República, por no pagar las cuotas; el despido como director del Museo de Arte Popular Americano de la Universidad de Chile; no conocer la Antártida y la trágica muerte de Josefa Turina Turina (Pepita Turina), su querida esposa.
Conexión
Su huella nos lleva a donde todo empezó: Oreste Plath tuvo un nexo especial con la región. Se consideraba de aquí, pese a nacer en la capital.
En julio de 1928, puso firma y empuje a 'La Capilla Minorista', grupo literario que entre sus filas contaba con Enrique Rojo (abogado) Clara Mustis (poetisa); Delia Ducoing Cunich de Arrate (seudónimo Isabel Morel), periodista y escritora.
Para octubre de 1929, con 22 años, fundó la revista mensual Gong. Ese año escribió su primer libro de versos en colaboración con Jacobo Danke (Juan Cabrera Pajarito), 'Poemario'. Con ello, un hito tatuado al colectivo: aquí puso por primera vez su seudónimo de Oreste Plath.
Su hambre por historias de calle, campo y mar lo llevó a ser redactor jefe de la revista Nautilus (1929-1937), con la que participó en la Primera Convención Nacional de Periodistas, en 1933... período en que lanzó otra revista, Puerto. Eso hasta que renunció para irse al Perú... las penas de amor lo doblegaron, dejando a su amigo Orlando Cabrera Leyva en su puesto.
Con las décadas ya al recorrido territorial, ancló recargado nuevamente enla región. Y una segunda patita: en el diario La Estrella, escribió 426 artículos, entre los años 1984 y 1994, en su mítica columna 'Buenas Tardes'.
De padre a hija
A Karen Plath Müller Turina la inspiración le llega como a su padre: en terreno. Por eso, le da movimiento y vida no solo a los impresos sino a su página de Facebook que cuenta con más de cinco mil seguidores y un vestigio imborrable: el ADN narrativo de Oreste Plath. Ese orientado al folclore y animitas. Si se hila fino, tal vez fue pionero en escribir un libro al respecto: L' Animita, hagiografía folklórica. De esas páginas, un extracto. "De las cruces una se destaca por tener en el centro una fotografía de la niña. En un mástil cuelgan juguetes: baldes, cascabeles, muñecas, zapatos de criaturas, lo que indica que las madres agradecen favores otorgados a sus hijos. Testimonio de males curados son muletas y zapatos ortopédicos".
Karen está contenta. Quiere hacerlo visible. Recientemente presentó su homenaje con el libro 'Adivina buen adivinador', adivinanzas recopiladas por Oreste Plath, y cuya selección corrió por la propia Karen Plath, quien nos brinda un caleidoscopio al rastro biográfico.
-¿Qué recuerdos guarda de su padre?
-Los padres marcan nuestro camino. Junto a mi hermano mellizo Carol, tuvimos padres muy modernos. En nuestra casa se compartía en familia. Él era un gran salidor: desde chicos nos llevaba los domingo a la feria cerca de la casa. Íbamos a las retretas en la Plaza de Armas, fiestas de la primavera. Andar a caballo, contemplar lagartijas, ver las vitrinas para navidad. Cosas tan sencillas, pero de convivencia familiar.
-¿Cómo describiría la personalidad de él, más allá del ser escritor?
-Un gran conversador, ameno y entretenido. La gente disfrutaba Como la canción de Roberto Carlos, tenía,'Un millón de amigos'. Yo diría que era un gran caballero.
-¿Qué lo motivó a abocarse a la escritura?
-Su madre fue la primera inspiradora. Pedro Müller, su padre, tenía un puesto consular: vivió en varios países cuando pequeño. Ya en Chile, su madre lo llevaba de la mano por los campos en una hacienda de un pariente. Le hablaba de los animales, pájaros en vuelo. Le hacía probar y desear el charquicán, la cazuela de ave, las empanadas de romaza, los pebres cuchareados o sopeados y las tortillas de rescoldo. Y los postres que ella le preparaba: arroz con leche y los higos secos rellenados con nueces. Así se gesta su pluma por el cotidiano chileno. De ruta.
-Con los años, ¿cómo cataloga la influencia de la obra de Oreste Plath?
-Cada día más vigente y admirada por las nuevas generaciones. En textos escolares (Santillana). Su libro 'Geografía del mito y la leyenda chilenos' tiene 19 ediciones y lo representa el Fondo de Cultura Económica, en su colección Biblioteca Chilena. Reconocido en países como Argentina, México, España. Tiene una sala bautizada con su nombre y página en la Memoria Chilena de la Biblioteca Nacional. No es todo: una sala infantil en honor a Oreste Plath, en la Biblioteca de Santiago.