La mujer que construyó su casa y su restaurant con sus propias manos
En 1974 Isolina Muñoz abrió el primer local de comida del cerro Placilla. Han pasado 43 años y hasta ahora continúa atendiéndolo con la misma dedicación y cariño. "Bajaré las cortinas cuando cierre los ojos para siempre", dice.
Isolina Muñoz Araya (84) es la dueña del restaurant Los Allegados, en el cerro Placilla. Algunos aseguran que este local de calle Portales 865 es el más antiguo del sector, mientras otros afirman que aquí se comía el mejor chancho de San Antonio, pero lo único cierto es que detrás de este emprendimiento hay una historia marcada por el sacrificio y el amor por la familia.
Esta vecina de Placilla tenía apenas 7 años cuando su madre le pidió a ella y a sus hermanos mayores que salieran a trabajar porque el jefe de hogar había muerto y ella no podía darle de comer a 24 hijos. Sí, leyó bien, 24 hijos.
"Siempre trabajé de empleada y fui muy querida. De hecho todavía tengo una guagua a la que voy a ver (ríe). Ella ya está grande y es oficial del Registro Civil", cuenta Isolina ante la mirada atenta de su hija Clarisa, quien dejó su trabajo para dedicarse a cuidarla.
Tenía apenas 16 años cuando contrajo matrimonio, pero por cosas del destino tuvo que ingeniárselas para sacar a su familia adelante ya que no contaba con el apoyo de su marido.
Su suegra era dueña de un restaurant a la salida del puerto, así que con ella aprendió todo el tejemaneje de un local de venta de comida, pero cuando murió, tuvo que comenzar todo de nuevo porque "quedé prácticamente sola ya que ella era la única que me ayudaba".
"Empecé a lavar ropa todos los días porque tenía que sacar adelante a mis hijos. Pasaba días enteros escobillando sábanas, calzones, porque las patronas eran muy exigentes. Después había que planchar. Estaba días y noches enteras lavando y planchando", recuerda.
Trágico accidente
Tras su separación, Isolina encontró nuevamente el amor, pero al poco tiempo volvió a quedarse sola ya que su marido perdió la vida en un trágico accidente ocurrido al interior del puerto.
"Se le cayeron unos rieles de tren encima. Fue un accidente bien bullado porque ese día él estaba haciéndole el trabajo a un amigo. Mi hija menor tenía apenas un mes cuando él murió. Yo vivía en una casa de dos pisos en el sector de San Miguel (Placilla) pero apenas quedé viuda el dueño me la pidió y ahí decidí comprar un terreno acá en Placilla".
Con cuatro hijos a cuestas, la vida se le puso aún más difícil, "pero como jamás necesité a un hombre para salir adelante, decidí construir esta casa con mis propias manos y claro que quedó buena porque ha sobrevivido a todos los terremotos (ríe). Tuve algunos pololos, pero al final decidí quedarme sola".
"Nadie me ayudó a poner un sólo clavo ni en mi casa ni en el restaurant. Todo lo hice sola, por lo mismo no quise echarme a morir y continué lavando ropa. Mis hijas más grandes se fueron internadas al Sagrada Familia y yo me dedicaba a lavar".
Almacén
Al poco tiempo abrió un local de abarrotes, el cual también levantó con sus propias manos, pero fue tanto lo que "fió" que en 1973 tuvo que bajar las cortinas. "Yo seguí lavando, así que dejé a mi hija que tenía 17 años a cargo del negocio. Le gente le pedía 'fiao' y ella les daba, entonces en vez de subir fue bajando. En el 73 tuve que cerrar el negocio, además que ese año también fue difícil para todos", rememora.
Isolina es una mujer aguerrida, por eso mismo decidió no desmotivarse y al año siguiente dio vida a su propio restaurant. "Abrí en Placilla el primer expendio de cerveza y comida".
Reconoce que fueron años de mucho sacrificio, principalmente porque era ella quien elaboraba todas los platos que vendía y que la hicieron famosa en el cerro. "Al principio hacía puros sandwiches, pero con el pasar del tiempo los clientes me fueron pidiendo comida".
"Me quedaba hasta las cuatro o cinco de la mañana pelando papas, picando cebolla y todavía hago empanadas los domingo, pero lo que más vendía era chancho porque lo preparaba yo misma y no como lo hacen ahora, que ni lo lavan. Yo los criaba, los mataba, los faenaba y los cocinaba", afirma.
Con el pasar de los días, el restaurant fue tomando fuerza y al poco tiempo se transformó en uno de los preferidos de los sanantoninos, que repletaban sus mesas en busca del mejor chancho y las más exquisitas prietas.
"La época del restaurant fue buena. Venía mucha gente buena, pero ya están casi todos muertos", indica.
-¿Por qué le puso Los Allegados?
-Tenía otro nombre al principio. Ya ni me acuerdo cuál era, pero un día un amigo de acá cerca me dijo que por qué mejor no le ponía Los Allegados porque mucha gente pasaba metida acá y cuando necesitan alguna cosas, yo los ayudaba. Por eso ellos decían que eran mis allegados, así que le pusimos así.
Isolina fue ganándose el corazón de sus clientes más fieles, quienes a veces solo acudían a su negocio en busca de compañía. "Podían estar toda la mañana conversando. Hasta el día de hoy la gente llega en busca de un poco de conversación".
Con la arremetida de la comida rápida el local fue bajando considerablemente sus ventas. "Antes podía hacer hasta 400 empanadas, sobre todo cuando recién se abrió la escuela, pero después apenas hacía unas pocas".
Han pasado 43 años desde que abrió su propio restaurant y aunque ya son muy pocos clientes quienes lo visitan, esta mujer de 84 años continúa atendiéndolo personalmente.
"Como es mío puedo abrirlo cuando quiera. A veces ando media cansada y no abro. Mi hija está conmigo, así que a veces le pido a ella que lo atienda, pero me dice que no porque es mío y que esto me sirve para distraerme", confidencia.
-¿Tiene pensado cerrar el restaurant?
-Sólo bajaré las cortinas cuando cierre los ojos para siempre. Después mis hijas verán qué hacen, pero mientras yo esté, seguiré abriendo sus puertas.
Hace un tiempo, Isolina perdió a una de sus hijas a raíz de una dolorosa enfermedad.
Esta pérdida caló hondo en esta mujer quien ha tenido que lidiar con la muerte de sus seres queridos.
"Ella vino de Australia a verme, pero a nadie le dijo que estaba enferma. Cuando llegó al país dijo que no regresaría y que tenía pensado quedarse para siempre. De repente comenzó a sentirse mal y nosotros no sabíamos lo que estaba pasando. Su muerte fue una tragedia porque al final ella sólo vino a morirse a su país con su familia", dice, con sus ojos llenos de lágrimas.