El profesor que caminaba 20 kilómetros para hacer sus clases
Benito Hernández trabajó sus primeros años en la desaparecida escuela de Atalaya, a la cual muchas veces tuvo que llegar a pie. Hoy tiene 44 años de profesión y no se arrepiente de haber entregado sus días a la labor educativa.
"Cuando yo estaba en la escuela de Atalaya, en el campo, muchas veces me iba a pie. Me levantaba como a las 3 o 4 de la mañana para irme desde mi casa en Llolleo hasta Atalaya. Eran como tres horas de camino, unos 20 kilómetros en total. En ese tiempo cruzar el puente de Las Rocas era tranquilo, no como ahora. Las calles eran de puras piedras y tenía que pasar por los potreros para cumplir", recuerda sobre sus primeros años como profesor el sanantonino Benito Hernández Catalán, de 66 años.
Este docente tiene 44 años de carrera. Empezó a trabajar a los 21 años en la escuela de El Tranque, en San Juan. La escuela de Atalaya fue su segundo empleo, donde estuvo trabajando durante seis años.
"Después de tres años trabajando allí, donde muchas veces tuve que irme y devolverme a pie, me compré un auto", cuenta sonriéndose el "tío Benito", como lo llaman cariñosamente sus actuales alumnos de la escuela Poeta Huidobro de Lo Gallardo.
El auto era "un Dodge del año 35, todo destartalado. No tenía ni vidrios. Cuando llovía mi mamá me pasaba un nailon para que yo me envolviera y si pasaba por una poza de agua también me mojaba, porque tenía el piso todo roto. Así sufría antes el profesor rural".
Pero eso no era todo. "Cuando tocaban la campana y salían todos los alumnos corriendo, yo les decía 'ya, pero espérense'. Me preguntaban '¿por qué, profesor?'. 'Para que me ayuden a empujar el auto y pueda devolverme a mi casa'", relata sobre las travesías que tuvo que vivir a principios de los '70.
En esa época dictaba clases a 7° y 8° básico. Sus estudiantes eran unos jóvenes un poco menores que él. "Yo llegué cuando recién se habían implementado estos cursos en la escuela. Los niños tenían 18,19 y hasta 20 años, por lo que éramos como amigos", recuerda.
El profesor describe que "en ese entonces las salas de clases tenían piso de barro. Yo he visto todos los cambios. Ahora se ayuda a los niños, se les entregan libros de estudio y en 7° básico todos reciben un computador".
Tiempo de sacrificios
Hernández, que siempre ha vivido en Llolleo, fue el primero de su familia en ir a la universidad. Sus padres, de origen campesino, y sus hermanos lo apoyaron para que obtuviera el título de profesor en Valparaíso.
"Yo soy el penúltimo de mis siete hermanos y fui el único que estudié. Tuve que hacer hartos sacrificios. Antes no querían que estudiaran los pobres, porque no querían que después reclamaran sus derechos", reflexiona.
Él trabajó para estudiar, pero más allá de su propio esfuerzo, destaca el aporte de sus seres queridos. "Mis hermanos mayores me ayudaron mucho y mi madre también", agradece.
De esa época recuerda con cariño los sacrificios de su madre, Zoila Catalán. "Mi mamá, que era dueña de casa, hacía algunos trabajos para ayudarme. Incluso, me confeccionaba la ropa para que pudiera ir bien presentado a la universidad".
La vocación
Hernández era un joven estudiante del liceo Fiscal cuando eligió ser profesor. Decidió estudiar pedagogía porque "cuando estaba en la media me gustaba enseñar a los demás. Ver a los profesores del liceo influyó en mí. Por ejemplo, me gustaba ver la manera de hacer clases del profesor de Historia, Héctor Barrios", cuenta.
Es por esto que se especializó en historia, materia que hasta el día de hoy enseña a los niños de 5° a 8° básico de la escuela de Lo Gallardo.
"Me gusta la historia porque uno ve cómo han luchado las personas para ser libres, cuánto le ha costado al trabajador llegar a lo que tenemos ahora. Me interesan las conquistas sociales. Si la gente no hubiese luchado todavía seríamos esclavos. Eso yo se lo explico a los niños", señala el profesor.
Además de la oportunidad de enseñar esta asignatura, valora de su profesión "el cariño de los niños que llegan y me dan la mano, me saludan con cariño. También ha sido bonita la amistad con los apoderados, yo siempre me he llevado bien con ellos".
Sus últimas horas
El "tío Benito" lleva 37 años trabajando en la escuela de Lo Gallardo, donde llegó con tan solo 28 años de edad.
"Han jubilado todos los profesores de ese tiempo. Yo soy el único que va quedando", cuenta con una cuota de orgullo por su larga trayectoria.
Actualmente, tiene la jefatura del 6° básico, la última jefatura que realizará, porque le quedan pocos meses ejerciendo su vocación.
"Muchas veces uno quisiera seguir, pero tengo que aprovechar el bono de incentivo al retiro voluntario; si no lo acepto, lo pierdo. Aunque empeño para hacer clases todavía me queda", afirma.
Sus estudiantes, muchos hijos de ex alumnos, no quieren que los deje.
"Mis alumnos no quieren que me vaya, me dicen 'profesor, espere a que yo salga de 8°'. Como uno los lleva de 5° a 8° básico, ellos esperan que yo me jubile después de su licenciatura", cuenta.
Sobre sus años en el establecimiento de Lo Gallardo, señala que "esta escuela es un paraíso, porque aquí se trabaja en equipo y quien se integre aquí es bienvenido. Somos buenos compañeros y se generan amistades entre los colegas. Esta escuela siempre ha tenido buenos directores, que más que directores son buenos compañeros. Es un privilegio hacer clases acá".
En el recorrido por sus 44 años de trayectoria educacional, Hernández repite constantemente la palabra confianza, y es que para él es la clave para educar.
"Yo creo que hay que darles confianza a los niños. Muchas veces el alumno no tiene y dice 'profesor, ¿me puede prestar para el pasaje?'. No me tienen miedo. Antes uno le tenía miedo a los profesores. Yo nunca quise que me tuvieran miedo. Ellos confían en mí y se sienten cómodos para expresar lo que sienten", declara.
Es por esto que recomienda a los profesores que recién inician su carrera "ser muy apegados a su vocación de enseñanza, querer muchos a los niños, ser cariñosos con ellos y cercanos a los apoderados".
Hernández no desconoce los sacrificios que implica ejercer la pedagogía en el país. "No es como otros trabajos que uno sale y se despreocupa hasta el otro día. Cuando uno es profesor sale del trabajo y tiene que llegar a la casa a revisar tareas, hacer planificaciones y muchas veces uno se queda hasta las 2 ó 3 de la mañana trabajando".
A pesar de los contra, está feliz de haber dedicado la mayor parte de su vida a esta labor.
"Cuando era joven también había pensado en estudiar Derecho, pero preferí la pedagogía. No me arrepiento. El cariño de los niños, de los apoderados y los colegas es algo muy bonito. Como se dice, si volviera a nacer volvería a elegir ser profesor", señala con sus ojos sonrientes el tío Benito.