La historia de dos abuelitos que se unieron por la pasión del tango
Hace cinco años, María Eduarda Cepeda y Manuel Salas bailaron su primer tango. Desde ese momento están juntos y se les puede ver en distintos eventos de la provincia, siempre abrazados al ritmo de este apasionado estilo musical.
A María Eduarda Cepeda (80) y Manuel Salas (79) los unió el tango hace más de cinco años. Ella vivía con una de sus hijas en Barrancas, cuando una vecina la invitó a un club de tango. Aceptó ir sin saber que en ese lugar y a sus 75 años comenzaría una nueva historia de amor.
"Yo lo vi bailar y encontré tan lindo cómo lo hacía que me enamoré del tango. Yo gozaba viéndolo. Después lo fui conociendo y pensaba que algún día tendría que bailar conmigo. Yo pedía que fuera luego y rogaba a Dios que se fijara en mí", relata María Eduarda sobre las primeras veces que vio a Manuel, mientras él la observa en silencio, con los ojos entreabiertos y una actitud que denota una pizca de vergüenza mezclada con orgullo.
"Yo sabía bailar tango, pero machucado, como para salir del paso -continúa contando ella con entusiasmo-. Me gustó tanto cómo bailaba, porque es choro pa' bailar el caballero, lo hace con el alma; no solamente se mueve sino que siente lo que está bailando. Cuando me sacó, fue como si hubiese bailado toda la vida con él, lo seguía, lo seguía, no sé si me equivocaba, pero yo lo seguía y sentí tanto cariño por él", recuerda Mariíta, como le dice él.
Después de ese primer baile, decidieron ser amigos y con el tiempo comenzaron a pololear, pero María Eduarda, con su singular energía, dio un paso más allá.
"Yo pensé: ¡qué feo a la edad de nosotros estar juntándonos en una esquina! Sabes qué, le dije, ¿no te gustaría vivir conmigo?", cuenta ella, quien llegó a vivir a San Antonio en el 2005, tras quedar viuda.
-¿Cómo reaccionó usted cuando ella le propuso esto?
-Me sorprendí nomás.
"Quedó plop. Se llegó a poner pálido, yo creía que se iba a desmayar", remata ella.
Manuel le dijo que lo pensaría, pero María Eduarda estaba decidida y llegó a su casa a comunicarle la decisión a su hija.
"'Hija yo no puedo hacer el loco de andar pololeando con Manuel en la calle a mi edad'. Ella me dijo: 'pero mamá, qué van a decir mis hermanas'. 'Tus hermanas se casaron, tú estás casada, qué mejor que tú te vayas con tu marido y yo me quedo con él, si tú tienes miedo de que yo me quede sola, yo me quedo con él, yo lo cuido a él y él me cuida a mí'", rememora ella.
"Él estaba temeroso, pensó que no iba a resultar y ya llevamos cinco años juntos", dice esta enamorada.
Manuel, quien es más tímido para hablar los asuntos del corazón, reflexiona sobre la decisión: "Pa'l otro mes voy a cumplir 80 años, ¿qué es lo que me queda después de esto?, ¿qué es lo que le queda a ella? Nada, solamente vivir y gozar a todo trapo. Después de esto, ¿qué espacio más podemos pedirle a la vida?".
Amor por el baile
Manuel, quien aún trabaja de lunes a sábado cuidando y manteniendo unas cabañas en Santo Domingo, se apasionó por el tango hace más de 60 años. "Aprendí a bailar tango a los 14 años. En Llolleo existía un sistema de música en la noche, donde usted pagaba una moneda y le ponían la música que quería. Eran eventos que animaba Enrique Martínez Sepúlveda, el precursor del tango en San Antonio, que tenía el programa Tango en Domingo, en la radio Sargento Aldea. En esa época aprendí este baile y después con la vida lo fui perfeccionando, poniéndole el estilo, creando pasos", manifiesta.
María Eduarda, en cambio, aprendió con él. "Yo sabía bailar, pero como lo hacían en Italia, donde viví desde los 3 hasta los 14 años. Allá bailaban tomados de la mano, pero no abrazados. Yo antes era más recatada, entonces no me gustaba el baile atracado, pero con Manuel aprendí y me encanta".
El baile es el protagonista en la historia de amor de esta pareja. "No hay nada más lindo que salir a bailar. Dan ganas de seguir viviendo", señala María Eduarda.
"Con el baile la mente se va para otro lado, te transporta a recuerdos lindos de la vida. No es bueno que las personas se queden en su casa, es importante que salgan y entiendan que pueden aprender, porque mover el cuerpo hace bien para la salud y la mente", agrega Manuel.
Ellos bailan tango, milongas, cuecas, cumbias, rock and roll y hasta lambada.
"Él es perfecto en el tango, entonces, qué le voy a enseñar yo. Pero hace tres años un primo me invitó a conocer Brasil y aprendí la lambada y quise enseñarle. Al principio a Manuel le daba vergüenza meterme la pierna en la entrepierna. Un día la bailamos en la fiesta del Grupo Cero (fiesta de adultos mayores que se realiza en el club Unión Católica) y nos salió rebien, todos nos felicitaron", cuenta.
Encender la mecha
Cualquier lugar donde estén, María Eduarda y Manuel lo transforman en una pista de baile. En la plaza de Llolleo, el paseo Bellamar o en cualquier evento se puede ver a esta pareja moviéndose abrazada al son de la música.
"El tango, cuando se dignifica con el sentimiento, atrae a la persona que lo ve. Cuando nosotros bailamos en la plaza no nos interesa lucirnos, nos interesa que otra gente se integre, en forma muy especial, los adultos mayores. Nos sentimos contentos cuando llegamos a la casa y vemos que se integró más gente. Cuando la pista está llena nosotros nos retiramos y descansamos para luego seguir bailando", indica Manuel.
-¿Qué significa el tango para ustedes?
-El tango no es una exhibición para el que se crea estrella, es un mensaje de amor solidario: 'oye, ven, intégrate conmigo, yo quiero ser tu amigo.
Es por esto, que ellos participan en eventos, beneficios, visitando hogares de ancianos y de niños y participando para apoyar a quien lo necesite.
"El tango se dignifica no tan solo bailando, sino haciendo este tipo de cosas: ayudando al que sufre, porque hay tanta soledad en San Antonio", reflexiona Manuel.
A la pareja se le puede encontrar, regularmente, bailando en el paseo Bellamar, donde van a ayudar a un amigo guitarrista.
"La gente es mala para echar plata al tarrito. Pero qué es lo que pasa cuando vamos nosotros para allá: le juntamos gente, le damos vida al entorno y las personas empiezan a aportar y a comprar CDs. Incluso, yo le llevo mis monedas y las echo, como diciéndole al público 'ya poh, pongámonos todos'", indica él.
Manuel señala que "me gusta hacer estas cosas, siento un gozo cuando estoy entregando lo mío y ayudando a alguien. Porque el tango no es el arte de bailar solamente. Uno duerme muy tranquilo cuando dice 'me eché unos tangos y con eso le fue bien al hombre'".
A Manuel y María Eduarda les preocupa ahora cómo transmitir a otros su amor por el baile. "Tengo 80 años y no sé a quién le puedo dejar mi legado. No tengo el espacio para llegar a un colegio ni un lugar para decir 'vengan todos los jóvenes y personas de todas las edades porque les quiero entregar mi conocimiento'", piensa Manuel.
A pesar de esto, ellos están organizándose para hacer clases de tango.
"Nosotros ya hemos hecho clases, de hecho le enseñamos a varias personas a bailar tango, pero el problema es que debemos pagar el arriendo del local, y muchas personas no quieren o no pueden pagar una cuota para esto", confiesa ella.
Ellos no cobran ni un peso, porque "no tiene sentido para nosotros lucrar con el tango. Ojalá yo tuviera un espacio para enseñarles el tango a 20 parejas y no les cueste nada, pero resulta que hay que pagar arriendo. El tango es para fomentarlo, para enseñarlo, hacer amigos. Ojalá que todo el mundo baile tango. Hay tantas cosas que hacer por los demás, pero yo tengo las manos vacías", señala él.
"Pero nosotros tenemos muchas ganas", concluye enérgica María Eduarda, desde el living- comedor de su hogar, que está adornado con retratos de los dos y una cajita musical que le regaló él para su cumpleaños.