Los intrincados recorridos de la vida del conocido transportista sanantonino Miguel Menares
Empezó a trabajar a los 10 años en un San Antonio que ahora parece muy lejano. Antes de los 20 años se compró su primer taxi, iniciando una carrera que lo llevaría a convertirse en un exitoso empresario del transporte.
Miguel Menares es ahora un exitoso empresario sanantonino, socio de una conocida empresa de transporte, pero su vida no siempre fue así.
"A los 10 años comencé a trabajar. Cuando llegaba el tren a Llolleo acarreaba maletas o vendía diarios y revistas, o a veces iba con un lustrín a la plaza, en el tiempo en que las personas aún lustraban sus zapatos. Esa era mi vida al comienzo", recuerda Menares sobre su infancia en los años '50.
De esa época es una de sus anécdotas más contadas: "Siempre le digo a los gallos que el mejor negocio es pedir plata, es ciento por ciento utilidad. Esto lo comprobé una vez que estaba vendiendo revistas viejas afuera del cine para juntar plata para la entrada. Estaba en eso, cuando veo a un cabro parado afuera de la ventanilla que le decía a los caballeros: 'me falta un veinte (20 centavos) para entrar al teatro'. La gente lo ayudaba. Cuando él se fue, yo no tenía la plata todavía, por lo me puse en su puesto", recuerda.
-¿Y cómo le fue?
-Me acuerdo como si fuera hoy día... Junté una cantidad de monedas que pagué la entrada y me sobró plata. Le compré a la señora Margarita, que vendía en un carrito dulces y sandwiches, una bolsa de dos kilos llena de dulces. Quedé abotagado e incluso llevé hasta la casa.
"Pero resulta que el trabajo se me acabó luego -continúa Menares- porque pasó alguien que me conocía, porque yo era hijo de Miguel Menares, panadero de la Panadería La Estrella (que estaba en la avenida Chile), y le dijo a mi papá 'oye, tenís al cabro pidiendo plata en el teatro'. Entonces, mi papá me preguntó '¿en qué andabas ayer?'. 'Estaba en el teatro', le dije. Cuando supo que había pedido monedas, me dio azotes y me dijo que nunca más hiciera eso. Me cortaron la pega altiro", rememora con cariño y humor.
-¿Cómo era la vida en aquel entonces?
-El comienzo de mi vida fue duro. Era sacrificado cuando uno salía a acarrear maletas o vender cosas. La escasez de la plata era grande, no había ni zapatos, yo andaba con alpargatas, y el que tenía zapatos se los ponía los puros domingos para no hacerlos tira. Ahora con plata o sin plata te compras zapatos igual.
Durante su adolescencia, Miguel ayudó a sus padres, Miguel y Mercedes Maldonado, en la panadería San Miguel, que tenían en la población Juan Aspee, donde vivía junto a sus hermanos Elio, Lidia y Lucía (ex alcaldesa de San Antonio).
"Vivíamos en una casa muy humilde, hecha con mucho esfuerzo. El piso era de arena y el cielo eran las estrellas. Con mi mamá comenzamos a hacer pan amasado. Partimos en un hornito y luego lo cambiamos a uno más grande. Yo iba a hacer las entregas en bicicleta", relata.
En esa época, "la playa de Llolleo era un mar de gente en los veranos y con mis hermanos íbamos a vender pan amasado y bebidas".
Con el tiempo, a su familia le comenzó a ir bien y él se independizó.
El primer taxi
A principios de los '60 Miguel se compró un taxi, un Dodge del 40, empezando su carrera en el ámbito del transporte público.
En esos años él ya estaba casado: "Me casé prematuramente -dice entre risas-, yo siempre he sufrido por problemas al sistema respiratorio, porque junto poco aire en los pulmones, y el doctor decía que no iba a pasar los 18 años. Entonces decidimos casarnos".
Con su primera esposa, Elvira Vásquez, tuvieron tres hijos: Marisol, Néstor y Gloria.
Durante largo tiempo manejó taxis para llevar el sustento a su familia, incluso señala que "hasta el día de hoy me considero taxista, porque trabajé muchos años en eso, transportaba gente a Santiago cuando la Pullman Bus tenía pocas máquinas".
Los viajes al campo
Después vendió su taxi y se compró una micro, una Ford de 1964. "Yo la manejaba y arreglaba. Aprendí de mecánica a cincel y martillo. Hay gente que cree que yo no he trabajado en esto, pero yo laboré en la época en que uno quedaba con grasa hasta en los ojos".
En esos años, hizo recorridos para el Litoral, Valparaíso y hacia el campo, uno de sus recorridos preferidos.
"Era una maravilla viajar con esa gente del campo. Unos arriba de otros, arrumbados con chanchos y gallinas. Iban todos contentos, se bajaban y abrazaban al chofer. Hoy llevas a alguien parado y te insulta. El tiempo de antes era mejor", reflexiona.
Sobre sus momentos al volante en esos complejos caminos de tierra, recuerda que "si veía a un caballero a pie, con un saco al hombro, yo le paraba: 'amigo, súbase'. 'Es que no tengo plata', me decía. 'Cuando vaya largo me paga', le respondía. Le paraba a toda la gente en el camino y los echaba arriba, si iba vacío por qué no los iba a llevar".
El agradecimiento de esas personas lo marcó: "Esa gente después llegaba con tortillas de rescoldo, fruta, huevos y hasta gallinas. Yo les decía que no los llevaba por eso, que traerme esas cosas les salía más caro que el pasaje que no pagaban, pero me decían que era un agradecimiento. Era fabuloso ese tiempo".
La ruta del amor
De sus años de chofer hay otro recuerdo que asoma en su memoria. "A mi actual esposa (Luisa García) la conocí llevándola en la micro para su casa. Yo hacía el recorrido San Antonio-Algarrobo y ella vivía en El Tabo. Ella tenía 14 años y yo 24 años y pasó harto tiempo antes que estuviéramos juntos. Ella venía a estudiar al liceo, y no era nada muy tonta porque esperaba todo el tiempo que yo pasara", dice coquetamente.
Cuando ella tenía 21 años, decidieron unir sus vidas. "Luisa es una mujer trabajadora y emprendedora. Ella estuvo conmigo cuando yo no tenía nada, llegamos a vivir a esta casa, que antes era una mediagua y así fuimos surgiendo".
De este matrimonio nacieron tres hijos: Miguel, Claudia y Daniela, a los que decidió sorprender hace tres años.
"Yo suelo celebrar mi cumpleaños y mi santo, que es el 29 de septiembre. Ese día invité a toda la familia a celebrar y a las 6 de la tarde un amigo partió a buscar a una persona, que era la oficial del Registro Civil. Mientras tanto, con la Luisa nos arreglábamos. Cuando llegó, les dije a todos 'ahora viene la sorpresa: después de 45 años de pololeo, ahora nos casamos'. Quedó el desparramo de piojos, lloraban los hijos, lloraban las hermanas. Todos contentos porque se formalizaba nuestra relación después de tantos años".
el último recorrido
En 1982 Menares pasó a ser socio de la Pullman Bus Lago Peñuelas, donde actualmente tiene 12 máquinas.
De su labor en esa empresa, destaca los aportes que han hecho a las personas, algo que lo tiene orgulloso. "Nosotros hemos entregado pasajes liberados y gratis a mucha gente. También damos medios pasajes para estudiantes o rebajados, pero no importa, digo yo, total es peor que la máquina se vaya vacía".
A sus 75 años, Miguel declara que "me siento muy conforme con la vida, porque me ha dado mucho más de lo que me podría haber dado. Soy una persona sin mayor educación, llegué escasamente al 6º de preparatoria en la Escuela 5 (actual Colegio España). Me he quedado conforme con que mis hijos hayan estudiado más que yo, porque la meta de un padre es que los hijos sean mejores o más educados que uno".
-¿Qué piensa al mirar su vida en retrospectiva?
-Uno considera que es una carrera terminada, siento que ya cumplí mi parte."
Luego hace una pausa y entrega una última reflexión sobre el largo y sinuoso camino de su vida: "El 12 de febrero cumplo 76 años y he sido una persona buena gente, no siento dar, porque digo de arriba me dan más. Esa es la voluntad que tengo con la gente".