Guillermo Ávila Nieves
Al otro lado del mundo, en Vietnam, un alumno le agradece la "enseñanza" a distancia, tal como la reciben otros pupilos suyos en Taiwán, China, Malasia y exóticas latitudes. La sesión de Skype se cierra.
Muestra la foto de una mujer impedida de caminar y que puso en pie.
Una energía fluye. La olla está humeante. Papas, zanahorias, apios y arvejitas navegan hasta formar una gran sopa. Bajo el vapor, a los fogones, flotan hierbas, arroz y especias que la entrevistada trae de Singapur. Almuerzo que mantiene esencia de una antigua receta china. Un eco: "¡Tonifica riñones!".
Ya es mediodía y este 'Baktukeh ginseng', así se llama esta sopa orgánica -y saludable como sabré al bocado-, será el único alimento que consuma en 24 horas, como durante los 365 días al año, quien está al frente. Voluntad, eso le sobra al aquí y siempre.
Sus manos se comprimen en forma alargada. Y con ellas, el balanceo corporal en señal de saludo conocido como "namaste", palabra sánscrita que representa respeto y amistad. Como en las cartas, las buenas vibras parecen echadas. ¿El destino?
De entrada, se percibe paz en una mujer de cabellera rapada, estructura menuda y que con su menos de 1.60 de altura es capaz de llenar el espacio del departamento en Viña del Mar que simula ser un santuario a los cálidos detalles orientales en diseño. Un "Instant karma", como arengaba John Lennon.
La Venerable Lama doctora Pema Kunzang compatibiliza su sabiduría metafísica con una sensibilidad terrenal que pone los pelos de punta. Pertenece al linaje Nyigmapa, una de las cuatro escuelas de Budismo Tibetano, la más antigua. Las otras son Sakya, Kagyu y Gelupga, la de su Santidad Dalai Lama, a quien conoce muy bien.
El Buda y yo
Inconmensurable. Como su espiritualidad, así es la historia de esta perseverante mujer nacida en Vietnam, pero que pasa por ciudadana del mundo.
La acompaña Zenith Navarrete quien hizo click con la Lama hace cinco años: llegó a su Restaurant Vegetariano Bambú por accidente en Valparaíso. De hablar pausado, recuerda: "Le dije que estaba cerrado. Me preguntó dónde había comida vegetariana. Pensé que era turista. Hasta que me di cuenta que estaba frente a una Lama", cuenta con orgullo la también budista porteña, quien aprendió a la meditación zen mirando la pared durante 40 minutos como rutina diaria. "Con el budismo tibetano hay una comprensión de mundo distinta", acota Zenith.
Rebobinemos. Muy atrás. Al siglo IV antes de Cristo. A cuando Sidharta se convirtió en Buda bajo el árbol Bodhi. A cuando, casi desnudo, tras múltiples pruebas y penurias, hurgó en la basura hasta encontrar prendas al abrigo que lavó, tiñó y cosió. Con un fin: hacer el primer hábito de monje.
Presente. La lama porta su hábito, como todos los días del año, una "tonka" tipo chaquetita burdeo -representa sangre y compasión-, un "zen" de chal rojo confeccionado con dos telas, "shöngu" de tonalidad amarilla a modo de toga que deja el hombro derecho descubierto, una blusa exclusiva para monjes en amarillo oro que equivale a la luminosidad o sabiduría y el "shamptap" o faldón rojo.
Sus palabras interrumpen el silencio. Da comienzo a un relato que reparte por igual amor y tragedias. Amor al 'dharma' o enseñanzas budistas que imparte acerca de "cómo vivir una vida sana y feliz y cómo vivir desde el corazón", sintetiza humilde.
Como doctora, su carrera ascendió hasta tocar techo al éxito. Figura clave en labores humanitarias por décadas, formó una escuela en India, repartió sabiduría budistas por todo el orbe, atendió a príncipes, políticos, artistas de Hollywood y gente de pueblo, como ella remarca. 2014, en el Día Internacional de la Mujer, fue nombrada por Naciones Unidas como una "Mujer Excepcional en el Budismo"; ceremonia llevada a cabo en Chonburi, Tailandia.
Vietnam en llamas
La Lama Pema Kunzang, hoy a sus 70 años de edad -aunque aparenta 30 menos- dice que la renuncia a todo pesa cuando tienes mucho. Como Buda, mentor al tiempo, que era príncipe y tenía todo para llegar a ser rey, pero declinó al trono para ayudar a las personas en terreno y así librarse del sufrimiento.
Sufrimiento. Eso le representa Vietnam a la Lama. De niña, vivió en el sur del país asiático. La guerra, que se prolongó por 37 años, comenzó antes que ella naciera. "Fue terrible ver cómo se caía mi ciudad a pedazos". Se emociona.
Pese a que su papá (experto en medicina china) era el gobernador del poblado (Binh Duong), habitaba una casa humilde, junto a 10 hermanos, sus padres y una abuela. De ellos, casi la totalidad de la familia murió o resultó lastimada en aquel conflicto a escala internacional. Por mucho tiempo, solo bebió agua sucia del barro, así supo cómo vivir sin comida. Por eso, confiesa, come tan solo una vez al día durante el almuerzo.
En ese entorno de sangre, caídos y desnutrición, se preguntaba qué podía hacer para auxiliar a su gente. Así, dos cosas nacieron desde su corazón: ayudar a quienes padecían enfermedades físicas y, de paso, socorrer a su propia existencia. Sentía que ser doctora era el antídoto para aplacar ese sufrimiento.
Maduró a la fuerza. Tal vez bendecida, salvó de una granada que le sobrevoló su cabeza. Supo de heridas de guerra: arrancó de la artillería pesada hasta abrazarse a una raíz de un árbol. Inconsciente por las balas recibidas, derivó en un hospital. Por meses.
Tras la caída de Saigón al comunismo, a sus 35 años, escapó de Vietnam, en 1979. La línea de fuga se dio a través de dos botes de pescadores. En el primero iban una hermana, el marido e hijo; en el otro, ella. Solo sobrevivió la futura Lama a una pesadilla de piratas tailandeses que con cuchillos y martillos agredían a tripulantes... como a Pema Kunzang.
Ya con la barcaza hundida, a nado arribó hasta la costa. De allí cayó en un campo de concentración y la huida en calidad de refugiada a Estados Unidos. Allá, en Pensilvania, sola, con nulo inglés y sin dinero, se las arregló para partir de cero. Fue suplementera. Tuvo que hacer los estudios de Medicina para certificarse como doctora en la tierra del Tío Sam.
Ser positivo
Tras tanto calvario, dice que su objetivo es simple: ayudar a las personas a conocer el poder de los pensamientos. "Nuestros pensamientos son lo que determinan el estado de nuestra salud, paz mental, bienestar y éxito en la vida". Además, su deseo: dejar en claro en este mundo que no somos lo que comemos, "sino lo que nuestro cuerpo puede digerir".
Comenta que para llegar a ser Lama, no solo se requiere estar en posición de loto por horas o abstenerse por 10 días de alimentos, algo que ya forma parte de su naturaleza creyente. La montaña como la vida, en ella, es empinada: se requiere de mucho entrenamiento, retiros -ha sabido de cuevas, templos milenarios y sitios baldíos-. Su sintonía a tierra: "Desde la práctica, lograr las realizaciones, el despertar".
Ya en Chile, afirma (llegó gracias a Kenchen Konchok Rinpoche, maestro del linaje Kagyu), echa de menos esos templos por cientos o miles en Asia. Asegura que hay 300 estudiantes en total en Chile. Que tiene una veintena de pupilos en Valparaíso y otros 30 en Santiago (quienes le pagan la estadía y departamento en la zona). Zenith Navarrete, que dejó el cristianismo por esta doctrina de fe hace 20 años, recalca: "Los estudiantes de cada país la invitan. Brinda enseñanzas por varios meses", revela.
El mundo parece ser cíclico. Para la venerable Lama doctora Pema Kunzang, la fuerza que impulsa su trabajo apunta al Buda mismo. Su ejemplo, práctico y además perfecto: "Buda no tenía un gran templo ni monasterios decorados. Caminaba por todas partes; pasó gran parte de su vida bajo los árboles con las más escasas pertenencias", sostiene mística a la vez que vuelve a revolver lo que aún queda de sopa.
En marzo le pondrá rodaje a su pasaporte: nuevos destinos al 'dharma'.
Mientras, quien escribe, se entusiasma con la última porción de sopa orgánica. Revitaliza. Tal vez es bendita, como Navidad. Un caldo de vibra al alma. Y la fe, Lama.