El querido matrimonio que ha hecho historia en cerro Arena
Gerónimo Molina y Carmen Meza se enamoraron en los años 40. Juntos recorrieron diversas ciudades, pero fue en San Antonio donde encontraron el lugar para vivir su etapa más feliz. Ahora disfrutan de su familia y el cariño de sus vecinos.
Fuimos a cerro Arena en busca de una pareja de adultos mayores que se ha hecho popular por su activa participación en el barrio. Tras llamar a la puerta, de una llamativa casa azul con un antejardín con muchas flores, aparece una pareja de adultos mayores que está lejos de aparentar los 90 años que llevan en el cuerpo. Ellos son Gerónimo Molina, de 94 años y Carmen Meza, de 91, quienes tienen pilas para rato y ganas de seguir aportando con su entusiasmo a la comunidad.
Ellos son afuerinos. Él es originario de la región de La Araucanía y ella de la región del Maule y se conocieron el año 1949 en una fiesta en Santiago. "Estábamos en una fiesta en el Bellas Artes y yo andaba un poco copetín, hay que ser honesto y decir cómo ocurrieron las cosas, jajajaja. Saqué a bailar a dos chiquillas antes, pero me dijeron que no y ella me aceptó, porque no se dio cuenta cómo andaba yo", dice con picardía don Gerónimo.
"Sí, me di cuenta -le rebate ella-, pero me dio vergüenza decirle que no, porque mis amigas ya le habían dicho que no, entonces me sentí incómoda. Después de bailar y contarme donde trabajaba, llegó y me robó un beso. Me enojé, porque yo no era así".
Tras esto, según la versión de don Gerónimo, ella fue a buscarlo al lugar donde trabajaba como cocinero. "Fui, pero para hablarle, porque yo no era de andar dando besos, así como así", aclara la señora Carmen.
Lo cierto, es que tras esa fiesta se pusieron a pololear y en septiembre del año siguiente se casaron. Hoy llevan 67 años de matrimonio, tienen tres hijos -María, Hugo y Mabel-, ocho nietos, 12 bisnietos, una tataranieta y un gran amor por su actual hogar: el cerro Arena.
Arribo a San Antonio
Tras vivir en distintos lugares a causa del trabajo de don Gerónimo en la Fuerza Aérea, en 1982 la pareja decidió mudarse a San Antonio. Llevaban ocho años en Antofagasta y él, quien trabajaba hace más de 40 años como cocinero en la institución aérea - donde ingresó como civil y terminó como sargento segundo-, se retiró de la institución.
"Los dos habíamos conocido San Antonio de jóvenes, en los años '40, cuando éramos solteros, y nos había encantado, por lo que cuando me retiré decidimos venir a vivir acá", cuenta él.
Doña Carmen recuerda perfecto cuando visitó la provincia por primera vez. "Yo no conocía el mar, porque me crié en una comuna al interior de Chillán. Cartagena fue el primer lugar donde vi el mar, en el año 1946 y me encantó. Además, nuestra hija menor vivía acá y eso también influyó en que optáramos por venirnos", afirma desde el comedor de su casa, cuyas paredes están adornadas con cuadros bordados por ella, con paisajes de San Antonio y Cartagena.
De la cocina a las bicicletas
Él tenía 59 años y ella 56 cuando llegaron al cerro Arena. Y aunque en ese momento eran los nuevos del barrio, rápidamente se convirtieron en uno más, dejando su legado en el sector.
Don Gerónimo tenía un pasado esplendoroso en la Fach, donde estaba tan bien catalogado que fue uno de los cocineros en el Mundial de 1962. Incluso aparece en una edición de Las Ultimas Noticias de ese año, junto al chef italiano de la delegación europea que vino a jugar ese torneo.
"Le cocinábamos a la delegación italiana, la que había sido recibida por la Escuela de Aviación. Nos dieron entradas gratis, así que vi todos los partidos del Mundial, donde Chile salió tercero. A Italia le ganamos dos a cero, querían morirse los italianos cuando regresaron al casino", recuerda con alegría.
Cuando llegó a su actual casa, él dejó la cocina para dedicarse a otras artes manuales. "Al principio, yo hacía figuras de Pinocho en madera y se las regalaba a los chiquillos. Ellos me querían mucho", cuenta.
Pero además de estos muñecos, comenzó a reparar bicicletas, con lo que se hizo muy popular en el barrio. "Tengo un tallercito que me hice después que jubilé, donde arreglo las bicicletas a la comunidad, ahí me entretengo y por eso estoy activo", explica.
Don Gerónimo inició este taller como una manera de hacerse unos pesitos extras, aunque la mayor parte del tiempo termina trabajando, como se dice, por amor al arte o a su comunidad.
"A veces hay chiquillos que no tienen plata y yo igual les reparo sus bicicletas y les digo 'cuando trabajes me pagai'. Por eso todos los chicos me quieren. A veces ando en Llolleo, haciendo compras de repuestos y los chiquitos van con la mamá y le dicen 'este es el caballero que me arregla la bicicleta'", manifiesta con una sonrisa de satisfacción.
Vecinos destacados
Mientras cuentan sobre sus vidas, revisan los álbumes fotográficos de la familia, donde aparecen imágenes que reflejan sus 36 años de vida en el barrio, con ellos como protagonistas de las fiestas.
"Participábamos en las comparsas. Yo hacía distintos papeles y paseaba por todo San Antonio con los carros alegóricos. Me disfracé de todo: de ladrón, de Pinocho, salí en tanto número que ya ni me acuerdo", cuenta él mientras muestra un diario de la época, donde aparece personificando, en una bonita coincidencia, al carpintero Gepeto.
La señora Carmen también aportaba con su talento en estas actividades. "Con mi hija Mabel confeccionábamos y cocíamos los trajes que se usaban en las murgas. Durante meses trabajábamos para que todos se lucieran en la Fiesta de la Primavera", afirma.
Ambos recuerdan con alegría estos momentos, sobre todo por el agradecimiento de sus propios vecinos. Don Gerónimo muestra un galvano transparente, que tiene en el comedor. "Este es un reconocimiento que me dieron los vecinos por mi colaboración acá en el cerro Arena", dice sobre el galardón que le fue entregado en 1998.
Pero no es el único que ha recibido reconocimiento. Carmen también ha tenido una vida activa. "En 1998 ingresé a gimnasia, donde participé hasta hace algunos años. Hice hasta bailes árabes e incluso con el grupo viajamos a Valparaíso y Santiago para hacer presentaciones. Yo también tengo medallas por mi trayectoria en la gimnasia", cuenta con orgullo.
Tras 37 años en el cerro Arena, ellos están felices del lugar donde viven, porque, dice él, "hay gente de acá que dice 'este cerro no me gusta pa'na'. Un día reté a uno por decir eso, ¡cómo se le ocurre decir que el cerro Arena es malo! Toda la gente es unida, da gusto vivir aquí, al ladito del mar, con un buen clima y buenos vecinos".
Pero lo que más orgulloso los tiene es la familia que han formado. En la calle donde viven son vecinos de sus dos hijas y son constantemente visitados por ellas, sus nietos, bisnietos y la tataranieta, de tan solo cuatro meses.
"No nos falta nada", dice agradecido él. "Estamos sobrados de cariño, viejo", remata Carmen desde la casa de las flores de colores.