El profe Espina repasa sus logros a pocos meses de dejar las aulas
Docente, deportista y comunicador son algunas de las facetas que distinguen a Miguel Ángel Espina, quien proyecta con anticipación como sera su quehacer diario una vez alejado de las salas de clases.
Un cierre de ciclos representarán los próximos meses para el querido profesor Miguel Ángel Espina Hernández.
Este docente general básico de la Universidad Católica y deportista de cuerpo y alma, tiene programado dejar los salones de clases a finales del 2018 y comenzar a vivir "los días de uno a la vez, para disfrutar lo que durante mucho tiempo no pude", confesó a diario El Líder, desde el interior del Centro de Cumplimiento Penitenciario de San Antonio, lugar donde desempeña labores como director de la escuela José Domingo Saavedra, a contar del año 2015.
Miguel Ángel Espina Hernández es un sanantonino con propiedad. Es cosa de revisar su historia. Nació en el antiguo hospital Claudio Vicuña. Sus padres fueron José Miguel, dueño de la carnicería El Porvenir en calle Gregorio Mira, y María Luisa, dueña de casa. Es el menor de tres hermanos (Rosa y María), y jamás abandonó su querido cerro Arena.
Recientemente, cumplió cuatro décadas de matrimonio con Emerina Vera, con quien tuvieron hace 28 primaveras a Miguel Aníbal. "Soy fome para las celebraciones, por eso no celebré mi último aniversario. Así de fome", sostuvo entre risas, dando una muestra de su personalidad que bien conocen en las aulas y campos de juego a lo largo de la provincia.
Su estilo serio y directo no pasa indiferente, convirtiéndose en su sello, aunque a muchos no les guste. "Mi papá siempre me decía que fuera sincero: saqué su sinceridad. El problema de ser franco y tan directo es que muchas veces la gente tiende a tildarte de conflictivo. Esa opinión se debe a la formación personal de cada uno, pero nunca cambió mi forma de ser, nunca fui rencoroso", admite recordando sus vivencias y seguramente uno que otro encontrón.
Como niño obediente seguía fielmente los consejos de su padre, quien además de inculcarle los estudios, lo acercó a su otra gran pasión: el deporte, especialmente el fútbol. "Desde chico me llevó a verlo jugar, era un centrocampista duro, los domingos cerraba la carnicería para ir a la cancha", comentó sobre sus orígenes en el balompié.
En las polveredas calles de cerro Arena dio sus primeros chutes, los cuales multiplicó defendiendo los colores del club Instituto del Puerto y dando vueltas olímpicas con sus amigos del Santos. "Quise ser futbolista, pero no se dio", reflexionó.
Sus ganas de ser profesional lo llevaron a probar suerte en la serie cuarta especial de San Antonio Unido, que era una especie de antesala al plantel de honor en la década del setenta. "El capitán era el Cata Pérez y el entrenador Jaime Salinas. A Javier Santibáñez había que pararlo como se pudiera, era muy rápido", recordó sobre su pasado lila y lo complicado que fue como lateral izquierdo defender al veloz puntero que más tarde brillaría en Colo Colo. Más tarde volvería al club del Timón y la Gaviota como dirigente. "Entre mis sueños está volver al SAU y entregar mis conocimientos", se candidateó.
Como lo del fútbol no se dió como esperaba, Espina optó por buscar trabajo y la agencia de aduanas Alan Macowan lo recibió con las manos abiertas. Pero jamás dejó de practicar el deporte que tanto le apasiona y dirigir desde el borde de la cancha. Como dato para la causa, colgó recién los botines el 2015, a los 64 años, en el club de toda su vida: El Estrella de Chile.
Consejos paternos
A su padre jamás contradijo y siempre siguió sus consejos. El que más recuerda, porque era el que más veces le decía, era que estudiara y fuera alguien en la vida.
Con el deporte sólo para los ratos libres y como su historia siempre lo vinculó a la docencia, mal que mal su nacimiento fue a las 8 horas, que coincide con el inicio de clases de colegios, institutos y universidades, estudió para ser profesor general básico.
Con el cartón en mano, el profe Espina regresó a la escuela Uno, donde fue un aplicado alumnos, para devolver el cariño y dedicación a las futuras generaciones, "la labor del profesor es cimentar el camino de los niños, algo que quedará para el resto de la vida". Su peregrinar lo llevó a impartir clases en escuelas municipales de El Quisco, el padre André Coindre, Movilizadores Portuarios, Aguas Buenas y Leyda. Hasta que en 2009 fue designado por Dirección de Educación Municipal de San Antonio a la José Domingo Saavedra.
"El cambio lo tomé pésimo, no quería. Al comienzo me dio un poco de temor, porque se hablaban muchas cosas, pero la realidad es completamente distinta. Hay un respeto absoluto, jamás he tenido un problema con los alumnos", contó sobre sus primeras experiencias como docente en el centro de reclusión.
Espina cree firmemente que nadie está "libre de cometer un acto que tenga una condena social. En el caso de los reclusos, no por estar privados de libertad van a perder su condición humana. Como profesores estamos obligados a entregar valores que les permitan avanzar una vez que recuperen su libertad, para no recaer".
Respecto a la importancia de avanzar en políticas que garanticen una reinserción social efectiva, el profe Espina considera que "el Estado debe ser el responsable de generar las mejores condiciones. La reparación deber ser integral y como sociedad tenemos que generar el cambio, aceptar que todos nos podemos equivocar y que no podemos cerrarles las puertas a quienes buscan mejorar y corregir sus vidas. Una de las mejores satisfacciones de la vida es cuando un alumno retribuye el cariño que le has entregado en la sala de clases. Es la felicidad que me queda como profesor".
La realidad que se vive en la cárcel local es un tema que también le preocupa de sobremanera, "el hacinamiento es preocupante. Gendarmería realiza una increible labor, pero el temor es latente por la sobrepoblación existente, pero en clases jamás un conflicto".
Al ser consultado si la cárcel local debería salir del centro urbano, declinó referirse al tema ya que "no es algo que me competa, como tampoco el cierre de Punta Peuco, tengo mis reflexiones pero me las reservo".
El profe Miguel camina en su anchas por el centro penitenciario, saluda a cada funcionario con quien se cruza y ve con tristeza el ingreso de casa recluso. Se siente en casa, sabe en su interior que extrañará el día a día, el saludo diario y estar frente al alumnado. No fue una decisión fácil, pero ya visualiza que hará en sus tiempos libres. "Voy a descansar mi mente, reencontrarme y me encantaría disfrutar un nieto".