La artesana sanantonina que cambió la calle por el mall
Un ejemplo de lucha y perseverancia es Susana Figueroa, quien superó las adversidades para salir adelante y educar a su hija. Hoy disfruta de un par de emprendimientos que mejoraron su vida. A continuación su historia.
La vida ahora le sonríe. Es su propia jefa, maneja sus tiempos sin apuros, sus ingresos le sirven para vivir cómoda y mantener a su hija que acaba de iniciar sus estudios superiores. Además, se las está ingeniando para desarrollar un nuevo emprendimiento.
Susana Verónica Figueroa Rojas nació en Santiago en el despertar de la década de los ochenta, pero a corta edad su familia se asentó en San Antonio buscando una mejor calidad de vida para su hermano Carlos, quien padeció una compleja enfermedad conocida como síndrome de Lennox-Gastaut, una variante de epilepsia infantil de difícil manejo, que aparece entre los dos y seis años de vida.
Se declara artesana y luce ese título con orgullo. De su padre Carlos aprendió el oficio, y éste de un gran amigo que le aconsejó dar un giro una vez que concluyera su carrera uniformada en la Fuerza Aérea. "Mi papá fue socio fundador de la feria artesanal que funcionaba en los antiguos módulos del paseo Bellamar, él trabajaba cueros y hacía pulseras con nombres grabados", rememora.
La primera creación de Susana no estuvo exenta de problemas, aunque, como buena hija, siempre buscó apoyar a su padre y así aliviar el presupuesto familiar.
"Mi papá era quien trabajaba, porque mi mamá tenía que cuidar a mi hermano, y el módulo se abría sólo en feriados, fines de semana y verano. Mi papá tenía un ayudante, porque también trabajaba en la construcción. Yo siempre quise trabajar con él, pero no me decía nada. Así que un día agarré los materiales y comencé a intentar grabar los cueros. Cuando llegó a cerrar el módulo le entregué una bolsa de supermercado llena de cueros desperdiciados, pero había aprendido a grabar. Pasé todo el día con miedo pensando qué me iba a decir, preparé mil discursos, pero finalmente no me dijo nada. Después de eso me permitió ser su ayudante", recuerda.
Agrega que "mientras iba al local, los amigos artesanos de mi padre me iban enseñando cosas de este oficio. Les tengo un gran agradecimiento".
Persecución y arrestos
Como buena artesana, conoció lo más duro de este oficio. Fue perseguida por los carabineros e inspectores por estar vendiendo en la calle sin contar con los permisos. Muchas veces fue detenida, y en su rostro perdura la marca de una uña artera que le dedicó con muy poco cariño una colega que se sintió amenazada por la competencia. "Me tocó duro, tuve que vender mis productos en la calle para poder vivir junto a mi hija. Mi padre, tras de la muerte de mi hermano (1997), entregó el módulo y no tenía un lugar establecido. Muchas veces me dieron permiso para vender en ocasiones especiales, como Halloween y Fiestas Patrias, pero uno tiene que comer todos los días. Muchas veces me fueron a sacar de la comisaría mis amigas de la Fundación Banigualdad", dice Susana, dando cuenta de lo difícil y los sinsabores de su oficio.
La gran oportunidad
Poco antes de egresar del liceo Nacional de Llolleo, se convirtió en madre de Zasha, hoy primer tenor de la Big Band San Antonio y estudiante de Ingeniería en Marketing en un reconocido instituto capitalino. En esa misma época Susana se fue a Santiago con su familia a probar suerte y terminó regresando. Estudió ingeniería en Administración de Empresas para ganarse la vida como el común de la gente, pero la incompatibilidad del trabajo, las clases y el cuidado de su retoño la obligaron a abandonar la carrera. En Viña del Mar buscó reinventarse, pero finalmente retornó a casa.
Con la intención de vender sus aros elaborados con tapitas de bebidas o cervezas, comenzó a visitar restoranes de la caleta y las ferias libres de San Antonio, hasta que un día miércoles de marzo del 2011 cambió su vida para siempre.
"Andaba súper bajoneada, no había vendido nada. Salía de la feria de Las Lomas, me llamó una joven para ver mis productos y me preguntó si tenía más modelos. No tenía porque no contaba con los recursos para invertir en nuevos materiales. Con amabilidad me invitó a acercarme al centro comunitario, donde hablé con Patricia Maureira de la Fundación Banigualdad. Ese encuentro cambió mi vida".
Figueroa siguió los consejos de esta desconocida y conversó con personal de la fundación que entrega microcréditos y capacitación a emprendedores de escasos recursos como método para promover la movilidad social.
Si bien en una primera instancia quedó en lista de espera, al mes siguiente fue convocada y obtuvo un préstamo de setenta mil pesos que gastó íntegramente en alambres, semillas, mostacillas, aros y pulseras. Con un segundo préstamo logró establecerse y con los años consiguió un local en el mall de San Antonio, donde ahora vende sus productos.
-¿Cuáles son las claves para el éxito?
-Cuesta, cuesta mucho. Las claves son constancia y perseverancia. No se da todo de un día para otro. Es de largo aliento y siempre habrá gente en el camino que quiere lo mismo que tu haz conseguido con tanto esfuerzo.
-¿Qué es lo más difícil de ser artesano?
-Se valora poco el trabajo, los chilenos somos así. Los extranjeros lo valoran más, cuesta entender que el costo final del producto es por el tiempo y esfuerzo que uno demora en elaborarlo. No es lo mismo que comprar en el retail donde se multiplica por miles un mismo producto.
-¿Qué sensación le da ver hoy las calles llenas de ambulantes?
-Ahora que estoy establecida, pagando impuestos y arriendo, lo veo desde la otra vereda. Es duro vender en la calle, tener que arrancar y perder tus productos cuando te pillan, uno lo hacía porque no había trabajo. Hoy muchos abusan y no veo la misma intensidad en las fiscalizaciones que antes. Eso corre la voz y en el verano estamos lleno de ambulantes que vienen de Santiago. Hay familias completas que llegan a vender acá, afectando a los comerciantes locales.
-¿Cómo los beneficia la llegada de cruceros?
-Los turistas aprecian la calidad de la artesanía local. Quienes alcanzan a recorrer esta parte de la ciudad (Bellamar y mall) se llevan muchas cosas y eso revitaliza el comercio. La llegada de los cruceros nos beneficia como emprendedores y ciudad. Hay que cuidarlos.
De risa fácil y diálogo ameno, Susana se refugia tras uno de sus locales, ofreciendo joyas de plata y accesorios de temporada especiales para ellas.
"Puedo decir que estoy tranquila y feliz. Todo lo que he ganado me ha costado harto. Quiero continuar en la misma senda, trabajando en lo que me gusta y establecerme con un local de productos para mascotas", concluye.