"No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió", (Joaquín Sabina)
-Con cuidado señorita, tengo el brazo delicado - señaló el anciano.
- No sea cobarde caballero, es sólo una vacuna, ya está ¿ve? No se dio ni cuenta -refunfuñaba la enfermera.
- Muchas gracias señorita, debo ir al mercado porque hoy llegó el pescado fresco, vienen mis nietos a casa. ¿Sabe? A Dieguito le encanta el pescado, ya me voy, mi mujer me espera en casa para preparar el almuerzo.
Los pasos del viejo Benjamín acusaban el desgaste de años en el fútbol profesional. Lucía una pronunciada cojera producto de tantas infiltraciones. Aún había gente que lo reconocía, aunque cada vez eran menos. Lo saludaban con cariño y parlamentaban brevemente.
- Buenas tardes caballero, deme tres reinetas y dos merluzas, unas para el horno, las otras para frito. Fresquitas, por favor, que son para mis nietos. Si me las da pasadas me retan en la casa.
Mientras el casero fileteaba el pescado, los ojos del viejo se perdían en el mar. Eran los ojos de un viejo alegre, de uno feliz que había dedicado su vida a hacer lo que más le gustaba. Ese viejo sin cosas pendientes, pero con una gran nostalgia provocada por los recuerdos, de muchos torneos, muchas batallas, algunas ganadas y otras perdidas, de aquella adrenalina del gladiador en la arena. Atrás quedaron los objetivos, los sueños murieron al irse cumpliendo. Hoy sólo estaban sus nietos, sus hijos y su mujer, compañera de travesías.
-Muchas gracias señor, que tenga un buen día -señaló el viejo recibiendo la mercancía.
Emprendió rumbo por la costanera. Lentamente, como su paso se lo permitía, fue alejándose del mar en busca de la pendiente. De pronto un sonido de voces y gritos interrumpió su viaje. Al girar su cabeza una pequeña cancha con niños jugando. Se detuvo y miró el partido algunos minutos, sin embargo, el calor y la humedad reinante hicieron que los muchachos detuvieran su brega. Se sentaron a un costado de la cancha a beber agua y a conversar. Benjamín se les acercó sigilosamente, y una vez cerca les dijo:
-Discúlpenme, no se molesten. Les quitaré sólo un ratito. Escuché gritos y muchachos jugando y sin querer ya estaba mirando. Yo también vibraba con amigos y un balón, con vítores y barras, pero ya nadie se acuerda, fui un jugador famoso, siempre andaba viajando, aquí llevo un recorte de cuando estaba jugando.
El viejo tomó su billetera y sacó un añoso recorte de diario arrugado donde había sido elegido el jugador de la cancha. La escena emulaba una hermosa canción de un trovador isleño del caribe. Los chicos reían pero escuchaban con respeto. Ni siquiera sospechaban lo grande que había sido el viejo. De pronto uno de ellos empezó a animar al resto para reiniciar el partido, rápidamente el anciano Benjamín insistió:
-Me recordaron tiempos de sueños e ilusiones, perdonen a este viejo, por favor, perdonen, vivo en aquella casa de las cortinas verdes, si por allí pasaran...
De pronto Benjamín se vio hablando solo en una esquina de la cancha. Se colocó su viejo sombrero y emprendió rumbo al hogar. Los extrañaba, ya muchos habían partido, los otros enfermos. De vez en cuando los invitaban para un homenaje en algún entretiempo. Cada vez eran menos. El cuerpo estaba gastado, pero los ojos eran los mismos que vieron tanta proeza.
-¿Qué te quedaste haciendo? Te pegaste conversando por ahí -le dijo su anciana mujer al llegar a su casa. Tus nietos llegaron y tienen hambre -remató.
-No, No, la vacuna demoró -respondió el Benja haciendo gala de esa vieja costumbre de mentir para evitar los regaños. Hay cosas que no cambian.