La tabina que ha sabido superar los duros golpes que le dio la vida
Rosita Díaz (57) es una mujer digna de admirar porque a pesar de los inmensos dolores que ha sufrido, como la inesperada muerte de su marido en 2011, ha logrado reponerse y salir adelante.
A Rosita Díaz Moya le ha costado entender por qué la vida se ha empecinado en golpearla una y otra vez.
En 2011 su marido Carlos Roberto Valladares murió de un cáncer fulminante. Reconoce que hizo todo lo posible por ayudarlo pero la enfermedad fue tan severa que su lucha duró apenas cuatro meses.
"Lo llevé a todos los doctores que pude, pero después de una junta médica, mi marido no quiso seguir adelante con el tratamiento. Ese día uno de los doctores le dijo que para qué me iba a dejar en la ruina si él se iba a morir igual. Cuando llegamos a la casa de Santiago me dijo 'no luche más si yo me voy a morir igual y quiero hacerlo digno y tranquilo, así que déjeme en la casa nomás'", recuerda con mucha tristeza.
"En algunas ocasiones me decía que le dolía mucho la cabeza porque el cáncer le afectó el cerebro. Luchó mucho, pero no pudo más. A veces ya no conocía ni a su hijo. El viernes antes de morir me pidió que no viniera nadie a la casa porque él se iba el lunes a las 3 de la tarde. Finalmente murió el lunes 7 de noviembre de 2011 a las 14.40 horas", agrega.
El deceso de su compañero echó al suelo miles de sueños y anhelos, pero además dejó a esta vecina de El Tabo sumida en una profunda crisis económica, situación que empeoró aún más su existencia.
"Mi marido recibía el primer pago de su jubilación el 12 de noviembre, pero falleció el 7, por lo que no pudo cobrar el primer pago, así que yo tampoco recibo nada", explica.
Confiesa que pasó semanas enteras en su casa sin querer saber de nada. Era como un pájaro hasta que un día su hijo menor, Carlos, la hizo recapacitar.
"Ese día me di cuenta que me estaba hundiendo en la pena y que por culpa de eso me estaba perdiendo el amor que mi hijo me entregaba porque él es un excelente hijo. Vive conmigo y anda preocupado de mí", reflexiona.
Con mucha pena recuerda cuando algunas personas le decían a su marido que no se preocupara porque "la Rosita jamás quedaría sola". "Mi marido se murió y todo el mundo desapareció. Quedé en un desierto".
Deudas
Llena de deudas y sin un peso en los bolsillos, decidió buscar una forma de ganarse la vida.
A pesar de los esfuerzos que hizo por volver a ponerse de pie, no fue fácil para Rosita, principalmente porque sus deudas eran millonarias y no tenía de dónde sacar el dinero que necesitaba para ponerse la día.
"Por un lado estaban las deudas que dejó la enfermedad de mi marido y, por otro, las deudas que dejó un minimarket que tuvimos pero que nos vimos obligados a cerrar. De manera milagrosa y gracias a la ayuda de Dios, un abogado me recomendó hacer una serie de trámites que permitieron que mis deudas desaparecieran".
Asegura que de a poco ha ido poniéndose al día y que incluso está próxima a terminar de pagar las últimas deudas que le quedan. "Ha sido difícil pero de a poco he ido saliendo de todo. El apoyo de mi hijo ha sido fundamental para eso".
Un nuevo golpe
Con el pasar de los días, su estado anímico fue mejorando. Consiguió trabajo e intentó rearmar su vida, pero un nuevo golpe la llevó a tomar la decisión de dejar su empleo en un supermercado.
"Desvalijaron mi casa en tres oportunidades, y digo desvalijar porque no me dejaron nada. Imagínese lo que es llegar a su hogar y ver que está vacío. Tus cosas todas revueltas. Fue una verdadera pesadilla", cuenta.
El último de los ilícitos que afectó a esta mujer de 57 años se registró en diciembre del año pasado cuando desconocidos ingresaron a su casa ubicada en avenida El Peral, comuna de El Tabo, para arrasar con todo lo que estaba a su paso. "Fue terrible. Llegar a tu casa y verla vacía es lo peor. Mis hijos no lo podían creer. El robo fue el 23 de diciembre y gracias a eso decidí dejar de celebrar la Navidad. Perder todo por tercera vez fue un golpe demasiado duro".
Pan amasado
Desesperada buscó la forma de generar un ingreso. Era urgente volver a ponerse de pie, así que un día decidió hacer pan amasado y salir a venderlo afuera de su casa ubicada a pasos de la ruta costera.
Reconoce que al principio sintió algo de timidez, pero como sus ganas de salir adelante eran más grandes, decidió dejar atrás sus temores e instalarse a un costado de la calle con su canasto. "Afortunadamente mi hijo es muy trabajador y empeñoso. Yo hacía el pan y él salía a venderlo, y la verdad es que nos empezó a ir muy bien".
Lo que comenzó como simple idea terminó por convertirse en el único sustento de su familia. Rosita asegura que la venta de pancito amasado no solo le sirvió para sobrevivir, sino también para darse cuenta que no estaba sola en este mundo: su hijo la acompañó en cada paso de esta batalla.
"En el verano vendemos pan todos los días porque en todo este tiempo ya tenemos nuestra clientela. Ahora en invierno vendemos pan solo los fines de semana y días feriados, pero además hacemos tortillas y empanadas", detalla.
Rosita confidencia que su negocio se ha convertido en una importante vía de escape para esos dolores del alma que no se superan ni con el pasar de los años. Cuenta que espera con ansias los fines de semana para trabajar codo a codo junto a su conchito, quien la "apaña" en todo.
"Me levanto a las 6 de la mañana porque me gusta hacer todo fresquito. En un día he llegado a hacer 500 panes. Algunos me dicen que no es tanto, pero para mí es harto, porque lo hago todo a mano. A mí me gusta elaborar mi propia manteca porque creo que es más sana", aclara.
Para seguir adelante con su emprendimiento, Rosita decidió postular a un capital semilla y así ver si tiene la posibilidad de seguir creciendo.
"Tengo harta clientela que ha preferido mis productos durante todo este tiempo. Yo creo que eso se debe al cariño que le pongo a cada una de las cosas que hago porque gracias a la venta de pan hemos logrado salir adelante", confiesa con orgullo.
Orgullosa
El hijo de Rosita está a punto de salir de cuarto medio y sueña con convertirse en médico. Eso llena de satisfacción a esta mujer que, por cosas del destino, terminó sus estudios hace dos años. "Yo no puedo exigirle que estudie o que se saque sietes, pero él es tan buen hijo que tiene súper claro lo que quiere estudiar", indica y luego agrega: "Sé que le irá bien porque es un niño muy bueno. Vive preocupado de mí y gracias a él he podido seguir adelante porque a veces me dan ganas de quedarme acostada todo el día, pero él llega del colegio con toda su energía y todo cambia".
Hace algún tiempo fue diagnosticada con una serie de complicaciones en una de sus mamas. Dice que fue un momento muy doloroso porque sintió mucho dolor e incertidumbre sobre lo que pasaría con su vida.
A pesar de todo, ha logrado salir adelante. Asegura que cada vez que alguien le pregunta cómo está, ella responde "muy bien", aunque por dentro se esté muriendo.
"No ha sido fácil salir adelante porque al final si hago un recuento de mi vida, me han pasado más cosas malas que buenas, pero también me he dado cuenta que uno vive la vida dependiendo del lado que la mire. Ahora debo seguir adelante porque mi hijo me necesita, además que le prometí vivir muchos años más para ser testigo de cómo irá cumpliendo sus sueños porque sé que lo logrará. Algún día será un médico", reflexiona.