JUGAR PARA VIVIR (cuentos de fútbol)
La vida de Luciano "Tigre" Castro había cambiado abruptamente. La fama y las comodidades habían quedado en el recuerdo.
Hoy sólo contaba con un pequeño espacio del tamaño de su celda, lugar que había compartido con tres compañeros que en tan sólo pocos meses ya habían sido ejecutados por el régimen que se había instalado en el poder después de un golpe de estado. Atrás quedaron los viajes y las lujosas habitaciones donde concentraba. Él venía de una familia de obreros y sindicalistas. El fútbol le había brindado la oportunidad de surgir y darse a conocer en la provincia, nunca fue seleccionado , tan sólo logró militar en clubes pequeños , pero siempre se las arregló para hacer goles en las categorías de ascenso.
Su conciencia colectiva lo puso a la cabeza del sindicato de futbolistas, situación que lo señalaba como enemigo del régimen. Los primeros meses después del golpe habían sido una pesadilla, mucha gente desaparecía y era ejecutada a discreción por la milicia. Para el "Tigre" los primeros días fueron difíciles, pensaba continuamente en su familia, sus pequeñas niñas teniendo que enfrentar el oscuro momento del país y su mujer desamparada en un ambiente de caos y anarquía. Eso definitivamente no lo dejaba siquiera dormir. Todas las noches se escuchaban gritos y llantos de hombres y mujeres que eran torturados y ejecutados. Cada vez que se escuchaban los pasos de los soldados ingresando al pasillo, una celda se abría y alguien nunca más retornaba. La verdad no existía contemplación alguna .
El campo de prisioneros se ubicaba al interior del regimiento de la ciudad. Esta unidad estaba a cargo del temible capitán Zanatta, hombre maquiavélico capaz de cualquier cosa para conseguir lo que buscaba. El pabellón del "Tigre" cada día quedaba más vacío, sólo unos pocos prisioneros aún se mantenían con vida.
Así habían pasado los días, rodeados de hambre, frío, sufrimiento e incertidumbre. Al sonar la puerta de ingreso al pabellón el "Tigre" rogaba a Dios que no abrieran su celda. Ya lo habían hecho tres veces. Sus compañeros nunca volvieron. Cuando lograba cerrar los ojos podía oler el césped del coliseo nacional y veía inflarse la red una vez más. De pronto una llave en el cerrojo lo despertó abruptamente:
-Ponte de pie -le dijo un soldado mientras sacaba de un bolsillo una venda negra que le pondría en sus ojos.
Mientras lo guiaba fuera del pabellón, Luciano se esforzaba por mantener el rostro de su mujer y sus hijas y poder retenerlos en su último viaje. Le ordenaron detenerse y lo metieron en una cajuela de un automóvil. Al cerrarse ésta y moverse el vehículo el "Tigre" podía escuchar las risas de sus verdugos que ocupaban el coche. Fueron los veinte minutos más largos de su vida. En ellos recordó a sus padres , sus inicios en el fútbol, sus sueños, sus compañeros de batalla en cada partido, la arenga que le hacía revivir esa complicidad y lealtad a toda prueba de quienes darían todo por él en el campo. Le hubiera gustado tener aquellas miradas acompañándolo en este duro momento, pero por sobre todo le hubiera gustado tener la posibilidad de ver por última vez los ojos de su mujer y sus hijas y poder pedirles que lo perdonaran por abandonarlas y decirles por última vez cuanto las amaba.
El auto se detuvo, la cajuela se abrió y fue sacado bruscamente. Uno de sus carcelarios apuró el paso alegando que serían castigados por llegar tarde:
-Mi capitán se enojará mucho si no llegamos a tiempo.
Se abrió una puerta y lo ingresaron a una habitación donde fue obligado a tomar asiento. Con algo de temor Luciano se percató que había más gente en el lugar. Se escuchaban muchas voces. De pronto todos callaron y se escuchó la voz del temible capitán Zannatta:
-¡Aaahhh! trajeron al sindicalista, aquí te quiero ver hueón si soi de verdad, sáquenle la venda a este pelotudo -ordenó airado.
Al caer la venda el "Tigre" miró a su alrededor y le pareció muy familiar el lugar. Se encontraba en un camarín, en el que había estado tantas veces en tiempos de gloria. De pronto al alzar la vista se sorprende al ver al capitán Zanatta vestido de corto diciéndole:
-Equípate rápido que vamos a empezar. Teni que hacer goles que a estos hueones no les hemos podido ganar. Si ganamos y andai bien, te traemos la próxima semana.
Fue así como los próximos seis meses Castro jugó los mejores partidos de su vida. No se permitió perder y marcó varias veces doblete. El fútbol le brindó la vida, oportunidad que sus compañeros de cautiverio no tuvieron.
Al finalizar el torneo el capitán en agradecimiento a la obtención del campeonato, lo dejó ir diciéndole.
-Ya figura vuelve a casa y no te metai más en hueas.