El secreto de la farmacia que sana los cuerpos hace más de 70 años
¿Por qué un químico farmacéutico elegiría a Cartagena para hacer su vida? ¿Qué lo llevó a venir al balneario en vez de hacer una promisoria carrera en Santiago? El encanto de esta ciudad a mediados del siglo pasado tiene la respuesta.
En pleno centro de Cartagena, frente a la cara sur de la plaza de Armas e inserta en una antigua estructura de inicios del siglo pasado, se encuentra una farmacia.
Se advierte que por este recinto han pasado los años, se ve por su fachada y sus letreros que remontan a una época pasada. El estilo de las letras y lo descolorido de estas cuentan de un pasado diferente, lejos de las luces led de hoy y las pantallas digitales de las grandes cadenas farmacéuticas.
Es que al interior de la farmacia y perfumería San Sebastián de Cartagena parece que el tiempo se ha detenido hace por lo menos cuatro décadas. No hay góndolas con los productos a la mano, no existe la abrumadora publicidad de los medicamentos que prometen soluciones definitivas, no hay guardias de seguridad oteando a los clientes con mirada inquisidora; pero sí hay trato humano, hay atención personalizada, hay ganas de encontrar una solución y hay vocación de servicio.
El trato cara a cara y mano a mano es el secreto en este establecimiento. Así ha sido desde que René Soto Soto tomó la decisión de venirse desde su natal Rancagua a esta Cartagena que miraba con alicaído entusiasmo la llegada de la década del 40.
Eran otros años, de eso no hay duda, pero ¿eran peores? Quizás si se pone en la balanza la tecnología y la aplicación de la ciencia versus el trato humano y la experiencia, podría llegarse a una conclusión a favor o en contra.
Algo hizo click en este lugar, algo que los clientes del Litoral de Los Poetas han valorado.
Como antaño
Entrar a la farmacia San Sebastián es como viajar en el tiempo. De inmediato uno se encuentra con muebles de madera de por lo menos 60 años, propaganda de medicamentos que ya han sido descontinuados y que hoy solo son objetos decorativos, dispensadores metálicos de papel ya en desuso, pero que en cualquier farmacia estarían en una vitrina de muestra.
En los cajones se lee: sulfatiazol, solimán fino, nitrato de plata, permanganato, bórax, azufre y un largo etcétera de productos empleados en la elaboración de medicamentos y pomadas a mano, moliendo en el mortero y mezclándolos con otras sustancias para crear ungüentos sanadores.
En sus estantes se pueden encontrar las medicinas y elementos de belleza actuales; pero hay algo, una sensación de estar en la típica farmacia de la abuelita.
Servicio
Bárbara Soto, hija del fundador de esta farmacia, es quien lleva la administración del recinto. En conjunto con su hermana Marvell, dirigen a un grupo de entusiastas colaboradores que en esta farmacia entregan su trabajo y servicio.
Bárbara está presente en todo. Va de allá para acá, de un lado a otro; revisa estantes, responde el teléfono fijo y por si fuera poco, su celular. Recibe consultas de las clientas y resuelve procedimientos para el adecuado funcionamiento del local.
En un momento en que por fin se detuvo, comentó que "mi padre fue el tercer profesional que había en este pueblo. Allá por 1940 estaba el doctor Chaid que era el médico del lugar; una matrona que no me recuerdo el nombre, pero que de cariño le decíamos ´La mamita Chela´ porque era conocida por todos, y mi papá que era el único químico farmacéutico", cuenta.
Añade que por entonces no había una farmacia como tal en Cartagena y su padre determinó que había que cubrir esa necesidad. "Eran esos años donde el doctor Chaid iba a la casa de los enfermos o lo iban a buscar a su casa a cualquier hora. Con mi papá sucedía lo mismo. Las personas venían en cualquier momento a buscar sus medicamentos y mi papi se los preparaba. Acá mismo tenía una oficina donde conservo los frascos y otras cosas con las que hacía los remedios y pomadas. Era un trabajo largo y para el cual él tenía mucha experiencia y por eso se quedó acá", relata Bárbara.
-En esta farmacia hay muchas cosas que recuerdan el pasado de estos establecimientos...
-Sí, es que a mi papá le gustaba eso y nosotros seguimos así. Es más, por ahí tengo un aparato para colgar los papeles que era de él y que no se ha movido del lugar donde lo dejó. Son recuerdos que permanecen. Igual que los muebles que los hizo él mismo. Ahí están, tal cual.
-¿Por qué cree que la gente los ha preferido?
-Porque tenemos cosas que en muchas farmacias no se ven. Además que siempre les damos las alternativas y lo agradecen. Hay gente que no tiene dinero y les buscamos el acomodo. La idea es que las personas puedan medicinarse, mejorarse y salir adelante.
En esos instantes ingresó una clienta preguntando por un medicamento. Bárbara la escucha y le da una respuesta. La mujer se va conforme. "Tenemos hartas cosas que en otras partes ya casi no se usan. Por ejemplo, las obleas chinas y algunas cremas quitacallos que las emplean personas que las conocen de hace años; lo mismo que las pomadas saliciladas que utilizan los deportistas. Mi papá cuando llegó a este pueblo hacía todo eso. Nosotros le debíamos ayudar a envasar los medicamentos en botellas y potes de lata. Eran cosas que hacen bien y que se mantienen en el tiempo. Ocurre que a veces los medicamentos que sanan salen del mercado. Eso no se entiende, pero así es la cosa", aseveró Bárbara.
-Atienden en todo horario...
-Antes se atendía a todo horario, pero ahora tenemos que respetar el sistema de turnos, por lo que cada farmacia debe estar abierta desde las 9 de la mañana hasta las 1 de la madrugada. Se atiende por ventanilla solamente recetas y medicamentos. Se da el caso de personas que llegan a las 12 de la noche a comprar preservativos o un perfume. Hay que entender que es solo para emergencias.
-¿Qué es lo gratificante de trabajar en esto?
-Quizás el hecho de que una conoce a mucha gente. Hemos atendido a generaciones de cartageninos. El problema es que uno va conociendo a los papás y luego a los hijos, y a veces uno no tiene memoria para tanto y se va como perdiendo, jajajaja. La relación es cercana, a veces llegan personas a preguntarnos si lo que les había recetado el médico era efectivamente lo que necesitaba. Entonces uno conversa con ellos y les hace ver que sí es lo adecuado. Uno tiene experiencia para eso.
-¿Y cómo se las arregla con la letra de los médicos? No hay nada más enredado que eso...
-Ya los conocemos a todos. No nos complica ninguno de la posta, pero cuando nos llega una receta de algún médico del hospital es más difícil. Hace poco una señora se anduvo paseando como por cinco farmacias en Santiago y nadie le pudo entender la receta. Al final llegó acá y vimos que era algo muy simple. Hay que tener mucho cuidado con eso, porque a veces una letra, una simple letra, puede cambiar todo.
Bárbara y todo su equipo tienen un compromiso con el servicio. Eso les viene desde sus inicios.
"Tuve un muy buen profesor: mi padre. El siempre nos decía ´ustedes están aquí para salvar vidas´. Eso es lo verdaderamente importante y nosotros... bueno, nosotros hemos tratado de seguir esa enseñanza", dijo Bárbara Soto mientras a la farmacia llegan clientas buscando una respuesta.