Katherine Ríos Méndez
Ana Becerra, sobreviviente de Tejas Verdes, ingresa a la sala del centro de estudios Pensar Chile, en el sector de Barrancas, e inmediatamente recibe una fotografía de Gustavo Farías para portarla entre sus manos durante toda la cita, en medio del conversatorio 'Cuerpos al Mar', convocado Pensar Chile, la Corporación Doctor Luis Reus, el Programa de Reparación y Atención Integral de Salud a los Afectados por Violaciones a los Derechos Humanos (Prais) y el Comité de DD.HH. Fundación para la Memoria.
Pareciera ser que el destino pudo más que el azar. Entre los asistentes, y a pesar de la intensa lluvia que cae sobre San Antonio, un modesto y silencioso Carlos Farías Vargas (63) escuchaba atentamente las palabras de los oradores bajo su gorra gris que parecía protegerlo del temporal. La noticia de que su hermano Gustavo había sido arrojado vivo al mar frente a las costas de las Rocas de Santo Domingo, de acuerdo a declaraciones oficiales, rompió su corazón. Por eso hoy habla de los recuerdos que atesora.
"Éramos una familia de 10 hermanos y Gustavo era el séptimo, siete hombres y tres mujeres. Éramos campesinos, nos dedicábamos a la agricultura y criábamos caballos. Nacimos en un fundo en Huinca, en San Juan Alto. Teníamos una casa en Llolleo, en la esquina de Hurtado Mendoza con Del Canelo. Él vivía en Llolleo y yo en el campo, pero a mi hermano le gustaba bastante ir a la parcela", expresa Carlos para describir el contexto del entorno familiar.
Recuerda, también, la pasión de Gustavo por los caballos. "Me acuerdo que él solía jugar con los caballos y que una vez, cuando tenía unos 23 años, pilló una yegüita nueva y salvaje. Se subió arriba de ella, delante de mi mamá, sin cordel, sin nada. Entonces mi hermano la tomó con sus manos para frenarla... Le ponía las manos, así, en las naricitas. Él era así, siempre juguetón, travieso. Dibujaba, era muy creativo y tenía imaginación", detalla Carlos para definir a un intrépido e idealista "Pochocho", como le decían sus cercanos a Gustavo.
120 días en prisión
"Pochocho" tenía 23 años al momento de su detención. Soltero y ex mirista, "era recaudador de agua potable, veía los medidores en los domicilios", dice Carlos, quien recuerda que instante de su detención, el 24 de septiembre de 1973, Gustavo ya se había presentado por esos días en la Fiscalía Militar, que funcionaba al interior de la Escuela de Ingenieros Militares de Tejas Verdes, luego de escuchar un llamado en la radio Sargento Aldea.
Sus otros hermanos, Francisco y Antonio, también habrían sido convocados por aquel llamado. "Yo en ese entonces era un niño, tenía 18 años. Pensé que si me habían llamado a la Fiscalía Militar, a tres días del golpe, era para preguntarme 'quién era', para controlarme, pero resulta que no, me tuvieron 120 días preso, por eso no podría recordar bien el momento en que lo detuvieron. Lo que supe es que lo llamaron por la radio también", asegura.
Carlos afirma que él también estuvo en la cárcel y que era llevado al estadio Municipal de San Antonio. Evoca un episodio en particular. "Llevaba unos 30 días preso y me trasladaron a Tejas Verdes. Eran como las dos o tres de la mañana, pedí permiso para ir al baño y en el pasillo nos encontramos con mi hermano Gustavo. Llevaba las manos en los bolsillos, andaba con un chaquetón verdoso tres cuartos y me acuerdo que él pregunto 'para dónde llevan a mi hermano', por mí".
Más tarde, Carlos fue llevado al Cuartel 2, en el sector del Parque DYR, debajo del puente. Ahí vio una bolsa de plástico amarrada que contenía la ropa de su hermano Gustavo. "Un militar tomó la bolsa y empezó a pegarle con un palo y decía 'de quién es esto' y seguía apaleándola", manifiesta con tono de tristeza.
Finalmente, "los militares se aburrieron de hacerme preguntas, entonces creo, tenían dos alternativas: o me lanzaban vivo al mar o me dejaban en libertad", confiesa Carlos y termina de recordar cuando ya el salón de Pensar Chile estaba vacío.
Declaraciones
Carlos, al enterarse de las declaraciones oficiales que entregó el suboficial (r) Juan Guillermo Bustamante, se sumergió en un gran dolor. "¡Olvídate! Yo esos días estaba destrozado totalmente, era como un fierro caliente que tenía en el pecho y no me lo podía sacar, porque nosotros suponíamos como familia que ellos habían sido muertos y tirados al mar, pero una vez muertos, no vivos. Por eso no nos podemos convencer de la brutalidad de estos seres tan malignos, rogaría que develen la verdad", concluye.
Caso norambuena
Luego de conocerse el fallo de auto de procesamiento dictado por la Corte de Apelaciones de Valparaíso, el mes pasado, en contra del brigadier Miguel Krassnoff, coronel Carlos Mardones Díaz y del mayor Emilio De La Mahotiere -todos en retiro-, y tras las declaraciones del suboficial (r) del Ejército, Juan Guillermo Orellana Bustamante, respecto a los tres sanantoninos arrojados vivos al mar frente a las costas de las Rocas de Santo Domingo, Norma Quiroz (73) recuerda hoy a su otrora cuñado, Luis Norambuena, una de las tres víctimas involucradas en el caso.
"Él era mi cuñado, estaba casado con mi hermana Nely, era un excelente papá, con mi hermana también. Justo ese 1 de septiembre de 1973, había tenido asu segundo hijo, Luis, además de Patricio de ocho años, así que el bebé recién nacido nunca conoció a su padre", menciona Norma al comenzar su relato.
A esas alturas nadie se imaginaba que a tan sólo días de haber nacido su segundo hijo, Luis Norambuena sería detenido el 14 de septiembre de ese mismo año, tras presentarse en la Fiscalía Militar, en el mismo regimiento de Tejas Verdes, que tenía como coronel a Manuel Contraras.
De acuerdo a los antecedentes proporcionados por Norma, Luis Norambuena tenía 30 años a la fecha de su detención. Era trabajador de la Esso, integrante del Comité Central del Partido Socialista, regidor por San Antonio y secretario regional de la Central Única de Trabajadores (CUT).
Lucha social
El eco de su incansable lucha para defender los derechos de los trabajadores de San Antonio lo grafica su cuñada al afirmar que "siempre él pretendió lo mejor para la gente que viene de abajo, para la gente de trabajo. Él tenía sus ideales, que se respetan, y pretendía que la gente de escasos recursos progresara. Eso es lo que yo sabía por mi hermana", manifiesta.
Este hombre, de contextura gruesa y que representaba más edad por sus canas -según indica Norma- al principio permaneció recluido en la cárcel de San Antonio para luego ser trasladado al cuartel de la Policía de Investigaciones de la ciudad y posteriormente al regimiento de Tejas Verdes, lugar "donde fue torturado hasta su desaparición definitiva. Su rastro se perdió el 5 de octubre de 1973", cuenta su cuñada.
Su último contacto
"Yo tenía 28 años cuando todo esto ocurrió. Justamente mi oficina de trabajo, en esa época, estaba aquí en calle La Marina, frente a la cárcel, frente a los tribunales. Vi muchas cosas al trabajar frente a ese lugar, así que vi hasta las últimas veces cuando lo sacaban, lo llevaban, etc. Lo vi la última vez como el 5 de octubre, incluso hablé con él. Luis se entregó, porque estaba muy preocupado de su señora y de sus hijos, más aún con un recién nacido".
Mientras Luis Norambuena permaneció en la cárcel local, Norma y Nely se mantuvieron firmes ante su aislamiento. Día a día Norma le hacía llegar una vianda de alimentos a su cuñado, padrino de su propio hijo además, hasta que "me las empezaron a devolver, a devolver, completas, tal cual yo las entregaba en la cárcel", recuerda Quiroz.
La ración de comida preparada con amor e incertidumbre por su familia fue recibida hasta alrededor del 15 de octubre. Días más tarde una persona le entregó a Norma la argolla matrimonial y el carné de su cuñado.
Incansable búsqueda
De acuerdo a los antecedentes de la familia, la última vez que Luis Norambuena habría sido visto fue los primeros días de octubre, en Tejas Verdes, junto a un grupo de detenidos compuesto por Gustavo Farías, su propio hermano, Ceferino Santis, Florindo Vidal y Jorge Ojeda. Norambuena vestía una parka roja y un bluejeans.
Esto marcó un hito. "Cuando el hijo menor ya tenía un año y medio, mi hermana salió fuera de Chile, a Canadá, porque a ella le informaron que le habían dado la libertad a mi cuñado. Fueron a buscarlo mi hermana y la señora Eduvigis, la mamá de Luis, y en Tejas Verdes les contestaron que mi cuñado estaba en libertad. Les mostraron los libros incluso en los que aparecía la firma de él. Se rieron mucho de ellas. En forma burlesca le dijeron a su madre que lo fuera a buscar a los cerros de Melipilla", relata Norma con una infinita tristeza.
Fue así como Norma, junto a sus sobrinos y su hermana, comenzó a realizar cuánto trámite pudo para encontrar a su cuñado.
"Yo siempre fui a todos esos lugares, a la Vicaría de la Solidaridad, a Santiago, al Ministerio de Justicia de San Miguel, etc.", recuerda.
En estos 44 años Norma ha intentado conocer la verdad. "Se deben imaginar que durante todo este período de años nosotras estábamos vulneradas, porque sabemos que esto ocurrió de tal manera pero no nos podemos convencer de la brutalidad de seres tan malignos como estos. Rogaría que develen la verdad y que se terminen los pactos de silencio por todas las otras familias que todavía están esperando información".
Pese a todo el dolor experimentado en estas más de cuatro décadas, reconoce que saber algo de la verdas provoca un cierto alivio, pero la visión de lo que hicieron no desaparece de nuestras mentes", asevera sin poder contener la emoción.
Sobre el suboficial (r) Orellana Bustamante, Norma cree que los hechos sucedieron realmente como éste los relata, y reconoce que su cuñado sería aquel que "el capitán de Ejército procedió a tomar en primer lugar a la persona más adulta de los pies", porque su cuñado aparentaba más edad. Pero "no sé si agradecerlo o no, creo que él abrió las puertas del helicóptero. Ahora, sobre Krassnoff, lo único que pienso es cómo puede vivir con su conciencia".
Norma Quiroz carga consigo la pena de una búsqueda incansable. Dice que participará de la romería (por confirmar) que se realizará en el embarcadero de Puertecito de San Antonio, para dar sepultura simbólica a los tres sanantoninos. Mientras tanto, "justamente quiero dar las gracias a todos los organismos que están haciendo esto posible, yo soy católica, y ahora puedo decir que voy a la playa a dejar una flor, porque es ahí donde está Luis", finaliza.