La urgencia del feminismo en Chile
por Jaime Rodríguez Manríquez, candidato a Magister en Ciencias Sociales
La historia de los movimientos sociales en Chile ha sido marcada por dos factores que se han reiterado de manera cíclica en el siglo XX y en los inicios del XXI: la desigualdad y el abuso de unos sobre otros. Trabajadores, obreros, estudiantes, pobladores y otros actores le han impregnado cierta épica a los movimientos sociales en nuestro país, que cada generación de chilenos y chilenas ha ido resignificando como parte de una tradición de lucha vinculada a los dos factores antes mencionados.
Lo normal en el siglo XX fue siempre la lucha por trabajo, vivienda, salud y educación, derechos sociales incuestionables y que forman parte del repertorio clásico de demandas que los colectivos organizados han puesto en la discusión desde los albores del siglo XX en nuestro país.
La institucionalidad a su vez avanza en la medida de sus tiempos (muchas veces, muy lentos) y posibilidades, en tanto muchas de estas demandas refieren a inversiones públicas con recursos estatales que en Chile se nos ofrece siempre de manera escasa y a cuentagotas (gradualismo le llaman). Hoy todas estas demandas no pierden vigencia, han ido cambiando y se han ido modificando en relación también al contexto que las cobija, no obstante han aparecido nuevos movimientos sociales que proponen nuevos desafíos a nuestra sociedad. Uno de ellos es el movimiento feminista que apela de una manera diferente a los factores fundantes de los movimientos sociales; el feminismo también demanda igualdad y la inexistencia del abuso de unos sobre (en este caso) otras (abusos que en su versión más extrema llamamos patriarcado y machismo a veces con resultado de muerte) y he ahí su gran mérito, pues pone en discusión de manera transversal, lo que para ciertos sectores ha sido incorporado como la "normalidad", esto es que la mujeres ocupen un lugar de menor privilegio frente a los hombres y que estos últimos (nosotros) ostentemos de aquello para hacer de nuestra naturaleza no solo un privilegio, sino también una ventajosa forma de interrelacionarse.
La ventaja, entrecomillas, del movimiento feminista es que no exige (como fundamento de su demanda) una inyección de recursos monetarios, sino algo que al parecer es más simple, un cambio de conductas y una renovación de prácticas sociales. Esto incluye legislaciones que apunten a la igualdad, reconocimientos éticos respecto de la problemática y, quizás, a nuestro juicio, lo más complejo de todo que la discursiva se convierta en acción y hechos concretos y que el lenguaje cambie en favor del respeto igualitario, reconociéndole su carácter de actor social per se. Es cierto que este desafío del presente no es excluyente de otros, no obstante es de los más urgente para construir una sociedad fraterna y menos desigual.