María, la invencible
Muchas penurias ha pasado esta mujer nacida en Cuncumén, pero ella supo cómo sacar fuerzas para ganarle a la desdicha. Hoy se dedica a manejar un colectivo y encanta paladares con sus empanadas.
En Santo Domingo, cerca del living-comedor de la casa de María Magdalena Quiroz Pizarro hay un inmenso horno a gas con el cual fabrica sus empanadas. Al entrar a su residencia, una de las primeras fotos que se pueden ver colgadas a la pared es una en que aparece su padre Pedro Pablo Quiroz, a quien amó intensamente.
Nació en Cuncumén el 21 de junio de 1965. Su madre, Magdalena Pizarro, con 70 años aún vive en aquella zona rural de San Antonio.
"A los 12 años mis papás me mandaron a trabajar; así era en el campo antes. Yo llegué hasta séptimo básico pero no pude continuar. Al salir del colegio, mi papá dijo que debía irme a trabajar", rememora.
En Cuncumén creció con sus nueve hermanos. En ese tiempo no había lavadora y las mujeres, que eran las únicas que lavaban la ropa, debían ir hasta un estero para restregar las prendas. El feminismo no existía.
Se fue a San Antonio donde laboró como empleada doméstica en distinta casas de familias más pudientes. La primera vez fue en el hogar del abogado Polo Abarca.
"Lloré tanto por estar lejos de mi casa y de mis padres, así que me mandaron a Maipú a cuidar unos mellizos que eran hijos de una profesora y un carabinero, pero ellos a la semana me fueron a dejar al campo; yo no me acostumbraba a esa vida", agrega.
Después de eso, Norma García, una amiga de sus padres, se ofreció para llevarse a María Magdalena para que viviera en su casa en Cuncumén y jugara con su hijo Francisco Javier. "Ahí yo fui muy feliz", admite.
"Años después me fui a vivir a la casa de la patrona de mi papá, la señora María Soto, que tenía cinco hijos y era viuda", relata sobre ese nuevo cambio de domicilio. Desde ahí su padre la envió a la casa de su tía Domingo, en la población 30 de Marzo. También trabajó para la familia de Matilde Coppola, cuya residencia estaba en un segundo piso de calle Centenario donde hasta hace poco tiempo funcionaba el restaurante "Talca".
"En otra casa que estuve lo pasé muy mal", confiesa.
Cuando ya tuvo 20 años entró a trabajar en la panadería El Nogal, en calle Centenario, de donde guarda muy buenos recuerdos.
Con la plata que ganó como asesora del hogar, un día se le ocurrió comprarle una cocina a gas a su mamá, lo que hizo en el desaparecido local de venta de artículos de línea banca que se llamaba "El Pie Chiquitito", en calle Centenario. "Mi papá se enojó mucho porque le regalé la primera cocina a gas a mi mamá; en ese tiempo los hombres eran muy machistas".
En 1987 se casó con Mario Farías Aguirre (53), a quien conoció porque él trabajaba precisamente como empleado en "El Pie Chiquitito", donde ella iba a comprar. Así, entre el ir y venir por las calles céntricas, él, que también era oriundo del campo en la Floresta, cerca de Cuncumén, la enamoró.
Mario y María tuvieron dos hijos: Mario y Carlos, que le dieron a sus dos únicos nietos: Dylan (2) y Javier (14).
Hasta el año 1992 trabajó en la panadería El Nogal. Juntó la plata de una herencia que recibió, se compró un auto e iba a vender pescados y verduras en Cuncumén. "Tuve un Nissan Sunny y andaba con mis hijos en él en los lugares a los que iba a ofrecer mis productos. Me fue tan bien porque vendía todo", recuerda.
Ella seguía vendiendo frutas y verduras, pero una furgoneta que la llevaba hasta la localidad de El Convento, en Santo Domingo. "Ganaba bien y con eso pude construir mi casa en Llolleo", añade.
Como es una emprendedora que se no agota, en 1995 abrió un local de provisiones en Llolleo. El negocio se llamaba "Girasol" y quedaba en la calle Los Romeros, en la población Los Nogales, donde también está su casa.
Gran pena
La muerte de su padre, en 1997, le provocó una pena tan grande que ella no quiso trabajar más. "Cerré el negocio porque tenía mucho dolor, yo adoraba mucho a mi padre y me dio una depresión muy fuerte, yo tenía que vivir mi duelo", detalla.
Cuenta que surgieron los primeros problemas maritales que, a la postre, terminarían con la separación del matrimonio, en 2003. Siguen casados pero cada uno hace su vida en solitario.
Años después volvió a vender alimentos en su camioneta. Si le faltaba dinero para darles lo necesario a sus hijos, iba a lavar y planchar ropa a las casas de otras familias. "Yo soy luchadora, así que nunca nos faltó algo", enfatiza.
"Yo siento pena porque me casé para toda la vida", afirma al hablar de la relación con su esposo. Resalta que el fue su único hombre en la vida y que, pese a que ha habido galanes interesados en ella, no ha accedido a tener romance alguno.
En 2007 a su marido le detectaron una insuficiencia renal. Ella, a pesar de que no estaban juntos como pareja, lo ayudó después que lo internaran en estado grave en un hospital de Valparaíso.
Juntos arrendaron la panadería "Marbella" en la calle Zapahuira, en Llolleo. Era el año 2009 y todo se puso cuesta arriba cuando, al mes de empezar, su marido sufrió un ataque cardiaco y estuvo grave.
Continuó sola con el apoyo de su hijo Mario. Tuvieron éxito con ese negocio, pero su esposo no quiso continuar y le traspasó el local a ella, lo que se concretó en marzo de 2017. Un mes después, el 26 de abril, desconocidos le prendieron fuego al recinto. La dejaron con muchas deudas y sin trabajo. La panadería sigue hasta hoy cerrada.
María afirma que la justicia no fue capaz de perseguir al responsable de aquel siniestro. Lloró por dos meses de pura rabia y tristeza. Ella, con poca plata en el bolsillo, recargó energía y salió a vender en El Convento nuevamente. Hizo un curso de conducción para transportar pasajeros y así salió a ganarse la vida como chofer de colectivo.
Mientras prepara el vehículo para salir a trabajar, María Magdalena Quiroz Pizarro repasa cada pasaje de sus cortos 53 años. "Gracias al bendito Dios estoy sana y sé que voy a salir adelante", sostiene. Los domingo vende sus empanadas y no le queda ni una sola. "Es que no repiten, todo está bien. Para el 18 vendí 300", explica.
La felicidad de María está en su fuerza para sobreponerse a las vicisitudes. Es una invencible, una mujer que cualquiera se quisiera.
A cambio de todo lo que da, María recibe el amor de sus hijos, el cariño de sus nieto, acaso lo único importante en la vida.