Felicidad
"La gota de agua perfora la roca no por su fuerza sino por su constancia ",
(Confucio)
Leo , Leo ¡ Leeeo ! -retumbaba en sus oídos mientras observaba entre lágrimas el ala norte del coliseo Nacional repleto.
Un trayecto de 8 cuadras unía su casa de la fuente de soda de Don Pedro Azares. Acudía ahí todos los fin de semanas para ver a su equipo jugar. Don Pedro era el único que tenía antena satelital en un barrio tan pobre. Leo era un niño callado, vivía en una pequeña casa donde habitaba mucha gente. Cuando falleció su padre, su madre cayó en una profunda depresión, se aisló y se volvió alcohólica y más insoportable que antes.
Por ese motivo el niño procuraba estar lo más lejos posible de casa durante gran parte de la jornada. Del colegio al entrenamiento y de ahí donde Don Pedro, donde ayudaba con las mesas, se ganaba unas monedas y la posibilidad de un asiento en primera fila para el partido del domingo, frente a la TV claro está.
Llegó de la mano de un tío a probar suerte con tan solo 12 años a las fuerzas básicas de los Calavereros F.C., equipo que lo cobijó hasta los 17 años, edad en que le entregaron su libertad de acción, forma elegante de expulsar a alguien que ya no sirve. De ahí se fue a jugar a la tercera categoría a un equipo pobre donde pasó más penurias que alegrías. En ese intertanto recibió la triste noticia de la muerte de su madre. La verdad no sabía si le afectaba tanto, porque la relación con ella nunca fue de las mejores. Sin embargo, por alguna razón sintió un impulso por enviar todos sus sueños al carajo y ponerse a trabajar pintando piscinas con un primo.
En las noches dormía a sobresaltos y despertaba llorando sin saber el motivo. Parecía una reacción fisiológica o quizás inercia. Dejó de ver futbol, incluso los partidos de Azules F.C. su club de toda la vida.
Parecía todo perdido, lo único que realmente lo hacía feliz, se había acabado mucho antes de lo previsto. Un día lo llamó un antiguo compañero de equipo y le dijo que faltaba un volante en su equipo de la segunda categoría , pero que solo había el sueldo mínimo y una pensión.
Leo no lo pensó dos veces. Tomó un bolso y emprendió viaje al sur para enrolarse en Lamparita Unidos. Fue un viaje lleno de dicha , su corazón salía del pecho de tanta emoción.
A la cancha
Al llegar ahí no todo fue fácil. Una puesta a punto de dos meses lo tuvo sin ver citación, sin embargo su constancia se vio en breve recompensada para la octava fecha. Su nombre estaba en la nómina, así paso de ser reserva a titular en poco tiempo. El equipo anduvo bien y a fin de temporada coronaron con un ascenso.
Luego vino nuevamente el sufrimiento. Leo no sabía si estaba en los planes del técnico para jugar ahora en la primera categoría. Después de unas semanas recibió un llamado:
Leo, estás dentro por el doble del sueldo -le dijo la voz del gerente desde el sur.
Nuevamente ordenó equipaje para integrarse a la pretemporada, esta vez en primera. Sus sueños tardaban pero se iban cumpliendo. Una vez finalizada la preparación, les informan el fixture y la impresión fue inmensa al percatarse que debutaban en el coliseo Nacional frente a Azules F.C. el equipo de toda su vida, aquel que vitoreaba en la Fuente de soda de Don Pedro.
Día a día entrenaba duro para poder estar en ese partido. Lamparita Unidos se había reforzado con jugadores de primera y no sería fácil estar en la nómina, pero Leo se tenía una fe inmensa, esa misma que le había permitido ir cumpliendo sus sueños con tan solo 1,59 de estatura y alimentado toda su niñez con pan con margarina y té.
Llegó el día de la citación, y ahí estaba él. Su nombre colgaba último en la lista, pero estaría en el Nacional jugando contra aquellos que eran sus ídolos. Sufría de insomnio desde que revisó la nómina de citados. Logró dormir algo en el bus y en el hotel. Camino al estadio se le vio agitado. Ordenó sus cosas personales y armó su propio altar en un rincón del vestuario. Como era habitual, la virgencita, el rosario y una foto de un santo.
El tiempo paso rápido, la arenga y al campo de juego. Él tomó sus botines en su mano, pues sería suplente ese día. Levantó la vista y quedó pasmado al ver la hinchada de Azules recibir a su equipo. Se sentó en el banco y observó durante 45 minutos a sus compañeros aguantar un estoico 0-0 con los campeones vigentes. Luego vino el peloteo del entretiempo y a los 5 minutos del segundo toda la banca a calentar. En eso estaba elongando emocionado y observando el ala norte del estadio y fue en el minuto 86 cuando escuchó entre los canticos....
-Leeeeeeo conchadetu... te llama el profe, vas a entrar- le dijo zamarreándolo el preparador físico.
Leo corrió emocionado hacia el banco. Se calzó sus botines, se sacó el peto, tomó la tarjeta de cambio y escuchó a su técnico.
-¿Estái llorando hueón? -le pregunto el profe.
-No profe, me entró una cosa en el ojo.
- Ya, entrai al medio a aguantar el cero, corretea lo más que podai y pega un par de chuletas lejos del área, total ya queda poco.
-Vale profe -respondió
-Con ganas po hueón, esta es la que buscabas -recalco el DT.
Leo entregó la tarjeta al línea, pidió el cambio, se persignó e ingresó raudo al gramado del coliseo Nacional justo en un córner en contra. Sus lágrimas fluían. Fue y tomó de cerca a su ídolo de siempre, el 10 de los Azules. Este lo miró y le dijo:
-¿Estái llorando hueón?
-¡Qué te importa a vo conchadetu... -le respondió con bravura
Al venir el córner se elevó y alejó el balón del área. De paso lanzó su codazo y corrió y corrió y corrió sin desfallecer.