El lugar donde tan bien se está
"Al principio, adoré. Lo que adoraba era humano. No personas; no totalidades, no seres denominados y delimitados. Sino signos". La que nombra es Helene Cixous. La que adoró su llegada, la que adoró esos dibujos que ya traía consigo al ser poseedora de un cuerpo, de un rostro de madre, de una doble nacionalidad quebrada.
Me he preguntado todos estos días qué es lo que adoro yo. Y cuál es ese principio mío desde donde comenzó todo. Toda esta humana materia de reposición. El lugar desde donde se mira, en plano objetivo e interno; el lugar desde donde se empieza con algo, una pregunta, un hallazgo, un acertijo, una pasión, un fracaso, un abajismo. El lugar desde donde alguien que es yo, acepta que allí empieza el mundo, que son los otros, que es todo lo otro y donde yo misma puedo decidir cuándo va a terminar. Ese lugar carne, hueso, sangre, cuerpo.
Este lugar puede significar el inicio de un desgarro grotesco, el refugio contra el infierno o ser el infierno. Ese lugar en extremo misterioso y fatal a ratos trae consigo los flujos y los sentidos, los mapas de un engranaje que se administra a puro error, las disciplinas y normas que desde el arrojo habrá que contraponer, contrarrestar, resignificar la ocupación, deconstruir los deseos. Porque ese lugar es el mismo lugar donde me sumerjo y me ahogo, empiezo y termino, una y otra vez.
Aprendí desde ese lugar a enfrentarme a mi deseo, a mi perversión, a mi codicia, a mi ambición. Aprendí a componerme como una escala de notas desfasada, y a descomponerme como el Desnudo bajando una escalera de Duchamp. Montando negativo tras negativo, haciéndome de un movimiento desencajado que asusta; deviniendo tan poco dueña y aún más ajena, y tan poca una y por períodos, tantas otras.
El cuerpo es ese lugar donde caí.
A los tres años me preguntaba por qué aquí, por qué yo y no otra, por qué habitar este edificio de huesos, quién eligió esta voz delgada para mi lengua, cuándo vi por primera vez estas manos de alambre y qué es lo que llena a este envase, o más bien por qué lo rebaso. Los límites de mi cuerpo no son los de mi mundo, los límites de mi fuerza no son los de mis ganas. Pero a los tres, como una obsesión prematura que no se extingue, busqué, intenté, deseé configurar el trazo con una mano de este brazo, como anticipándome al registro interminable, a la figura que mi mano ansiaba diseñar. Escribir, escribirme como la flora se incrusta en la vereda y la sobrepasa, como cuando las raíces de un árbol rompen el asfalto, y la calle, aunque invadida por esa fuerza natural, se acostumbra a la irrupción, es habitada por ella. Entonces desde la soledad brillante de los tres vino la copia y el error, la copia y el error, hasta que salieron las primeras letras. Ese lugar en donde tan bien se está, no es la salud ni la felicidad ni siquiera el entusiasmo, pero así como es la escritura también es el cuerpo, el cuerpo mío que, como afirmó antes Cixous: yo no empiezo por escribir, yo no escribo, la vida se vuelve el texto, soy toda ya texto.