"Betty" y el vivero que la ayudó a recuperarse del temible cáncer
Desde 2016 Bertina Concha vivió difíciles momentos: tuvo dos parálisis faciales y le descubrieron un cáncer. A pesar de lo impactante de estas noticias, ella continuó trabajando con sus cactus y suculentas, que son todo un éxito.
Los últimos tres años han sido cuesta arriba para Bertina Concha Agurto (50), aunque ahora por fin da un respiro de alivio.
Todo comenzó en diciembre de 2016, con un incendio forestal que puso en peligro su vida y la de su familia.
El fuego estuvo cerca de su terreno por tres días y el 24 de diciembre en la tarde ya amenzaba a su casa. "De pronto, el fuego estaba rodeándonos. Con mi marido tomamos los vehículos y a nuestras mascotas y nos alejamos de la zona más peligrosa. Los bomberos mojaron alrededor del terreno con agua, eso nos ayudó a que no llegara a nuestra casa. También las docas fueron buenas para proteger, porque contienen mucha agua", recuerda Bertina desde el patio de su casa de Alto La Palmilla en El Turco.
Después de que el siniestro se extinguió, ella, su esposo (el carabinero retirado Julio Benavente) y la hija del matrimonio debieron lidiar con los focos aislados en el sector. La Navidad ya había sido arruinada. "Teníamos armado el árbol (apunta a un pino que decoran para dichas fiestas), pero no pudimos prender las luces. Ese año ni celebramos Navidad y estuvimos un mes sin luz", rememora.
"Fue traumático y deprimente. Nosotros nos colocábamos a mirar desde el balcón y veíamos todo negro, todo quemado, fue muy difícil", afirma.
Malas señales
A los meses del impactante episodio, Concha, conocida como "Betty", sufrió su primera parálisis facial, pero no se dejó vencer y comenzó a trabajar en el vivero que mantiene hasta hoy.
Al año siguiente, volvió a tener otra parálisis. "Tuve dos parálisis faciales en menos de un año", recuerda aún conmovida.
"En la segunda parálisis, la doctora de la posta de Lo Zárate me hizo un chequeo médico completo, el que arrojó que tenía problemas a la tiroides", comenta.
Ella se sorprendió mucho con la noticia. "Yo no sabía, porque los síntomas uno los asocia con otras cosas. Uno piensa que el cansacio es porque pasaba subiendo y bajando en el sitio, que se te caiga el pelo es por usar mucho gorro o un mal champú o que se te quiebren las uñas es por la tierra. Pero no, era el problema a la tiroides".
Una radiografía reveló que algo más grave estaba ocurriendo en su cuerpo. "Ahí me asustaron, me dijeron que fuera directo a un especialista: 'tienes un nódulo en la tiroides y está feo', me advirieron".
Terrible diagnóstico
Tras los exámenes, en febrero de este año se enteró que tenía cáncer, un diagnóstico que la dejó paralizada.
"Te nombran la palabra cáncer y uno tirita de miedo. Se temía que estuviera con metástasis, porque tenía toda una parte del cuello inflamada. Yo me tocaba esto y pensaba que era la papada, pero resulta que no", recuerda con los ojos llenos de lágrimas.
Como una forma de lidiar con las malas noticias, se enfocó más en sus plantas. "¿Qué hacía? Yo me levantaba y me venía al refugio -cuenta desde el vivero- hasta que me operaron en mayo de este año".
Luego de la intervención, descubrieron que no tenía metástasis y que el tumor estaba encapsulado, lo que le permitió tener una recuperación más rápida.
Cada vez que rememora este episodio, a la vecina de El Turco se le inundan los ojos con lágrimas.
-¿Qué fue lo más difícil de enfrentar al cáncer?
-Lo pasé mal. Yo tengo una hija de 15 años que es muy regalona y yo pensaba 'si me pasa algo, qué va a ser de ella, se queda con el papá, pero no es lo mismo'. Ella (su hija) no demostró su dolor, es fuerte y trataba de disimular para darme ánimo, pero eso fue lo más difícil.
Es por esto que cuando le informaron que ya no tenía cáncer volvió a sentirse libre. "Se me pasaron todos los achaques, porque inconscientemente a uno le dicen metástasis y te comienzas a sugestionar y si te duele el pelo, piensas 'a lo mejor también tengo cáncer en el pelo'. Cuando te dicen que todo está bien vuelves a la normalidad absoluta, te sientes súper bien y te da ánimo de seguir adelante. Uno descansa".
"Cuando uno se analiza después, se da cuenta que la mente tiene mucho poder. Si tú piensas que estás mal te vas a sentir mal. Muchas veces uno se siente mal sicológicamente y te duele el cuerpo", explica sobre cómo reaccionó ante el diagnóstico.
Su refugio
La pasión por las plantas de Concha comenzó cuando era niña. "Me crié en el campo, en Cauquenes. Desde chica me gustaban las flores y plantas, porque me crié en el verde".
Por lo tanto, toda la vida coleccionó plantas y cuando los problemas de salud la afectaron, ella profesionalizó su trabajo en la jardinería.
"Me encerré en el vivero hasta que poco a poco fui saliendo. Algunas conocidas me sugirieron participar en las ferias artesanales y rurales, y lo hice. Me comenzó a ir bien por lo que decidí perseverar en esto", afirma.
Cuando conoció mejor el mercado, decidió innovar. "Empecé a hacer maceteros con diseños, decorándolos con piedras, velas y otros materiales. También tengo algunos de madera, que han recibido una excelente recepción de la gente", cuenta orgullosa.
En todo este camino, ha recibido el apoyo de su marido, con quien se reencontró en 2001.
Historia de amor
"Nosotros tenemos una historia de antes, éramos pololos cuando yo tenía 20 años y ella 18", cuenta su esposo, Julio Benavente.
"Betty" Concha estudiaba administración de empresas en Santiago y él era un carabinero recién salido de la escuela. "De repente él fue trasladado a otra ciudad y la relación llegó hasta ahí", continúa ella.
En el año 2000, en una reunión del colegio donde estudiaban sus hijos se reencontraron.
"Nos contamos nuestras vidas y a los dos meses ya estábamos viviendo juntos. Ahora somos los tuyos, los míos y la nuestra", manifiesta la emprendedora.
Bertina tenía tres hijas; Julio, dos hijas y un hijo, y en 2003 tuvieron una hija juntos. "Lo más notable es que todos ellos se tratan como hermanos y si conocen a otra persona se presentan como hermanos, eso es muy bonito", afirma Benavente.
Esa unión es una herencia que han recibido de Bertina y Julio, quienes arribaron a Cartagena en 2006 y a El Turco en 2011. "Se burlan de nosotros, porque vamos a todas partes juntos. Si salimos a regar salimos juntos. Somos bien pegotes, de hecho cuando él se retiró yo también decidí renunciar a mí trabajo, para estar con él", cuenta ella, quien está muy agradecida de compartir su vida con su amor.
"Él me incentivó a crear el vivero, me mandó a hacer las tarjetas y el pendón. También me ayuda a armar algunos de los maceteros. Él es mi publicista y mi ayudante", manifiesta feliz Bertina, mientras se prepara para pasar otra tarde trabajando junto a su compañero de vida.