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por Jaime Rodríguez Manríquez
Hace 30 años Chile vivió uno de sus episodios electorales más importantes del siglo XX.
La derrota en las urnas de la dictadura militar del general Augusto Pinochet se convirtió en el hito de una naciente democracia, marcando a generaciones de chilenos que ya antes habían visto caer al sistema democrático por la vía violenta.
En el contexto de la época, la urgencia de obtener la salida del poder de la dictadura y abrir paso a un régimen democrático-eleccionario selló profundamente el devenir de todos los acontecimientos posteriores, pues y a sabiendas el gobierno saliente de que sus días estaban contados, se procuró "amarrar" la mayor cantidad de leyes posibles para mantener sólidamente articuladas todas y cada una de las más emblemáticas disposiciones de la Constitución de 1980; (el año 1989 no obstante el plebiscito de las 54 reformas echó por tierra algunas de estas pretensiones pero no fue suficiente).
La naciente democracia recuperada en 1988 vía lápiz y papeleta de votación en las miles de urnas que se instalaron en todo Chile aquel 5 de octubre, comenzaba un tránsito de fragilidad e inestabilidad pocas veces conocido en nuestra historia republicana.
Si bien las formas eran las correctas, el fondo del sistema democrático estaba permeado por los vestigios de una constitución legal pero ilegitima. Esta situación, al parecer, fue el precio a pagar para recuperar las formas republicanas y democráticas en nuestro país.
A 30 años de aquel momento y con el espacio que da la distancia, es posible valorar en su real magnitud este hito apelando no solo a su legado simbólico, sino que a algo más concreto (y doloroso): las voluntades de miles de chilenos y chilenas, que enfrentados a la tiranía de la censura, la persecución y la violencia sistemática, no dudaron en salir a las calles a mostrar la masiva voluntad de acabar con un régimen ya acostumbrado a utilizar violentos métodos para acabar con quienes consideraban sus "enemigos".
Las lecciones que los noveles treinta años de esta democracia nos traen al presente son varias y diversas; destacamos la valoración de la política como un ejercicio de ciudadanía al tiempo que la capacidad de una sociedad lastimada en su dignidad y sumida en la pobreza de articularse incluso con un terror desplegado, como sujetos políticos, capacidad que hoy, en condiciones democráticas, ha sido también lacerada por el desinterés ciudadano y el descrédito de las formas de la política.
En ese contexto, conviene volver a mirar a treinta años y pensar en quienes con menos condiciones pero con mayor ímpetu, cambiaron la historia de este país, para ellos y ellas los anónimos de esta historia, es que vale este recuerdo.